Durante décadas, los exiliados cubanos en Miami soñaban con el día en que Fidel Castro moriría. Imaginaron que los cubanos se levantarían contra la dictadura comunista que él impuso.
Por columna Bello en The Economist | Traducción libre del inglés por lapatilla.com
Sin embargo, cuando hace un año las cenizas de Castro fueron enterradas en su mausoleo, fue un anticlímax. Su hermano, Raúl, que ahora tiene 86 años, ha estado a cargo desde 2006. Por un tiempo, pareció ofrecer la perspectiva de una reforma económica de largo alcance. Ahora, mientras se prepara para renunciar como presidente de Cuba en febrero, está legando meramente estabilidad y quietud.
La retirada planificada de Raúl Castro no es total; permanecerá como primer secretario del Partido Comunista gobernante durante tres años más. Debe abandonar la presidencia mientras Cuba está lidiando con dos nuevos problemas. El primero es la reversión parcial por parte de Donald Trump de la histórica apertura comercial y diplomática de Barack Obama a la isla, que reducirá los ingresos del turismo. El segundo es la secuela del huracán Irma, que en septiembre devastó gran parte de la costa norte y varios centros turísticos. Eso ha provocado que especulen en Miami de que Raúl podría quedarse.
Eso es malinterpretar al hombre. En su década en el poder, Raúl Castro se ha esforzado sobre todo por institucionalizar el régimen comunista cubano, reemplazando el caprichoso carisma de Fidel con una administración ordenada y un liderazgo colectivo. Ha preparado como su sucesor a Miguel Díaz-Canel, un ingeniero de 57 años que ya ha asumido muchas funciones públicas. Sin embargo, como presidente, la autonomía de Díaz-Canel será limitada. Él es sólo uno de un grupo de burócratas y generales del partido que son el verdadero poder en Cuba, reemplazando constantemente a la generación histórica (aquellos que lucharon en la revolución de 1959), quienes están muriendo.
La nueva generación enfrenta un dilema agudo. A pesar de la ayuda de Venezuela, que ahora ha caído a la mitad de su nivel máximo, Cuba sigue siendo incapaz de producir gran parte de la comida que consume o pagarle a su pueblo más que salarios miserables. Es por ello que Raúl abrazó las reformas de mercado, aunque mucho más tímidas que las de China o Vietnam. Más de 500,000 cubanos ahora trabajan en un incipiente sector privado de pequeñas y microempresas o cooperativas.
Pero estas reformas generan desigualdad y una pérdida de control estatal. Cuando Obama visitó Cuba en 2016, ofreciendo apoyo a los empresarios y pidiendo por televisión en vivo elecciones libres, el régimen pareció entrar en pánico. Desde entonces, el gobierno ha puesto freno a las pequeñas empresas para detener lo que Raúl llamó “ilegalidades y otras transgresiones”. En otras palabras, el gobierno quiere una economía de mercado sin capitalistas y sin negocios que prosperen y crezcan. No parece estar cerca de abordar las múltiples tasas de cambio (que van de un peso por cada dólar para las importaciones oficiales a 25 para la mayoría de los salarios y precios) que distorsionan ridículamente la economía.
El estancamiento puede dejar intacto el control político del régimen, su prioridad primordial. Pero esto ignora un problema fundamental. Desde la década de 1980, la economía cubana ha perdido terreno en relación con los de otros países de América Latina, como lo muestra un estudio publicado el mes pasado por el Banco Interamericano de Desarrollo. Su autor, Pavel Vidal, fue uno de los asesores económicos reformistas de Raúl y ahora se encuentra en la Universidad Javeriana en Cali, Colombia. Vidal ha ideado estimaciones hasta ahora no disponibles internacionalmente comparables para el PIB de Cuba desde 1970 calculando un tipo de cambio promedio que toma en cuenta el peso de las diversas tasas en la economía.
Vidal encuentra que el PIB por persona en Cuba en 2014 fue de solo $ 3,016 a la tasa de cambio promedio, apenas la mitad de la cifra reportada oficialmente y solo un tercio del promedio latinoamericano. Esto incluye el valor de los servicios sociales gratuitos (como salud, educación y vivienda) que reciben los cubanos. Teniendo en cuenta el poder adquisitivo, el PIB por persona fue de $ 6,205 en 2014, o un 35% por debajo de su nivel de 1985. El señor Vidal continúa comparando a Cuba con otros diez países de América Latina cuyas poblaciones son similares en tamaño. Mientras que en 1970 Cuba era el segundo más rico, solo detrás de Uruguay, en 2011 (el último año para el cual hay datos disponibles) estaba en el sexto lugar en ingresos por persona, después de haber sido superado por Panamá, Costa Rica, República Dominicana y Ecuador.
El declive de Cuba se debe principalmente a la falta de inversión, dice el Sr. Vidal. Pero una población que se encoge y envejece también juega un papel. Vidal encuentra que las reformas han producido un aumento modesto en los ingresos e incluso en la productividad. “Van en la dirección correcta, pero se han quedado cortos”, concluye.
Para el Sr. Díaz-Canel y sus colegas reformistas, el mensaje es claro: la aceleración del cambio conlleva riesgos políticos, pero no hacerlo involucra a los económicos.