De masacres, torturas crueles y asesinatos está saturado el escenario moral y ético del venezolano. Y lo peor, una absoluta y extrema incredulidad de todo y de todos nos invade por estos tiempos. Y mucha de razón ha de tenerse por aquello de la saturación de la consciencia por tanta impunidad.
Esto y más es la herencia de 60 años de práctica militar-policial de los regímenes dictatoriales y democracias autoritarias. Una tragedia vivida siempre por los más indefensos, la población civil. En los últimos 10 años se desencadenó una ola de violencia que ya no tiene vuelta atrás. O se avanza contra el régimen totalitario denunciándolo o éste termina cercando de hambre, miseria y masacres colectivas a los ciudadanos.
La herencia de la barbarie de Estado no es cosa nueva. Indicaré apenas unas cuantas para ilustrar lo que considero una práctica sistemática de exterminio, como característica esencial de los llamados cuerpos de seguridad del Estado.
Porque esa característica viene, sin duda alguna, de los tiempos de la dictadura de Pérez Jiménez, con la creación de la policía política (Seguridad Nacional). Fue emblemático el asesinato (masacre) de Leonardo Ruiz Pineda. Como también la masacre del Chema Saher y sus compañeros, comenzando los años ‘60s. Masacrados por miembros de la naciente policía política (Digepol).
Tristemente famosas han sido las masacres de Cantaura (Anzoátegui, 1982), donde las fuerzas de seguridad masacraron a 23 personas. Como también la de Yumare, (Yaracuy, 1986) con 9 asesinados. O en El Amparo, (Apure, 1988) con 14 pescadores masacrados. También la masacre de Carabobo, en 1995, con 8 asesinados a mansalva.
Pero también este siglo XXI tiene sus tristes nombres: Masacre del barrio Kennedy (Caracas, 2005), 3 estudiantes masacrados. Masacre de La Paragua (Bolívar, 2006) 6 asesinados. Masacre de Coro (Falcón, 2013) con 2 ajusticiados. Masacre de Altagracia de Orituco (Miranda, 2014) 11 asesinados. Masacre de Barlovento (Miranda, 2016) 12 asesinados. Masacre de Cariaco (Sucre, 2016) 9 asesinados. Masacre de El Valle (Caracas, 2016) 10 asesinados. La masacre de Tumeremo (Bolívar, 2016) 28 mineros masacrados.
Habría también que mencionar las masacres a los presos de las cárceles: Sabaneta, Uribana, Yare, el célebre (por espantoso) Retén de Catia. Así como las últimas masacres, tanto de El Caracazo como de Puente Llaguno.
Todas estas masacres han sido atroces. Pero unas más que otras se les recuerda por ser realizadas como actos crueles y realmente bárbaros. Ejemplos han sido los lanzamientos de ciudadanos vivos, desde helicópteros militares, como sucedió durante los gobiernos de Raúl Leoni (el célebre presidente Bueno) o de Rafael Caldera (I). Fue el caso del hermano del expresidente de la Asamblea Nacional, Fernando Soto Rojas. A Víctor Soto Rojas lo lanzaron vivo, después de torturarlo, desde un helicóptero militar en las montañas de El Bachiller.
En esta nueva masacre, El Junquito, independientemente de las razones políticas del hecho, lo que resalta es la dolorosa y escandalosa tradición de crueldad de un Estado torturador de ciudadanos. Porque, si se revisan los años de estas y otras masacres, en todas ellas tienen metidas las manos las fuerzas militares, policiales, de policía política y paramilitares. Y todos, absolutamente todos los presidentes de nuestra república.
Por ello me atrevo a afirmar que en Venezuela se continúa una tradición de torturas sádicas, alevosas e inhumanas. Les han cambiado los nombres a esas instituciones. Antes les llamaban Seguridad Nacional, después Digepol, Disip, Sifa, mientras ahora se denominan Sebin o Dim o Dgcim. Pero internamente se sigue deteniendo a ciudadanos arbitrariamente. Se les tortura, asesina y desaparecen.
Y esto que indico no es para crear odios ni venganzas. Es sí, la necesaria, urgente manifestación de solicitar respeto a las leyes y justicia.
Es imposible hablar de reconciliación nacional mientras no se aclaren estas y tantas otras masacres. Antes levantamos la voz contra la arbitrariedad y la tortura. Denunciamos la masacre de El Amparo. Hoy lo hacemos con esta de El Junquito. Muchos de los protagonistas de estos actos atroces, quienes actuaron asesinando y dando órdenes, están vivos. Gozan de la protección del Estado o se encuentran fuera del país.
Duelen estas almas arrancadas a sus familias porque creían en un mejor país. Ya no podemos seguir adelante mientras se arrastre este peso infame de masacres, tortura y asesinato.
(*) camilodeasis@hotmail.com TW @camilodeasis IG @camilodeasis1