No me resulta extraño sino lógico y natural que los venezolanos, a medida que no quedan dudas de que el país ha caído en manos de una banda de socialistas asintomáticos y residuales, recuerden el nombre de Lorenzo Mendoza a la hora de prefigurar un símbolo que los reúna para embestir contra la peor plaga que ha sufrido la República en toda su historia.
Y no hablo del Lorenzo Mendoza profesional de la política -que no lo es-, sino del empresario que, al frente del conglomerado de empresas más exitosos del país, ha sostenido una lucha golpe a golpe, no contra los competidores que son cuantiosísimos, inevitables, deseables y naturales en este tipo de emprendimientos, sino contra un gobierno que, desde un Estado poderoso, alevoso y taimado, ha tratado por todas las vías de aniquilarlo, despedazarlo, engullirlo y enterrarlo.
Se trata –sin que me falten ni sobren palabras-de una épica, de la que deberían librar todos los empresarios del mundo si fueran auténticos guerreros por la democracia y la libertad, y no ávidos acumuladores de ganancias que, no pocas veces, terminan compartiendo con los bárbaros que llegaron al planeta con la saña de retrotraerlo al feudalismo y la esclavitud.
En la Venezuela de Chávez y Maduro, Lorenzo Mendoza y el “Grupo de Empresas Polar” que preside, por el contrario, han decidido dar la cara y luchar por la Venezuela que representan, que es la del trabajo, la del estudio, la del esfuerzo, la de la honestidad, la de la competencia, la de la solidaridad, la de la cooperación, la de la remuneración digna, en fin, que es la que se reinvierte en educación, salud, transporte y bienestar para que padres e hijos puedan elevarse hacia más cultura, civilidad y ciudadanía.
Y sin olvidar que, todas las luchas, y en especial las que atañen a la derrota de la fuerza, el odio, y la violencia, deben desempeñarse con tacto, habilidad, arte y ciencia para que las victorias resulten más sólidas y duraderas.
Es lo propio de quienes apuestan a batallar desde lo construido, desde sistemas que deben garantizar su funcionalidad para que los bienes que producen no sean restados sino multiplicados, y puedan demostrarle al pueblo que su bienestar, es la suma de sus intereses y no puede ser enajenado por fragilidades e intemperancias efímeras.
En este sentido, que el “Grupo Polar” esté ahí, y no haya permitido al socialismo desaparecerlo, es la mejor prueba de que el sistema de producción basado en la propiedad privada, la competencia y la asignación de recursos a través del mercado es inderrotable si, como sucedió en Venezuela, se permite compararlo con los resultados depredadores, destructivos y corrosivos que genera el estatismo, todo estatismo.
Por eso, la tragedia venezolana que aún perdura y no durara mucho en revertirse, ha sido también aprendizaje, enseñanza y universidad que, ha contribuido a que el socialismo desgaste sus últimos argumentos y solo sea visto como lo que es: una monstruosidad.
Y ello es parte del legado que nos da Polar, de la capacidad de resistencia de Polar, que es, como ninguna otra empresa, hija del pueblo venezolano, nunca sometido a otro poder que no sea el de la Ley que prescriben el Estado de Derecho y la Democracia Constitucional.
Lorenzo Mendoza, en consecuencia, resulta un nombre y una figura central al cifrar el hilo fundamental de esta historia, puesto que, pasan ya de 15 los años en que recibió la presidencia de “Empresas Polar” y continúa desempeñándose, sin que desde ningún punto del planeta se haya cuestionado su idoneidad, capacidad, honestidad y competencia.
No es difícil conocer “personalmente” a Lorenzo Mendoza, especialmente si se es miembro del equipo de los 35 mil trabajadores de Polar, si se va al stadium a una final Caracas-Magallanes, al juego inaugural de un campeonato de béisbol o de fútbol infantil o juvenil, o cualquier otro evento cultural o deportivo donde estén involucrados propuestas o prospectos que haya que observar y apoyar.
En medio del más efusivo entusiasmo está siempre atento, preguntando y anotando, y dando la mano de frente, mirando a los ojos y participando de esa afluencia que, en todas las circunstancias, es la que nos define como venezolanos.
Alguna que otra vez también lo he encontrado en reuniones del Press Club, con periodistas que lo conocemos y hacemos “nuestro agosto” haciendo preguntas impreguntables, pero que Lorenzo batea o dribla con particular sencillez y soltura.
Otra cosa es encontrarlo en privado, hit periodístico que debo a Álvaro Jiménez Pocaterra, su tío, con el cual cultivé una amistad de muchos años, admirándolo y compartiendo con players de la talla de Alí Domínguez, Marcel Granier, José Toro Hardy, Antonio Sánchez García y David Morán, ingratamente fallecido hace un año y que apostó a que nos conoceríamos para hacer cosas juntos y creo que acertó, si por “hacer cosas juntos” se refiere a mantenerse en los mismos principios, las mismas ideas, los mismos espíritus y las mismas ganas de ganar que no nos abandonan.
De esas noches, recuerdo, que Lorenzo se mostró interesado en que compartiéramos información sobre nuestros trabajos, del periodismo como poder que es refugio y trinchera de la libertad, y del mundo empresarial que es pilar que debe autenticarse como social, proyectivo y humano.
Un tema de aquel momento, el periodismo digital, la web, la Internet y las redes, y cómo debía la comunicación redirigirse hacia esos nuevos medios para repotenciarse y democratizarse.
Como siempre pasa con los que convivimos en esta Venezuela, promesas de volver a encontrarnos para continuar la conversación y rupturas de las promesas, cuando, el día a día y el vértigo de un “suceder” que nos han hecho adrede esencialmente político, no nos deja ni respirar, ni pensar, ni regresar.
Hoy el nombre de Lorenzo Mendoza está más de moda que nunca, y es porque, en las redes, en los medios, y, sobre todo, en la calle, la gente ha empezado a mencionarlo como el candidato a derrotar a Maduro en las elecciones presidenciales del próximo año.
No necesito invocar la ayuda desde el cielo del inolvidable Álvaro Jiménez Pocaterra, su tío y mi amigo, para que promueva otro encuentro donde comentemos tan sensacionales y novedosos títulos de primera, pues sin preguntárselo, puedo responder que no tiene nada que ver con la campaña, y que, dadas las circunstancias que fueran, jamás dejará los siempre ordenados ciclos de Polar, para internarse en los siempre laberínticos ciclos de Venezuela.
Y no es que, no le gustaría remar en la turbulencia del futuro que nos espera, sino que, siempre preferiría a los políticos profesionales para desenredar el nudo gordiano venezolano, que a empresarios y periodistas que tenemos áreas reservadas en un big game, donde, cada jugador debe hacer lo que sabe hacer, para que gane el equipo.
No se me escapa, sin embargo, que la mención de Lorenzo Mendoza en estos días tiene que ver con los desengaños y frustraciones que se han acumulado contra el liderazgo político opositor tradicional, pero no es cuestión de rotarlo sin que se tengan los sustitutos apropiados, sino de detenerse en los que vienen luchando en los partidos, no solo por derrocar a la tiranía, sino por convertirse en los relevos.
Hay muchos por ahí, dando vueltas, discurseando, hombres y mujeres, de todas las edades y de todos los colores, haciendo fintas, calistenias, nerviosos e impacientes por entrar al campo de juego y hacer lo necesario para que el equipo vuelva a ganar.
Me encontraré con Lorenzo Mendoza en cualquier lugar del stadium, en las gradas, en preferencia, en la casilla de transmisión, coreando, gritando y aplaudiendo a los jugadores y al manager que nos conduzcan hacia la libertad.