La nave Voyager 1 de la NASA, la única que ha salido del sistema solar y ha llegado al espacio interestelar, ha conseguido encender con éxito cuatro pequeños propulsores que habían estado más de 37 años apagados. La operación permitirá que la nave siga enviando datos de la región del espacio donde se encuentra, hasta ahora inexplorada, antes de perder definitivamente el contacto con la Tierra.
Lanzada en 1977, la Voyager 1 exploró Júpiter, Saturno y sus lunas antes de desviarse hacia el norte y alejarse del plano en el que orbitan los planetas. Actualmente está situada a unos 20.000 millones de kilómetros de la Tierra y es la nave que ha llegado más lejos, así como la que se está alejando más rápido. Sus observaciones son útiles para comprender cómo es y qué ocurre en la última frontera del sistema solar, allí donde la presión del viento solar se equilibra con la presión que viene del medio interestelar.
Los ingenieros del centro de control de la misión en el Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL) de la NASA en California han advertido que los propulsores utilizados para mantener la nave bien orientada en el espacio se han estado deteriorando desde el 2014. Si la Voyager 1 pierde la capacidad de orientarse, su antena dejará de apuntar hacia la Tierra y se perderá el contacto con ella. Según ha informado la NASA en un comunicado, los responsables de la misión reunieron a un grupo de expertos en propulsión para analizar qué opciones tenían. Consensuaron una solución poco convencional. Intentarían encender otros cuatro propulsores que la nave llevaba a bordo. Los llevaba sólo para ajustar su trayectoria al aproximarse a Júpiter y Saturno y no se habían encendido desde el 8 de noviembre de 1980. Nadie sabía si aún funcionarían.
“El equipo desenterró datos de hace décadas y examinó software que estaba codificado en un lenguaje antiguo”, declara en el comunicado Chris Jones, ingeniero jefe del JPL. Cuando estuvieron seguros de cómo hacerlo, enviaron instrucciones a la nave para que encendiera los propulsores el 28 de noviembre en pulsos de diez milisegundos. Tuvieron que esperar 19 horas y 35 minutos a que las señales llegaran desde la nave a la Tierra.
Lea más en La Vanguardia