Emmerson Mnangagwa, el “Cocodrilo” que regresó para vengarse de los Mugabe

Emmerson Mnangagwa, el “Cocodrilo” que regresó para vengarse de los Mugabe

  Emmerson Mnangagwa REUTERS/Philimon Bulawayo/File Photo
Emmerson Mnangagwa REUTERS/Philimon Bulawayo/File Photo

 

Cuando el presidente de Zimbabue, Robert Mugabe, destituyó a su vicepresidente Emmerson Mnangagwa para favorecer las ambiciones de poder de la primera dama, Grace Mugabe, olvidó que el sigilo y los ataques por sorpresa contra oponentes políticos le valieron a su antiguo aliado el apodo de “Cocodrilo”.

En su única comunicación desde que fue cesado, Mnangagwa prometió que regresaría de su exilio en Sudáfrica para “volver a controlar los resortes de nuestros bellos partido y país” y los militares le han hecho el trabajo sucio: deshacerse de los Mugabe para que su partido, la Unión Nacional Africana de Zimbabue-Frente Patriótico (ZANU-PF, por sus siglas en inglés) lo nombre nuevo líder.





Desde aquel comunicado no se ha vuelto a saber nada del político, de 75 años, un veterano de la guerra de liberación que desarrolló fuertes lazos con el Ejército durante su etapa al frente del Ministerio de Defensa.

Ni siquiera después de ser designado número uno de la ZANU-PF de forma provisional y candidato para las presidenciales de 2018 el también exministro de Justicia y portavoz del Parlamento ha roto su silencio.

Aunque ahora es visto como el salvador de la democracia zimbabuense y es vitoreado por los mismos que se manifiestan contra Mugabe, Mnangagwa tiene un pasado oscuro: como ministro de Seguridad tras la independencia en 1980 jugó un papel clave en la matanza de más de 20.000 miembros de la etnia Ndebele.

La llamada operación Gukurahundi, que muchos califican de genocidio, fue una purga étnica contra simpatizantes de la Unión del Pueblo Africano de Zimbabue (ZAPU), que se saldó con la fusión de la formación con la ZANU-PF y le valió a Mugabe su ascenso definitivo a la Presidencia, ya que hasta entonces gobernaba como primer ministro.

A pesar de esto, Mnangagwa aseguró que en los últimos tiempos se había vuelto “suave como la lana”. En el funeral de su hermano, en 2010, dijo: “Para los que fuimos instruidos para destruir y matar y hemos visto la luz en los últimos años de nuestras vidas, nuestra recompensa está en el cielo”.

Sin embargo, el nuevo líder de la ZANU-PF habría tenido entre ceja y ceja otra recompensa más terrenal: su nombre ha estado vinculado desde hace años a posibles pactos y conspiraciones para acabar con el reinado de Mugabe y ascender así a la Jefatura de Estado.

Estas teorías, unidas a las que lo situaban como un paciente aspirante a sucesor del aún jefe de Estado, de 93 años, tras su muerte, desencadenaron la ira de Grace Mugabe, que también soñaba con heredar la presidencia de manos de su marido.

Después de conseguir en 2014 una vicepresidencia que creía ganada, Grace Mugabe inició una campaña pública de desprestigio contra él hasta tal punto que la primera dama se tomó como una amenaza velada una foto publicada en tono jovial en la que Mnangagwa sostenía una taza con la inscripción: “Yo soy el jefe”.

La campaña tuvo un punto de inflexión cuando Mnangagwa fue hospitalizado de urgencia con síntomas de haber sido envenenado tras un mitin de Grace Mugabe, lo que el entonces vicepresidente consideró como un intento de asesinato.

Tan solo un día después, fue destituido. Grace Mugabe interpretó su silencioso exilio como una victoria, pero los viejos aliados de Mnangagwa en las Fuerzas Armadas apenas tardaron una semana en alzarse contra el Gobierno y detener al presidente, a la primera dama y a sus ministros afines en respuesta a las purgas en el seno de la ZANU-PF.

El nombre de Mnangagwa sale ahora en todas las quinielas para encabezar un Gobierno transitorio de concentración hasta las presidenciales del año que viene, en las que tratará de conseguir su sueño de convertirse en presidente de Zimbabue después de eliminar de una vez por todas a sus adversarios políticos. EFE