Con una data mínima de dos años, el país develó lo que muchos aseguran es una realidad inédita en Venezuela que arropó las grandes ciudades y minó el resto del país: la gente tomó como hábito de sobrevivencia rebuscar comida en la basura. El fenómeno social no tardó en registrase en Punto Fijo, asentamiento del complejo refinador de petróleo ubicado en los primeros del mundo con mayor capacidad.
Por Ariana Méndez Lugo / Noti Falcón
Arroz, frijoles, pedazos de arepa, pellejos, huesos, conchas de frutas y verduras, frascos de mayonesa o contenedores de mantequilla, son algunas de las sobras que buscan los más desposeídos de Punto Fijo, a las afueras de las ventas de hortalizas, mercados, panaderías y zonas residenciales. No se trata de mendigos sino de personas a quienes la escasez e inflación los arrojó a la pobreza extrema.
Para noviembre de 2016, un estudio social concluyó que unos dos millones de venezolanos (8% de la población) admitían recoger basura para comer. Otro estudio realizado por investigadores de las universidades UCAB, UCV y USB determinó que el número de hogares pobres del país se duplicó de 2014 a 2016 pasando de 48% a 81,2%.
Más que un daño fisiológico, las secuelas psicológicas impactan en la sociedad puntofijense porque quien no pertenece al estrato que rebusca comida en la basura, está en el extremo contrario de quien ahora palpa la espantosa escena que no creyó ver en su terruño.
Temor, tristeza, rabia, angustia, depresión y estrés son algunos de los explosivos sentimientos que produce el hambre y que hoy en día mantiene a un significativo porcentaje de residentes en Punto Fijo con ansiedad por comer, obsesión por buscar alimentos y duelo por la pérdida del poder adquisitivo, cuestión que los convierte en personas hostiles, irritables, poco productivas y con pérdida de masa muscular.
Observar venezolanos rebuscando comida en la basura, no es un caso único en el mundo. En Dinamarca, buscar comida en la basura no es sinónimo de pobreza; en 2015 este desarrollado país del viejo continente, desperdiciaba 541 mil toneladas de alimentos al año y para un segmento de esa población comer lo que encontraba en los contenedores se volvió un estilo de vida. Caso contrario a la realidad de 2014 para España, cuando unos nueve millones de habitantes, desde el estallido de la crisis, estaban al borde de la pobreza extrema y cuyos ingresos apenas superaban los 700 euros mensuales que duraban para mantenerse dos o tres días.