Mamá Ligia tiene 68 años, de tez morena y perfil respingado, Mamá Ligia como la conocen todos, vive en una zona humilde la ciudad, en los más alto del 23 de enero, se levanta todas las mañana al canto del gallo alistándose para la dura faena del día. Ella como docente jubilada se ha dedicado a las labores plenas del hogar y a pesar de su edad se ve fuerte, pero la crisis del día a día le van quitando un poco la sonrisa y algunos días la energía, trastocando esos aspectos valiosos y necesarios en el ser humano, que por angustia y preocupación se van desdibujando, hoy todo eso se ha visto mermados. A diario los pensamientos que la invaden son compatibles con los de otros tantos venezolanos víctimas de la feroz crisis, la peor de nuestra historia republicana.
Ella tiene dos hijos, ambos profesionales, buenos muchachos, muchachos de hogar, cero vicios, los dos la ayudan. Pero Mamá Ligia me dice que no le alcanza, “o se come arepa con queso o se come arepa con mantequilla, pero con las dos cosas no se puede”, siempre le toca rendir las tres lonjas de queso, (cuando hay). A ella no solo le preocupa que el dinero no alcanza, sino que además no se consigan los productos, las larguísimas colas, la inseguridad, la desfachatez del régimen y es que aunado a todo ello, Mamá Ligia es sobreviviente de cáncer y luego de recibir un tratamiento desgastante física, psicológica y emocionalmente, está sometida a otro por cinco años, las pastillas brillan incandescentemente por su ausencia.
Realidades como estas, nos golpean en la cara constantemente, con verdades mucho más crudas. ¿Cómo se puede dormir en paz cuando el prójimo no tiene que comer? No se puede dormir bien cuando simultáneamente en varios supermercados del país, los venezolanos duermen en el piso, haciendo su cola para ver que consiguen, enfrentándose a la delincuencia de algunos que han hecho del bachaquerismo su arte y como añadidura nadie les da garantía de que producto pueda llegar, no se puede vivir con la mente en blanco y “relajado” cuando el poder adquisitivo no da para comprar un pollo, leche o un simple jabón para bañarse. Es penoso y preocupante que esta dictadura que a toda costa busca disfrazarse de gobierno no se preocupe por tanta miseria, tanta hambre, es cierto, hoy nada de eso debe sorprendernos y por muy cuesta arriba que parezca debemos mantenernos en la senda de la lucha, ellos, los que están quitándole el pan de la boca a nuestro pueblo, hace mucho que se quitaron la careta, ya lo hemos dicho hasta la saciedad, hoy más que nunca nos han demostrado lo inhumanos que pueden llegar a ser.
Hoy Mamá Ligia y sus hijos, muy probablemente hagan una sola comida, porque se trabaja y se trabaja y el mismo ingreso que unos años atrás alcanzaba para comer y un poco más, hoy se va como la sal. Y lo que es peor aún, ya nadie se puede enfermar, Mamá Ligia seguirá en la angustiante búsqueda de un medicamento que medio pueda paliar una enfermedad costosísima y de alto riesgo en Venezuela por la precariedad que sufrimos en materia de salud.
Como Mamá Ligia, hay miles que sufren con creces no solo los embates de la enfermedad, sino que sufren también los coletazos de un régimen descorazonado. Dudo mucho que el pueblo venezolano se acostumbre a vivir tal desgracia, sin chistar ni un segundo, seguro estoy, que todavía existimos quienes nos preocupamos y asimismo, daremos la pelea ante tamaño desfase. Por cada Mamá Ligia del país, por cada niño que muere de desnutrición, por los cientos de hogares donde prevalece la malnutrición, por las personas que al salir de sus puestos de trabajo, le hacen “guardia” a las bolsas de basura, para hurgar en ellas, debemos enfrentar el reto de no bajar la cabeza y guerrear hasta el desenlace de esta tragedia con coherencia y honestidad
Diputado caraqueño Richard Blanco
@richardblancoof