¡Libertad! ¡Libertad! Los gritos de ayer contenidos todavía hoy. ¿Qué celebramos este 23 de enero? ¿A qué nos convoca la memoria de aquellos singulares episodios? Son las preguntas recurrentes en las mentes de los jóvenes a quienes la memoria colectiva induce, a través de padres o abuelos que retransmiten la información según sus pareceres. La más abundante por frecuente es la especie de que a quien no se metía con el gobierno le iba muy bien. A quienes no ejercían de políticos o no andaban en la tramoya de la clandestinidad adeca o comunista. Otra especie nos habla todavía hoy de que existía mucha seguridad pública nacional. Otra, la peor, narra que la bondad de Pérez Jiménez no deseó manchar de sangre la República y decidió emprender vuelo lejos, dejando el pelero que en la calva le quedaba.
A nadie que no estuviera en el gobierno o no fuera militar le iba nada bien, si tomamos como ciertas, ¿por qué no?, las trascendentes palabras del eclesiástico Arias Blanco en 1957, cuando nos habla de las condiciones que no pueden calificarse de humanas de buena parte de la población, o del maltrato en el pago de las mujeres o la condición de minusvalía de trabajadores y obreros, por eso elige el día del trabajador como la fecha apropiada para la difusión masiva de su histórica palabrería cargada de datos, de cifras; todo un estudio socio-político del momento; esa divulgación le costó muchos malos momentos al ser citado en varias oportunidades al Ministerio de Relaciones Interiores y a la Seguridad Nacional. No sólo ahora las homilías estorban a los canallas del gobierno, antes también. Y en la iglesia lo saben, en nuestra iglesia, la de Roma, ya vemos, es otra cosa, medio cohonestadora, o cohonestadora completa.
Si se revisa la prensa de la época podrá verse la abundancia de robos o timos de toda índole, hasta en el hipódromo, eso de que todo era seguro y podían dejarse las casas abiertas y las cosas en los porches de las casas sin consecuencias, y los carros abiertos sin peligro, no era del todo así. Ahora, en comparación con la actualidad, en materia de seguridad, desde luego aquello era un paraíso ensoñador y no esta permanente necesidad desde el gobierno de liarse con la delincuencia o serla: a las pruebas de tribunales americanos puede uno remitirse o revisar algunas cárceles paradisíacas actuales, demostradoras de esto sin ser muy abundosos en la explicación.
Intolerable sí es aquello de la bondad del dictador. Puede haber sido bonachón el regordete en la introducción del ahora impagable wiski para quien no esté armado, en la persecución de mises y modelos y actrices en las motonetas de la isla militarizada, en la inmoralidad de señalar abierta y públicamente, habiendo estado casado, sus devaneos sexuales sin incluir, según él, niñas ni mujeres de sus amigos, como si de muñecas de su propiedad se tratara, en la expresión de ese vergonzante machismo que enrostran como un lucimiento los portadores de daga en vaina.
La bonhomía no puede expresarse en un racismo confeso, cuando con alguna recurrencia señaló ese dictadorzuelo que la oleada de inmigrantes que trajo fue para blanquear y hacer más productiva a la población. Su generosa bondad no pudo ser captada en Guasina, en la cárcel de Ciudad Bolívar, en El Obispo o en los sótanos de la macabra Seguridad Nacional. No hay dictador que no sea macabro, lo hemos apreciado recientemente en el solaz con el dolor y con osamentas. No existe bondad alguna cuando se expresa, como lo hizo, diciendo que las razones de estado primaban sobre la vida de algunos compatriotas. No existen asesinos buenos por más que en la confesión procuren purgar las culpas. No hay, de ninguna manera, dictador bueno.
Es falso, a mi parecer, puede usted amigo lector pensar como quiera desde luego, que evitó derramar la sangre de la población, como cuando Rómulo Gallegos lo enfrentó cara a cara; la verdad es que cuando lloró había sentido y sabido que estaba derrotado con los militares de su confianza en contra, aquellos militares que decidieron no darle continuidad a los despropósitos inhumanos de la dictadura y se unieron al clamor general de democracia y libertad. En verdad, la sangre que no quiso derramar fue la de él.