El trabajo que hacen, dicen, lo aportan sin interés, solo en agradecimiento por el trato y la atención que les brindan los colombianos, publica La Opinión.
La rigurosidad con que hacen la tarea se asemeja a la que aplican los mejores chef dentro de sus cocinas.
Mientras unos pican la cebolla, otros lo hacen con el tomate. Otro grupo prepara la carne y los hombres atizan los tres fogones en los que está en marcha la sopa para las 1.500 personas que llegarán a comer en la casa de paso La Divina Providencia que abrió la Diócesis de Cúcuta en el barrio La Parada, en Villa del Rosario, para brindar alimento a los migrantes que proceden de Venezuela.
Son 20 jóvenes, en su mayoría mujeres, todos oriundos de municipios fronterizos del vecino país, que un día vinieron en busca de un almuerzo a la casa de paso y después de recibirlo se quedaron a ayudar.
Una de ellas es Alimar Yarza, 22 años, quien vino del municipio de San Felipe, Estado de Yaracuy. Ella duerme en las calles de La Parada, pero todos los días a las 5:30 de la mañana ingresa a la casa de paso a prestar su ayuda en la preparación de los alimentos que comerán luego sus hermanos venezolanos.
“El cariño con que reciben a mis paisanos, el amor con que preparan los alimentos me conmovió tanto que dije: caramba, tengo que aportar mi granito de arena a esta causa; lo que nos están dando son bendiciones”, relata Alimar.
Lleva dos meses en La Divina Providencia, que coordina el sacerdote católico José David Cañas, y dice estar dispuesta a colaborar hasta que se lo permitan. Claro, su objetivo es instalarse en Villa del Rosario, tener una casa y conseguir un trabajo, “pero mientras eso llega soy muy feliz ayudando a los colombianos y a mis paisanos”.
Otra voluntaria es Grecia, una morena de 28 años, madre de cuatro hijos, quien hace tres meses se vino de Valencia y también le pidió a Cañas que le permitiera colaborar en la preparación de alimentos en la casa de paso. Su oficio es lavar platos y trastes y contribuir con el aseo. “Lo que me indujo a ofrecer mis servicios fue el tremendo esfuerzo desinteresado de los colombianos por brindarnos alimentos para nuestros hijos, eso no tiene precio”, dijo la mujer.
“Si de alguna forma tenía que agradecer el alimento que me estaban dando, era brindando mi concurso para ayudar, al menos en cualquier tarea que me asignaran en el restaurante. Es lo menos que puede uno hacer cuando recibe una ayuda tan desinteresada y tan bendita como el almuerzo”, dice la mujer de tez morena.
Carmen, otra voluntaria, viene todos los días desde San Antonio a ayudar a servir los alimentos. Son en promedio 1.500 desayunos e igual número de almuerzos, en una tarea que comparte con los integrantes de los grupos apostólicos de la Diócesis de Cúcuta. El desayuno se sirve a las 7:30 a.m. y el almuerzo a las 11:00 a.m. “Me hicieron sentir importante, como si estuviera en mi propia casa, y ante ello, cualquiera que venga de Venezuela en las mismas condiciones nuestras no dudaría en ofrecerse para ayudar en la casa de paso”.
Luis Felipe Rojas, 22, da gracias a Dios por haber tenido un lugar en el grupo de voluntarios. No tengo problema en trabajar las horas que sea, porque además de ayudar tengo mi alimento asegurado. “Vivo agradecido por el apoyo de la gente de Colombia y feliz con la satisfacción de poder ayudarle a mi propia gente. Aquí todo se hace con mucho amor, todo está en orden y pulcro”, dice.
Al terminar la faena hacia las 2 de la tarde, los voluntarios abandonan la casa, y mientras unos van a sus casas en San Antonio, otros aprovechan la tarde para rebuscar algún dinero en oficios que les ofrecen en tiendas y supermercados de La Parada. Al día siguiente, regresan de nuevo felices a seguir ayudando a la Divina Providencia.