En Venezuela el carnaval se inició en la colonia, y se hizo usual jugar lanzando agua, huevos y azulillo a familiares, transeúntes y vecinos, en una algarabía delirante de cierta gracia, que revelaba el humor criollo. Se realizaban bailes callejeros en los que mujeres y hombres compartían gestos considerados amorales. El obispo de Caracas Diez Madroñero los convirtió en tres días de rezos, rosarios y peregrinaciones con sentido del pudor propio de la religión, pero sin demasiado éxito. Años más tarde el Intendente José Abalos devolvió su significado original, más refinado. Se incluyeron carrozas, comparsas, vestían disfraces, usaban máscaras y confites para los que salían a presenciar el desfile, procurando evitar los juegos peligrosos de antaño.
Cuando Guzmán Blanco fueron majestuosos, como él había visto en su añorada París. En la larga dictadura de Gómez, fueron solemnes y recatados; con Pérez Jiménez, son recordados por sus paradas, bailes públicos, privados, y la seducción de las populares, misteriosas e inolvidables “negritas”.
Se celebran en Carúpano, donde la fiesta transfigura al pueblo en una extravagante corriente de alegría y felicidad. Las procesiones de cuadrillas recuerdan las viejas bandas escolares, mezcladas con ritmo de samba. Se confunden gritos de bailarines, disfraces espléndidos y visitantes que disfrutan la inevitable chifladura colectiva. En El Callao giran en torno a las comparsas de los personajes La Madama, Medio Pinto, mineros, la fantasía, que danzan al ritmo de Calipso, decretado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.
En Mérida, se unen a la Feria del Sol, y el día de la Virgen de la Inmaculada Concepción, se celebra al mismo tiempo que el carnaval. Hay corridas de toros, conciertos y eventos toda la semana. También excelentes alternativas, Maturín, Puerto la Cruz, Puerto Cabello y Barquisimeto.
Los carnavales fueron siempre sabrosos, fiesteros, rumbosos y coloridos, pero desperdigados. Nunca llegamos a la masiva popularidad de celebraciones prestigiosas y mundialmente célebres, como las de Rio de Janeiro (Brasil) y Venecia (Italia).
La discusión ciudadana de quien merecía el reinado de carnaval llevó en tiempos de la tiranía del benemérito a un movimiento político, cuando las masas se involucraban en la elección, evento que el estudiantado universitario tomó de su cuenta y transformó en protesta contra el gomecismo, que consolidó a la llamada “Generación del 28” y llevó a muchos de sus integrantes a las implacables cárceles de la dictadura.
Venezuela espera con expectativa los días carnestolendos, que, comienzan antes de la cuaresma cristiana (que se inicia el Miércoles de Ceniza), tiene fecha variable -entre febrero y marzo según el año- e inicia un jueves lardero y concluye el martes siguiente (martes de carnaval).
Son alegre mezcla de disfraces, grupos que cantan y declaman coplas, comparsas, desfiles y fiestas. A pesar de las diferencias su característica común es ser un período de permisividad y cierto descontrol, convertidos en arrepentimiento de los excesos y pacificación de los espíritus el “miércoles de ceniza” cuando las iglesias se llenan en busca de consuelo y perdón por los pecados de la carne, arrepentidos y limpios de faltas, el siguiente fin de semana se produce un breve, pero vibrante resurgir, la “octavita”.
Las vías se atiborran de carrozas representativas de parroquias e instituciones, con su reina, noches de fiestas y pecaminosas oportunidades. Para los niños representan la burbujeante alegría de la entrada en vacaciones. Los chiquillos se enfundan en los más variados disfraces, muchos de ellos representativos de lo que esté en mayor vigencia del momento -en 1999, por ejemplo, fueron muchos los traviesos carricitos disfrazados de militar alzado con boinas rojas y uniformes de camuflaje-, las habituales vestimentas de personajes adueñados de las fantasías infantiles -Superman, Batman, El Zorro, Cenicienta, Blanca Nieves, Llanero Solitario, Hombre Araña, Aquaman, etc.-, los tradicionales payasos, vaqueros e indios del viejo Oeste, diablos, Drácula, los Picapiedras, princesitas, y el más amplio imaginario popular. Ansiosos en las calles enfiestadas, interesados seguidores de carrozas desde las cuales se arrojaban montones de caramelos y papelillos.
Tenían escenarios fundamentales. Las carrozas con temas diversos, algunas verdaderas obras de artesanía. En plazas parroquiales, las más populares donde se montaban “templetes”, escenarios polícromos donde presentaban orquestas y conjuntos musicales de mayor o menor envergadura, para animar bailes entre tenderetes y policías vigilantes a la vez que complacientes.
Y los centros de encuentro, bailoteo y diversión, desde los elegantes clubes privados Caracas Country Club, Los Cortijos, Valle Arriba, y más concurridos como la Hermandad Gallega (antes, el muy popular y tumultuoso Club Casablanca), Club Táchira -todavía se distingue su espectacular techo en las Colinas de Bello Monte-, Casa d´Italia, Club Paraíso y muchos otros, incluyendo el gran Salón Venezuela del Círculo Militar, con gran despliegue, pero también el inevitable pudor militar.
Grandes hoteles el elegante Tamanaco con su “Boite”, la “Cota 905” del Hilton y el siempre estruendoso Hotel Ávila (“¡En el Ávila es la cosa!”). Salones nocturnos, como el exclusivo Tony’s Key Club y el presuntuoso Le Club donde sólo ingresaban quienes habían cancelado membresía, y grandes discotecas como Hipocampo, La Lechuga, entre otros.
Tiempos de consagración de las grandes orquestas como Billo’s (Billo’s Caracas Boys, se llamó originalmente), su gran rival Los Melódicos, Oscar de León, Porfi Jiménez, artistas internacionales de renombre y otras que han sido silenciadas por el olvido.