Luis Martínez: ¿Cuántos se han ido?

Luis Martínez: ¿Cuántos se han ido?

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El pasado domingo almorcé con mi sobrina Carolina; es ingeniero aeronáutico y tras años de ganar salario mínimo, no poder comprarse casa ni automóvil y “en los últimos meses ni un pantalón Tío”, asaltada dos veces y convencerse que en Venezuela no había ninguna oportunidad para ella vendió lo poco que tenía y se marchó. Insistí mucho para que no se fuera pero de nada valieron mis argumentos acerca de un mañana distinto y más pudo su agobiante realidad.

Hablo con Carolina en la cocina de la casita que rentó en Windenmere –a unas cuatro horas de Miami- sentado en el suelo a pocos pasos el pequeño Fer y me cuenta de las dificultades de los primeros días afortunadamente superadas. Se emociona cuando describe la escuela pública donde ahora asiste mi sobrino-nieto, de su trabajo que ya lo tiene, de sus planes para el futuro. Viéndome a los ojos me pregunta: “Usted tío, ¿sigue pensando que no debí venirme?”. Viéndola emocionada, escuchando a Fer en espanglish de cómo lo busca un autobús amarillo todas las mañanas, de lo sabroso de los desayunos y almuerzos, de la cancha de atrás donde está aprendiendo a jugar futbol –y tiene una tutora puertorriqueña para él y todo gratis Tío, acota Carolina-, observando por la ventana la grama perfectamente cortada de la modesta pero confortable urbanización donde ahora viven –“no se va el agua Tío, no se va la luz Tío, es supersegura Tío, consigo lo que necesite Tío y más bien me vuelvo loca con tantas marcas Tío” recalca- tengo que reconocer que me equivoqué: “Si sobrina, hiciste bien”.





No hay cifras exactas de cuantos se han marchado de Venezuela en los últimos años pero según reportes oscilan entre millón y medio y dos millones los connacionales que se han ido, casi todos jóvenes, buena parte profesionales.

Peor aún; en conversación informal reciente con funcionarios consulares brasileños nos comentaron que con sus pares de Colombia comparten la preocupación de una muy probable oleada de venezolanos que en el 2018 ingresarían por sus fronteras y que estiman pudiera estar entre seiscientos mil y un millón de personas.

Se trata, con los que se han ido, con los que probablemente se irán, de más del 10 % de la población nacional pero sin desmeritar a nadie, de un caudal que pesa más allá del alarmante porcentaje porque son los mejor formados, los de mayor talento, los que mucho pudieran hacer para reconstruir a nuestra nación.

Con la llegada del comunismo a Rusia, la llamada emigración blanca sumó unos dos millones; con el triunfo de la revolución castrocomunista un número similar escapó de la isla. Poquísimos por no decir ninguno regresó; se sembraron en las muchas naciones que los recibieron, prosperaron, nacieron y crecieron sus hijos y tantos han muerto sin volver a su tierra de origen. Los venezolanos en el extranjero pueden duplicar pronto a emigrados rusos o cubanos.

¿Volverá mi sobrina? ¿Volverán nuestros muchachos? Depende, todo depende de cuánto más se prolongue este régimen que a veces pareciera que no solo los propios sino también los extraños juegan a que sea por siempre.

@luisemartinezh