‘Podrido’, una nueva serie documental producida por el gigante del streaming Netflix busca explorar en profundidad el recorrido que hacen los alimentos más consumidos a nivel mundial hasta llegar a la mesa, a la vez que expone verdades incómodas de las fuerzas ocultas de la industria que aparentemente “manipulan lo que comemos”.
Infobae
La temporada uno de reciente estreno incluye seis capítulos que examinan en profundidad industrias multimillonarias, como la de la apicultura, la avícola y aquella centrada en la piscicultura, entre otros alimentos.
Con sugerentes títulos como “Leche cortada” y “El bacalao ha muerto”, la producción intenta alertar sobre los peligros para la salud que representa el consumo de alimentos que en muchas oportunidades no terminan siendo lo que se vende en el supermercado o en los restaurantes.
Entre los productos cuestionados se encuentra el maní, acusado de ser responsable, en parte, de haber disparado los índices de alergia a los alimentos a nivel mundial. Según consigna el documental, nuestros cuerpos parecerían rechazar cada vez más los alimentos ingeridos, sobre todo entre los más jóvenes.
Alrededor de 6 millones de niños en los EEUU son intolerantes a algún tipo de alimento, algo que en casos extremos podría llevar a la muerte. Una teoría sobre el causante de dicha problemática apunta a la contaminación de los alimentos, entre los que se destaca el maní.
Al ser legumbres que crecen en el suelo, los maníes están expuestos de forma más directa a los pesticidas, lo que podría llevar a desarrollar las mencionadas intolerancias a distintos tipos de comida. Otras hipótesis apuntan a la excesiva preocupación por la limpieza y el abuso de antibióticos que podrían “confundir” al cuerpo y detonar una reacción alérgica ante ciertas proteínas presentes en los alimentos.
La miel es otro de los alimentos cuestionados en el episodio “Abogados, armas y abejas”, donde se critica la industrialización de su proceso de elaboración para poder satisfacer la creciente demanda mundial.
Considerada hoy como un endulzante más seguro que el azúcar, la miel está presente en el pan, los cereales y hasta en las galletas. Pero si se tiene en cuenta que la población mundial de abejas está cayendo a ritmo sostenido y que no se produce tanta miel como años atrás, en muchos casos lo que se compra como miel es, en realidad, un producto adulterado con jarabe de maíz.
En otros casos, miel barata de dudosa calidad proveniente de China que incluye peligrosos antibióticos para evitar que las abejas mueran es vendida como un producto de alta calidad, práctica condenada en 2013 por la Justicia de los EEUU en lo que se denominó el Honeygate cuando dos grandes firmas apicultoras fueron acusadas de crímenes federales tras importar el producto elaborado en China sin declararlo a sus consumidores.
En el caso de los pescados y mariscos, la preocupación se centra en la “naturaleza global” de la industria, lo que significa que es casi imposible rastrear el origen del salmón o de los langostinos que uno compra y saber cuánto tiempo transcurrió desde que se pescaron hasta que llegaron al plato.
La corrupción sería parte integral de una industria en la que entre otras prácticas ilegales se utiliza la mano de obra esclava, tal como lo reveló en su momento la agencia Associated Press al denunciar la práctica en el sudeste asiático, región reconocida a nivel mundial por sus exportaciones de mariscos de bajo costo.
Los expertos recomiendan consumir productos que brinden información detallada sobre su país de procedencia y fecha de envasado.
El caso del ajo es uno de los que más sorprende, pero Podrido revela en uno de sus capítulos los cuestionamientos asociados a sus proveedores principales. En el caso de los Estados Unidos, hasta no hace mucho el consumo interno era abastecido, en gran parte, por productores de California, pero hoy día es Asia quien está detrás del 90 por ciento de la producción mundial de ajo.
A diferencia del alimento producido en la costa oeste de los EEUU, el Allium sativum chino es, en la mayoría de los casos, blanqueado con productos químicos y suele estar contaminado con metales pesados, lo que lo convierte en un producto potencialmente nocivo por su alto nivel de polución.
Además, la serie revela que mucho del ajo pelado que termina en los supermercados de América del Norte es procesado por prisioneros chinos, algo que debería generar su prohibición de ingreso a los EEUU por las normas vigentes que previenen el trabajo esclavo. Según detalla el documental, la labor es tan extrema que los trabajadores pierden sus uñas en el proceso y se ven obligados a pelar el ajo con sus dientes.
Por último, pero no menos relevante, se encuentra la industria avícola, concentrada hoy día en producir de la forma más eficiente la mayor cantidad de pollos, algo que en muchos casos lleva a que el producto final no sea el más beneficioso para la salud.
Podrido denuncia que hoy día solo una pocas compañías controlan la industria en los EEUU, lo que ha llevado a la desaparición de las pequeñas granjas que trataban a los animales con otro nivel de respeto y, por ende, entregaban al mercado un alimento más seguro.
Un sistema altamente competitivo que alienta a los productores a engordar lo más posible a las aves hace que se premie económicamente a aquellos que produzcan la mayor cantidad de pollos lo más grandes posibles. En promedio, un pollo cuesta USD 7 en los EEUU, pero su productor solo recibe 36 centavos de dólar por cada unidad, lo que los obliga a producirlos en masa, con los consecuentes riesgos asociados.
La serie busca iluminar a la audiencia sobre “el nexo entre la comida y el crimen”, y cada uno de sus episodios muestra una alarmante realidad oculta detrás de un alimento particular. “Quiero que la gente comience a cuestionar a los productores y supermercados” compartió Christine Haughney, la investigadora a cargo del documental. “Si comienzan a hacer más preguntas, tendrán más derecho a obtener las respuestas”, concluyó.