No es muy científico, pero en la imaginación podemos encontrar un valioso recurso para el análisis por analogía. Eso es exactamente lo que intentaremos hacer en esta oportunidad, así que los invito a que me acompañen en un breve ejercicio, del cual, cada uno podrá aprovechar su propia conclusión.
Empecemos por personificar a la política venezolana, representándola en aquél venezolano que todos recordamos, ese de final de los años noventa, pudiera ser el padre de su hogar, caracterizado por ser muy trabajador, pero que también se podía dar y disfrutar algunos gustos, el mismo que compartía todo con su familia y amigos. Un día, ese venezolano decidió regresar al restaurante de costumbre, así que se vistió con sus mejores galas y manejó hasta allí en su cómodo vehículo dispuesto a celebrar, no sabía muy bien por qué festejar, podría ser por el futuro, al fin de cuentas, los últimos años los había sorteado con muchísimo trabajo y el nuevo milenio se anunciaba muy prometedor para toda su familia.
Ese día, se le antojó probar algo nuevo, algún plato que todavía no hubiera degustado, algo que fuera distinto a los tradicionales platos blancos o verdes que acostumbraba ordenar, así que se lo comentó al mesonero, y este, a pesar de ser nuevo, ya que apenas lo había visto antes por allí, le sonrió con complicidad y con mucha experiencia le argumentó que debía buscar otra carta, una dirigida a comensales especiales. Pero, justo en el momento en el que aceptaba, algo ocurrió, nunca supo cómo, pero provocó que un vaso de agua se derramara en las impecables ropas de nuestro comensal, quien enérgicamente se levantó dispuesto a secarse lo más rápido posible para no arruinar la celebración. Los demás comensales se giraron de inmediato, en otras mesas interrumpieron sus conversaciones y hasta le ofrecieron ayuda al venezolano que intentamos imaginar, aunque no fue necesario, ya que en poco tiempo nuestro amigo estaba sentado de nuevo y el mesonero lo atendía con una cortesía casi empalagosa, mientras colmaba la mesa con los abrebocas y bebidas acostumbradas en los bochinches venezolanos.
En breve, el venezolano estaba dispuesto a ordenar su plato principal y como quería algo nuevo, el mesonero le ofreció un plato rojo, lo que provocó que nuestro comensal se alarmara inmediatamente, interrumpió al mesonero, siempre con mucha educación, diciéndole, que no estaba dispuesto a tragarse nada parecido al comunismo, nada que fuera rojo, ni mucho menos, que tuviera ese amargo sabor a dictadura, pero, el mesonero enseguida lo tranquilizó y lo convenció para que no se preocupara, se trataba de un plato parecido, pero no tenía nada que ver con esas comidas tan temidas, si confiaba un poco, podría demostrarle que el plato que le estaba ofreciendo estaría rebosante de democracia, es más, ni siquiera se trataba de un plato rojo sino de uno de color vinotinto, el mismo color con el que Venezuela empezaba a identificar a sus selecciones deportivas, por lo que el venezolano un poco más calmado le permitió al mesonero que lo sorprendiera, mientras le aseguraba que solo tendría una oportunidad.
Finalmente, apareció el mesonero con una bandeja repleta, y al presentarle el plato, se despertaron todos los instintos de nuestro amigo, éste se encimó inmediatamente sobre la mesa a la vez que abría los ojos con muchísima sorpresa, se vio ofreciéndole halagos al mesoneros y salivando ante la exquisitez que estaba por devorar, parecía que sería otro plato de saludable comida casera, y sin embargo, todo su cuerpo se preparaba para el exceso. Se trataba de una presentación en base a una salsa caliente de renta petrolera, que garantizaba darle el mejor sabor a los ingredientes del platillo. El primer bocado lo percibió como una explosión de sabores, así que se propuso intentar descubrir que ingredientes conformaban el plato que degustaba ¿Acaso se trataba de participación popular? ¿Sería el sabor de las reformas? Y bocado tras bocado, repetía la experiencia. Nuestro amigo no se podía contener, masticaba y tragaba tan rápido como podía, dándole sorbos a las copas de corrupción que desde ya empezaban a hacer fuertes efectos en su organismo.
De repente, cuando aún no llevaba ni la mitad del plato, algo le cayó pesado, no sabía de que trataba, pero le pareció que cuando había empezado a morder la reforma educativa, algo en su organismo le empezó a alertar, tal vez se estaba por ahogar con la presa de reestructuración de la empresa petrolera, lo cierto, es que el venezolano se sintió sin respiración y se tuvo que levantar. Ahora estaba molesto con el mesonero, podría ser porque se sintió engañado, ¿Dónde estaba la democracia en el platillo? Así que le exigió al mesonero que se fuera, solo para que luego regresara disculpándose, con una jarra llena de la cristalina agua de la fuente de las promesas por cumplir. Nuevamente, nuestro amigo se sentó asegurándole al mesonero que sólo tendría la cortesía de terminar su plato.
Ya saciado con los sabores del clientelismo, y luego del incidente de pesadez con la empresa petrolera, lo adecuado habría sido pedir la cuenta, pero el mesonero supo convencer a nuestro amigo para que ordenara un nuevo plato, incluso le señaló que el comensal cubano ya había ordenado seis o siete platos parecidos, así que con facilidad nuestro comensal podría comer un plato adicional. Pero, cuando se giró a contemplar al comensal cubano, lo que le llamó la atención fue ver a su mesonero alimentando al cubano, cual niño que no se quiere terminar su plato.
El nuevo plato ya estaba en la mesa, y el mesonero ya lo empezaba a llamar por su nombre, al parecer se trataba de un plato de Socialismo del Siglo XXI o simplemente de Socialismo, y ahora se ofrecía acompañado de Patria y de Muerte. Casi como sonámbulo, el comensal venezolano, que ya se había embriagado con el dinero de la corrupción y atragantado con los pasapalos del narcotráfico intentaba identificar los ingredientes de su nueva ración de socialismo, intentaba encontrar los sabores revolucionarios que había probado antes, pero en esta oportunidad los sabores socialistas resaltaban mucho más: el control cambiario, las expropiaciones, la censura, la represión, la inseguridad; todos los sabores empezaron a ser desagradables y súbitamente, lo saboreó, un bocado de reelección indefinida que, casi seguro, no había pedido.
Al mesonero ya no se le veía por ningún lado, el comensal venezolano solo quería pagar para poder retirarse, porque francamente, ya se sentía algo más que mareado. Había sido, hasta el momento, una buena celebración, aunque ya se había extendido mucho y eventualmente tocaría descansar para poder presentarse de nuevo en el trabajo. Pero, cuando el venezolano empezó a llamar al mesonero en voz alta, apareció otro mesonero, uno que no conocía y que le colocó otra orden de socialismo sobre la mesa ¿Qué ocurría? El venezolano ya no estaba convencido de haber ordenado otro plato de socialismo. Ahora estaba ebrio y molesto ¿Dónde estaba su mesonero? Ya no quería volver a probar la censura, las expropiaciones, el control cambiario o la represión, pero el mesonero le insistió, así que el lastimado comensal decidió comer, tan sólo medio plato, se dijo, pero con cada bocado le aumentaban las nauseas que le producían los nuevos sabores, que posiblemente siempre estuvieron allí: presos políticos, persecuciones, exilados, escasez; la abundante democracia ahora solo parecía control social.
Ya nuestro amigo imaginario, no lucía como cuando llegó al restaurante. Se había aflojado el nudo de la corbata, tenía la camisa por fuera, manchada de los tragos de corrupción derramados y de la grasa de los pasapalos de narcotráfico, se había desabrochado el botón del pantalón para poder tragarse su socialismo, y ya, hasta se había quitado la chaqueta de la institucionalidad. Se trataba de otra persona, una que ahora lucía totalmente dislocada y borracha.
Ahora, los otros comensales ven desde sus mesas los lentos movimientos del venezolano, mientras que él, apenas logra coordinar algunos pensamientos con acciones poco coherentes. En su cabeza, las imágenes dan vueltas y le parece que nada le es estable. Su conciencia le dice que está por correr al baño a vomitar un estallido social, pero, a pesar de estar tan borracho, aún le preocupa lo que los comensales de la mesa europea puedan decir, o sus amigos americanos, ya que el comensal gringo parece algo molesto ¿Qué dirán en el trabajo? Podría ser peor, ¿Acaso están dispuestos a mandar al venezolano a su casa por la fuerza? Ya sólo se trata de los pensamientos de un borracho que apenas tiene conciencia y que en una sola noche se gastó todo el dinero que le habían prestado los comensales que le observan mientras hablan.
El mesonero, por su parte, parece cada vez más dispuesto a que el venezolano se termine todo el plato de socialismo, casi como si su vida dependiera de ello, incluso se ha encargado de darle la comida en la boca, como aprendió del mesonero del comensal cubano. De hecho, ahora que el mesonero atraganta al comensal bocado a bocado, le ha hecho la promesa (transformada en amenaza) de traerle un nuevo plato de socialismo. Pero, la conciencia de nuestro amigo imaginario parece no aguantar, la última imagen que recuerda, proviene del otro extremo del salón, desde donde los comensales rusos y chinos le envían, con una sonrisa, tragos de corrupción para brindar, seguramente, porque durante la velada le ganaron en una apuesta el vehículo de producción petrolera en el que llegó.
La preocupación del comensal pareciera que empieza a centrarse en cómo regresar a su casa, ¿Acaso le quedará algo de dinero para pedir un taxi? Puede que ni siquiera le permitan subir al transporte público en las condiciones en la que se encuentra, incluso, lo mejor sería utilizar sus propios medios para regresar, tal vez el aire fresco le permita recuperarse un poco y aunque no llegue a casa, cualquier esquina podría servir para recibir la resaca. Sabemos que en sus condiciones lo que corresponde es preocuparse por desintoxicarse, por lo que, la conciencia ahora se debate entre pedir una hamburguesa de abstención, con la esperanza de que provoque un vomito en condiciones controladas o pedir una pizza de elecciones presidenciales que puede guardar en el refrigerados mientras se termina este plato de socialismo.
Llegado a este punto, el mesonero, que antes no conocía, le insiste al comensal para que no vea la cuenta de sus excesos, de las raciones de socialismo que pidió, una tras otra, más bien, intenta convencerlo de que ya había ordenado otro plato de socialismo, pero el venezolano ya no sabe cómo podría terminar otro plato del vomitivo menú, convencido que en poco tiempo tendrá la nueva ración frente a él. Quienes antes lo acompañaban, ahora se sientan en otras mesas, nadie quiere pagar por el exceso socialista, incluso los hijos del comensal venezolano sintieron tanta vergüenza de su padre que prefirieron sentarse en las mesas de sus vecinos y ahora sólo le acompaña su paciente y complaciente esposa opositora.
La imaginación, como recurso, siempre puede ir un poco más allá, por lo que, aprovecho este ejercicio que acabamos de realizar para preguntarte: Si tú fueras ese comensal venezolano que nos dedicamos a imaginar ¿Qué sería lo próximo que harías? Incluso pudiera preguntarte ¿Qué sería lo próximo que permitirías? ¿No estarías ya lo suficientemente atragantado de socialismo, como para permitir que te sirvan un nuevo plato?
Por mi parte, estoy convencido que debemos dejar de atragantarnos de socialismo y levantarnos para regresar, como sea, a casa (plan táctico-estratégico), terminar este despilfarro de escasez, para que mañana podamos asumir las consecuencias: trabajar, si aún nos queda trabajo o conseguir uno nuevo (sector turismo, por ejemplo) acompañado de una dieta y ejercicios de conciencia político-social, para poder vestirnos nuevamente con las ropas propias de las instituciones democráticas.