Hace 30 años Mikhail Gorbachov apreció que el estancamiento económico, el atraso tecnológico y el deterioro en la calidad de vida, señalaban la senda hacia el abismo de la Unión Soviética. Entendió que nada mejoraría mientras persistiese el monopolio estatal en todas las esferas de la economía, la inexistencia de estímulos privados para un alto rendimiento, la corrupción oficial y el descomunal gasto militar. Trazó una nueva hoja de ruta bajo las consignas de Glasnost (transparencia, apertura) y Perestroika (restructuración del sistema económico), en un intento por oxigenar la praxis marxista-leninista. La enfermedad no tenía cura, era terminal, pero se abrió el camino hacia una economía liberal y mejores condiciones de vida para los ciudadanos.
La Venezuela de hoy ha caido incomparablemente más que la Unión Soviética. Está en el abismo, su tragedia es inédita, la mayor de las debacles históricas del comunismo: industrias básicas destruidas (petróleo, gas natural, minería, electricidad), 150 millardos de dólares de deuda externa, míseras reservas internacionales, producción privada fantasmal, hambre por escasez y precios inalcanzables de los alimentos, mendicidad extendida, agonías por carencia de medicinas y cuidados hospitalarios, sagaz desnutrición infantil, antiguas epidemias reinstaladas, escasos medios de pago, emisión alucinada de papel moneda inútil frente a la hiperinflación, signo monetario demolido, desinstitucionalización del Estado, fuerza pública acorralada por narcos y pranes, geografía convertida en santuario del tráfico de drogas, carreteras y calles ruinosas, transporte terrestre y aéreo caótico…todo bajo el imperio de una élite enriquecida. Y en el plano político: crímenes de lesa humanidad.
Del cretinaje imperante no podía esperarse un Gorbachov que previniese este desastre. Es insostenible y es tarea de todos, civiles y militares, detenerlo antes de que desemboque en mayor tragedia. A cien años de la revolución comunista, nuestra desventura alecciona al mundo sobre la mentira y la vileza que escondía la promesa redentora de 1917.