Hay cuatro fechas significativas, celebradas y vapuleadas a la vez por los estamentos políticos, ya que el resto del país todavía no las hace definitivamente suyas – siéndolas – al pesar demasiado la larga tradición del respetabilísimo y nunca bien ponderado día feriado. Las del 23 de enero, 19 de abril, 1º de mayo y 5 de julio que se extravían en el discurso oficial de gobierno y oposición, pugnan ya demasiado por hacerse vivas y palpables en el sentir cotidiano.
Se acerca, nada más y nada menos, que el 60º aniversario de la caída de Pérez Jiménez y algo inventará esta dictadura para digerirla y, como siempre, hacerla antesala de los actos ya de Estado del 4 de febrero. Seguramente incurrirá en una marcha de apoyo hacia Miraflores y aguarle, a su paso, la fiesta a la Asamblea Nacional, en cuyos jardines no cupo la gente al instalarse el 5 de enero de 2015, convertido en un gran sarao de ocasión, y, en la más reciente, la soledad cundió por sus más acendrados rincones, pues nadie va al centro histórico de Caracas sin la mínima garantía de seguridad, incluyendo a los más arrojados críticos de las redes sociales.
Después del discurso de Luis Castro Leiva en 1998, en la plenaria parlamentaria de entonces, no ha habido un orador tan profundo y clarividente, acertado y preciso que lo haya igualado. Es difícil, cierto, conseguirlo y, aunque no demeritamos a nadie, elegirlo comporta una gran responsabilidad.de acuerdo a las apremiantes circunstancias que bien merecen una interpretación que reoriente, antes que nada, a la dirigencia política de oposición o al específico sector que ha fracasado en República Dominicana.
Érase el 23 de 1959 y, planteados los nombres de Miguel Otero Silva y José Luis Salcedo Bastardo, reservándose la estridencia ilustrada de Domingo Alberto Rangel para agasajar a Fidel Castro en el hemiciclo, días después, el Congreso hizo caso de la propuesta de Rafael Caldera: ambos debían hablar y hablaron. Instalándose apenas la corporación, no existía Reglamento alguno de Interior y de Debates, pero la sensatez, cosa que no se entiende sin la madurez, se impuso con la más amplia consulta de las fuerzas e individualidades que componían a ambas cámaras, incluyendo a genuinos héroes de la resistencia.
El 23 de 2018 luce diferente y, en lugar de Enrique Aristeguieta Gramcko, el único sobreviviente de la Junta Patriótica, al parecer, será Ramón Guillermo Aveledo, a quien muy pocos pueden cuestionar por su trayectoria parlamentaria, talento y habilidades, pero que intentará justificar y legitimar la presencia de Neville Chamberlain en Santo Domingo, porque – además – el Reglamento de Interior vigente le da amplias facultades al diputado-presidente Omar Barboza para decidirlo, apenas consultando a la directiva. Que Aristeguieta Gramcko sea contrario a la línea impuesta por el cuarteto dominante de los partidos asamblearios, poco importaría, ya que hasta Luis Alfonso Dávila se caló a Jorge Olavarría un 5 de julio de 1999, administrándolo lo mejor que pudo. Luego, si llevásemos a los diputados actuales a la escena de 1959, seguramente hubiesen optado por Arturo Uslar Pietri, respetabilísimo aunque timoratísimo frente al gobierno de Pérez Jiménez que de un modo u otro consintió.