Solía ocurrir, como en el resto del mundo democrático, los integrantes del parlamento venezolano fueron objeto del sistemático seguimiento no sólo de la prensa especializada, sino de importantes instituciones universitarias, incluso, foráneas. Al concluir el siglo XX, el por entonces denostado Congreso de la República reportaba una data importante en relación a la trayectoria personal, experiencia laboral y niveles académicos, entre otras facetas, de los senadores y diputados, por muy modesta que fuese una determinada personalidad o muy mínima la fracción a la que adscribía.
Algo distinto ocurre con la actual Asamblea Nacional, en medio de las consabidas y amargas vicisitudes que confronta, como acaece con todo el país. Demasiado poco se conoce del parlamentario opositor promedio (POP), de su real vocación y talento, o de sus fallas y aciertos.
Por lo pronto, es necesario destacar que el desempeño parlamentario se ha convertido en toda una hazaña al estimar tres factores que, por obvios, pasan con facilidad por debajo de la mesa: por una parte, el más importante, preponderante y decisivo, consiste en la deliberada confabulación y continua agresión de la dictadura, desconociéndola, contra toda labor parlamentaria; por otra, quebrantadas las tradiciones republicanas que incluyen las viejas prácticas de los legisladores, mejoradas de generación en generación antes de 2000, todavía estamos en el difícil trance de retomarlas, actualizarlas y compartirlas, varias veces emulando – es necesario reconocerlo – los hábitos del oficialismo; luego, están las condiciones socio-económicas. Huelga comentar, el POP no es el extraterrestre que muchos suponen, ya que sufre, como el resto de los venezolanos, las consecuencias de esta monumental crisis que nos tiene por rehenes.
Ya no hay empresa aérea, pública o privada que le facilite un cupo para su traslado a Caracas, con el fin de sesionar, si es que puede sufragar el altísimo costo del boleto, por lo que debe aventurarse en un autobús, de hallar asiento, por las maltrechas y peligrosas carreteras venezolanas, pues, el automóvil se ha quedado en casa, deteriorándose aún más, por falta de repuestos, cauchos, combustible, si no ha tenido que venderlo para completar el presupuesto familiar al que ya no aporta por su anterior desempeño profesional, resignado a no percibir el debido salario desde hace más de un año. A los gastos de hospedaje y alimentación, si es recibido por un hotel que todavía no haya sido advertido por el Sebin, cuando no se trata de una humilde pensión, se suman los del traslado en la ciudad capital, muchas de las veces evadiendo o confrontando a los grupos violentos y literalmente armados el oficialismo, pues, contrariando cierta percepción común, el POP no cuenta con chofer y guardaespaldas, fondos para amanecer en un lujoso restaurant o superar cualquier vicisitud médica, allende los mares.
Reduciendo el caso al absurdo, habrá quienes prediquen que las curules deben ocuparlas aquellos que puedan costearlas y, si fuese el punto, tendríamos que subastarlas principalmente entre los privilegiados del poder establecido y sus cómplices. Además, buena parte de los actuales POP, según nuestra improvisada encuesta personal, antes de 2015, tuvieron un estable y rentable desempeño profesional que también sacrificaron por sus funciones asamblearias, aunque – de todos modos – el descenso era inevitable y lo peor hubiese sido que no pelearan, como – en efecto – ahora lo hacen.