Por las colas que vi en las puertas de los bancos, y por las edades de quienes las hacían, me imagino que es el día en el que pagan la pensión. Una pensión que, si los viejitos corren con la suerte de que se las entreguen completica, y en billetes de la más alta denominación, se acabará en cuestión de horas con tan solo una entrada al mercado o la farmacia. Lo comenté hace poco, en un artículo anterior: los pensionados se debaten entre comer o sanarse; pero, cumplir con las dos necesidades, al mismo tiempo, es casi imposible.
También recordé el cuento de una amiga que, como sus padres no viven en el país, es la persona autorizada por el Seguro Social para cobrarles la pensión; con la poca suerte de que, para hacerlo, tiene que visitar dos bancos distintos. Con el agravante, además, de que uno de los bancos –que pertenece al Estado- le impone un límite de retiro diario por la falta de billetes, por exceso de los de baja denominación o por cualquier otra excusa que “por órdenes superiores” se les ocurra dar. El asunto es que, los días como el de hoy, cuando los viejitos cobran lo que por derecho le corresponde, ella, mi amiga, debe armarse de paciencia, pedir permiso en el trabajo y justificar que durante una semana estará ausente por dos o más horas porque tiene que ir a cobrar la pensión de su papá al banco “rojo rojito” del régimen donde, sentada, refunfuñando, observa con rabia el cartel donde aparece el Difunto ex presidente burlándose de cada uno de los que esperan su ración de billetes de Bs. 10.
No hay efectivo en el país. ¡Quién lo diría! Y por eso, los cajeros automáticos y las agencias bancarias están imponiendo un límite diario de retiro. A algunos bancos, tengo entendido, les están enviando la remesa completa para que los jubilados se lleven todo su dinerito de una sola vez. Porque, a pesar de que estas cuentas también pueden tener tarjetas de débito asociadas; lo cierto es que, muchos de estos adultos mayores, por la razón que sea, se niegan a utilizar los ATM y los puntos de venta para hacer sus transacciones.
Nuestra crisis, para que no dudemos de que es en absolutamente todos los órdenes, tenía que empeorarse con la falta de papel moneda. Como si las cosas no fueran ya en extremo difíciles, la falta de efectivo también hace su aporte. Y pongamos un ejemplo sencillo: los estacionamientos de Caracas. La mayoría, solo acepta efectivo. Por más que los usuarios supliquemos, roguemos e imploremos que pongan en las taquillas de cobro un punto de venta, no hay forma de sacar el carro del estacionamiento sin los dos mil bolívares, ¡en efectivo! reglamentarios. Pero, la misma queja la formulan quienes tienen que abordar una camionetica de transporte público suburbano. El pasaje les cuesta más de lo que ellos logran sacar del cajero, después de hacer una cola larguísima, en la que corren el riesgo de que, cuando les llegue el turno, aparezca en la pantalla la temida frase “Fuera de Servicio”.
Los venezolanos que insistimos en permanecer en el país, estamos sometidos, constantemente, a unas pruebas de resistencia que se asemejan más a las competencias de sobrevivencia de los reality show que a la vida normal que debería llevar un ciudadano común, en un país normal, donde todo funcione como debe ser. Cosas tan simples como pagar el pasaje de la camionetica o el ticket del estacionamiento, se vuelven una odisea si, por mala suerte, a la hora de pagar, abrimos la cartera y descubrimos que solo tenemos 10 billetes de cien.
Es verdad que incluso ahora, en el mundo entero, muchas operaciones se están haciendo en Bitcoin, una criptomoneda electrónica que jamás será impresa por la Casa de la Moneda y que está volviéndose tan apetecible como el dólar o el euro. Pero, el asunto es que, en nuestro país, con el incuestionable retraso y deterioro que sufrimos, para pagar dependemos de unos puntos de venta cada vez más obsoletos y dañados; o de las transferencias electrónicas que no siempre podemos hacer porque no hay internet; o de las aplicaciones de los bancos que descargamos en nuestros teléfonos celulares, que necesitan, a su vez, la tecnología que puedan ofrecer unas operadoras que hacen maromas para brindar un servicio medianamente decentes y que cobran unas tarifas con las que no pueden hacer inversiones porque el gobierno no les permite aumentar.
Como verán, es tan solo una de las aristas de este gran problema económico que nos asfixia. Quizá, ante la falta de efectivo en los bancos, no estemos afrontando el problema con creatividad. Mientras espero para pagar el ticket del estacionamiento, con los 20 billetes de 100 –sí de 100, ese al que Maduro le ha prorrogado la vigencia el mismo número de veces de su denominación- se me ocurrió un emprendimiento: ¿qué tal si los estacionamientos, camioneticas que cubren las rutas suburbanas, los bomberos de las estaciones de gasolina y hasta los empaquetadores de los automercados (cuyas propinas son en efectivo y nada despreciables) se transforman en las nuevas agencias de los principales bancos del país? ¡Tal vez a la gente de la Sudeban no se le ha ocurrido y mi idea termine recibiendo un premio como el emprendimiento del año!
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