Siempre he afirmado que diciembre viene precedido por un vientecillo que refresca el ambiente mientras se instala una luz en los atardeceres, francamente luminosa. Eso lo he sentido por años.
Y mientras eso ocurre se va imponiendo un tiempo especial que sin lugar a dudas, es lo más venezolano: el tiempo decembrino. Ese de hallacas, pan de jamón, gaitas y villancicos. Mientras de época en época se han ido agregando otras costumbres, como esa de adornos, árbol de navidad, pesebre y celebraciones por doquier. Todo en familia y entre amigos.
El tiempo decembrino en Venezuela es único, no tanto por lo descrito sino también porque despierta en cada habitante el esplendor de la venezolanía. Desde limpiar y pintar la casa hasta reunirse en familia para hacer las tradicionales multisápidas.
Es indudable la influencia europea, africana e indígena en gran parte de ello. Además del claro peso de la cultura católica. Pero todo ello viene siempre pasado por el notable influjo de lo venezolano. Nada tan “Hecho en Venezuela” como el mismo Niño Jesús: “Si la virgen fuera andina y san José de los llanos, el Niño Jesús sería un niño venezolano”
Semejante afirmación es muestra del poder, de la inmensa fuerza cultural de nuestra población. Poco nos falta para declarar a Dios como nacido y criado en nuestra tierra. Así de fuerte son los arraigos de quienes moramos en las tradiciones decembrinas venezolanas.
Los días decembrinos siempre han sido para los venezolanos el cumplimiento de esa majestuosa y a la vez mágica palabra: navidad (nati-vita-te). Reavivamos, renacemos y a la vez, devolvemos buena vida al semejante. Es ese, entre los dones del ser venezolano, el mejor de ello.
Aún en los momentos más dramáticos y precarios, como los actuales, no cedemos en nuestro empeño de una mejor vida. De regalarnos ese espíritu solidario que es, en sí mismo, el sentido de ser libre, tanto porque es condición humana y porque lo llevamos inserto en nuestro ADN social. Es tradición decembrina. Es la época de mayor plenitud espiritual. Y la espiritualidad solamente puede sentirse y expresarse en libertad.
José Rafael Pocaterra en su narración de la Venezuela rural y de la pobreza, construyó la realidad de un niño pobre, Panchito Mandefuá. Su vida terrible de solitario hijo abandonado por el Estado y la Familia, a la vez contrasta con su don de gente. De ser humano dado a compartir su mendrugo de pan.
Hoy, en la Venezuela del siglo XXI hay cientos de miles, millones de Panchitos que van por las calles venezolanas, largando sus “mandefuá” mientras también dejan, de cuando en cuando, dibujar en sus rostros la sonrisa de quienes a punta de hurgar en los basureros, se niegan a ser hijos de la pobreza y el abandono.
Por ellos y por nosotros mismos, es deber humano y moral, continuar. Insistir y seguir insistiendo en la construcción colectiva de una plenitud social verdaderamente humana. Donde la tradición decembrina se sienta en su esplendor. Donde regrese el compartir y sintamos en lo hondo ese sentimiento de familia que es otro de los dones en el venezolano eterno.
Que los días decembrinos no se olviden. Que sigan alumbrando nuestro destino y sean en la mesa familiar, aún sin hallacas, la mano que se acompaña con la otra, y seamos muchos abrazados en un solo corazón y un solo sentimiento, para sabernos fuertes en el poder de nuestra cultura.
Siempre. Siempre habrá un vientecillo fresco que anuncia el esplendor luminoso de la navidad.
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