En las horas que me ha tocado escribir este artículo ha sido interrumpido múltiples veces, la saboteadora ha venido siendo una algarabía que insiste que la tomen en cuenta. Esta celebración fuera de lugar está llena de música, consignas trilladas y es impulsada por quienes proclamaron que no participarían en ella, al menos no nuevamente; pero la ocasión se precipita y todos debemos bailar a su ritmo. ¿Cuál es este acontecimiento tan inexorable? ¡Pues obvio! ¡El de una nueva parranda electoral decembrina!
Sarcasmo aparte, la realidad es de veras una cosa más extraña que la ficción. Después de un plebiscito exitoso el 16 de julio de este año y las simulaciones electorales del 30 del mismo mes y el 15 de octubre, pareciese que ningún sufragio en Venezuela hiciese diferencia alguna para los ciudadanos. La Asamblea Nacional ignoró el mandato popular y ahora tiene un régimen de tiempo compartido con la Asamblea Nacional Constituyente. La Constituyente hace todo lo que la dictadura ya hacía antes. Los gobernadores, al igual que siempre, son unos lastimeros receptores de las dádivas del Ejecutivo Nacional. Ahora bien, considerando tales precedentes; las próximas elecciones municipales parecen ser la reiteración del chiste ¿quieres que te cuente el cuento del Gallo Pelón?, una cuestión que emerge para no darle respuestas a nadie.
El juego político con la esperanzas de la gente es válido en tanto haya instancias creíbles para hacer cumplir sus aspiraciones. En la Venezuela de hoy, la institución del voto, aún con el valor intrínseco que ésta pueda tener; es una pantomima que genera vergüenza tanto en el territorio nacional como en el exterior. Así las cosas, es imposible creer en el sufragio cuando está desprovisto de transparencia. Sin embargo, siempre habrán los actores que vociferan lo contrario, que el voto es voto a pesar de lo que sea. Éstos son los que se pavonearán y agitarán en las tarimas antes de la elección y que, una vez transcurridos los comicios, nos hablarán sobre claudicación estratégica o humillación necesaria.
En el ínterin, el tiempo sigue transcurriendo y es mortal para todos los venezolanos. Entre pitos, consignas y comandos de campaña, la ciudadanía se desvanece en la mengua, la enfermedad, la pobreza, la carestía y la migración masiva. La clase política formal habla en términos que nadie entiende. Los representantes de la dictadura están con su propaganda y batallas intestinas. Los representantes de la oposición están invirtiendo en otro ensayo de diálogo con objetivos que son disímiles a los del pueblo. Sea de un lado o el otro, los problemas los agravan en conjunto, el primero por acción y el segundo por omisión. Lo peor de toda esta situación es que luce como un laberinto sin salida. No puede ser de otra manera cuando la única propuesta es participar en una elección amañada tras otra.
No podemos seguir en negación de la naturaleza de lo que el país enfrenta, hacerle coro a la frase todas las dictaduras salen con votos hasta que se vuelva realidad o continuar con un ejercicio electoral que es un insulto para la propia institución. Cuando nos vemos arrebatados de república y democracia es inaceptable pensar que la tiranía entregará voluntariamente los medios para su disolución. Hay que analizar nuestro contexto y no creer en soluciones fáciles, nuestro drama no se terminará poniendo una papeleta en una caja electoral y eso hay que aceptarlo.
La dinámica política en Venezuela cambió a partir de la victoria opositora en las elecciones de 2015. Desde ese entonces, todos los espejismos se han desvanecido. Hoy por hoy, tenemos una Asamblea Nacional de cartón junto a una Asamblea Nacional Constituyente de plástico. El Poder moral es totalmente inmoral. El Poder Electoral es un ministerio más con fraudes comprobados. El Poder Ejecutivo regional y municipal son cascarones incapaces de mejorar ni una sola vida. Todo el poder del otrora estado venezolano está concentrado en el Ejecutivo Nacional y las Fuerzas Armadas. Tales hechos son la mayor prueba que con la derrota de la dictadura en las elecciones parlamentarias, ésta se percató que las elecciones auténticas ya no le sirven, y por ende, no puede haber duda que no permitirá que las mismas transcurran de nuevo.
Es necesario ya apagar la música y terminar la fiesta. La lucha es otra, aquella acción popular de masas debidamente coordinada y pensada. Nadie en este país está genuinamente feliz o contento a menos que viva en una burbuja. Acá no hay nada que celebrar entre tantos que hemos perdido por represión, hambre, inseguridad o virulencia. Señores de la clase política formal, por favor ahorrense el dinero que gastan en panfletos o cornetas móviles. Úsenlo para algo bueno. Alivien un poco las carencias de los más necesitados. Sirvan de verdadero apoyo a la ciudadanía en esta calamidad. Amilanen tanto desengaño y burla que le han hecho al pueblo. Háganse merecedores de empatía en vez de tanta repulsa.
Tw: @jrvizca