“Si queremos acabar con un país, destruyamos su moneda”. La frase la dijo Lenin, y la trajo de vuelta a este siglo la respetable economista Sary Levy, durante una entrevista que le hiciera mi apreciado colega, Nelson Bocaranda. Nuestro bolívar, según algunos expertos, pudiera estar entrando en su fase terminal. Otros incluso opinan que, su desaparición y sustitución por una nueva moneda, podría ser el remedio contra la hiperinflación que golpea nuestros bolsillos sin misericordia. Para Lenin, por lo visto, era la fórmula magistral para destruir a un país; y Venezuela, aunque me duela, no está muy lejos de ese momento.
Al final de cuentas, lo que está pasando con nuestro signo monetario no es más que el resultado de la aplicación de políticas erradas. Las consecuencias de insistir en un modelo caduco. Han sido años sometidos a un control de cambio que, poco a poco, cumplió su cometido: nos confiscó nuestra libertad económica, y generó para otros sectores –la mayoría, vinculados al régimen- negocios cambiarios con ganancias grotescas, gracias a la enorme distorsión entre en el dólar oficial y el que se cotiza en el mercado negro. Por supuesto, en un intento por aparentar preocupación por esta devaluación acelerada de nuestra moneda, hemos pasado por innumerables versiones de un mismo Cadivi, en un afán por eliminar estas desproporciones, con medidas improvisadas e irresponsables, que derivaron en algo que creímos imposible: la bancarrota de un país rico.
El asunto es que, en materia económica, el régimen tiene en su haber varios logros: la inflación más alta de la región, la contracción del PIB, la disipación de las reservas de oro, la disminución de nuestra producción petrolera y pronto se adjudicará la desaparición de nuestro bolívar, que hoy no vale nada y se imprime sin el respaldo de las reservas que debería tener en sus arcas el BCV. Y un bolívar sin respaldo genera este fenómeno que estamos viviendo y padeciendo: la hiperinflación. Así las cosas, los nuevos conos monetarios de cien mil, cincuenta mil, veinte mil y diez mil bolívares, antes de salir al ruedo, ya estaban devaluados. Ahora, además, a eso debemos sumarle que, en este momento, son algo así como piezas de colección porque están desaparecidos. Los bancos no tienen efectivo, o limitan los retiros a cinco mil bolívares. Y si esto no es un Corralito, ¿qué nombre le ponemos?
Para algunos entendidos economistas, esta situación se resuelve con una reforma monetaria. Apoyan la idea de una nueva moneda, porque el bolívar llegó hasta donde podía llegar. No apuestan por la reconversión. Para fundamentar su recomendación, nos recuerdan que eliminarle tres ceros al bolívar y llamarlo “Bolívar Fuerte” no fue la solución a un problema inflacionario que ya se asomaba en nuestros escenarios en el 2008. Insisten en que fue más una especie de ilusión óptica que escandalizaba a quienes, al preguntar por el precio de algún bien o servicio, recordaban que el monto, antes de esa medida, llevaba tres ceros más. El bolívar fuerte dejó de serlo muy pronto, retomó su nombre sin el adjetivo, y hoy está tan flaquito y disminuido como los venezolanos que hace tiempo dejaron de comer como se debe, para comer lo que pueden, si es que pueden.
Mientras el bolívar, incluso el oficial, se devalúa –según la última subasta del Dicom, un dólar está rondando los treinta mil bolívares- Nicolás lanza su Petro, una criptomoneda que viene a saciar su síndrome de abstinencia ante la falta de esos dólares que lo envician. ¿Recuerdan cuando intentó hacernos creer que no le importaban los dólares y que nuestro petróleo se transaría en yuanes –o rublos- para no tener que hablar de la moneda del imperio? Pues la amenaza no duró mucho. Aunque le duela reconocerlo, son los dólares americanos los que le gustan, no sólo a él, sino a todos los miembros de su régimen que han hecho lo imposible para abrir sus cuenticas en Andorra, Panamá o Suiza. En medio de esta ansiedad por obtener dólares a como dé lugar, aparece el Petro que, a mi juicio, no es más que una estafa caza bobos, incapaz de recaudar más de 700 mil millones de dólares en su primera emisión, como informó Nicolás. ¿Si esta criptomoneda es tan robusta, por qué en apenas horas el régimen anuncia que la semana próxima lanzará el Petro Oro, “como mecanismo de apoyo al Petro y contribuir al desarrollo de la economía venezolana”? Dudo mucho que inversionistas, tanto nacionales como extranjeros, evalúen invertir en el Petro, y más aún cuando su promesa de respaldo es la producción a futuro de unos barriles de petróleo que se extraerán de un pozo que hoy está inoperante.
De ser cierto que Maduro es colombiano, no dudo que el nombre de la criptomoneda se lo haya inspirado un cantante de vallenato de su tierra natal que, si mal no recuerdo, se hizo famoso, allá por los años 70, con una canción que se titulaba “La Reina de las Cruces”. Noel Petro, se llamaba el intérprete y no sé por qué me imagino que, para Nicolás, esa canción debe tener un significado especial, tanto que, en su honor, bautizó con el apellido del compositor a la nueva moneda virtual con la que ahora pretende se transen, las operaciones comerciales en Venezuela.
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