En este Estado Deletéreo y una Sociedad Criminógena; me hace recordar una de las teorías implementadas, en los años 80, en la ciudad de Nueva York, donde había unos 2.000 homicidios por año, sumida en el caos.
El Profesor Phillip Zimbardo realizó un experimento de psicología social. Dejó dos autos abandonados en la calle, dos autos idénticos, la misma marca, uno lo dejó en el Bronx, por entonces una zona deprimida y conflictiva de “Nueva York” el otro en la ciudad de Palo Alto, una zona rica y tranquila de “California” Dos autos idénticos, abandonados, dos barrios con poblaciones muy diferentes, y un equipo de especialistas en psicología social estudiando las conductas de las personas en cada lugar.
El auto del Bronx, comenzó a ser desvalijado en pocas horas, ya sea robándose lo utilizable o destruyendo el resto. El de Palo Alto se mantuvo intacto; pasada una semana, cuando el auto del Bronx estaba deshecho y el de Palo Alto impecable, los investigadores rompieron el vidrio de este último. Como resultado, se desató el mismo proceso que en el Bronx: robo, violencia y vandalismo. ¿Por qué un vidrio roto en el auto del barrio supuestamente “seguro” desata un proceso delictivo?
No se trata de pobreza, es evidentemente algo que tiene que ver con la psicología humana y con las relaciones sociales; un vidrio roto en un auto abandonado transmite una idea de deterioro, desinterés, despreocupación, que va rompiendo códigos de convivencia. Es una sensación de ausencia de ley, de normas, de reglas, algo así como que ” todo vale”. Cada nuevo ataque que sufre el auto reafirma y multiplica esa idea, hasta que la escalada se vuelve incontenible, desembocando en una violencia irracional.
Dos criminólogos, James Wilson y George Kelling, llegaron a concluir que el abandono del paisaje citadino, el ambiente de anarquía y deterioro físico que produce el desgobierno de una ciudad, inducen a que más gente criminalice su conducta; si en una calle una ventana se rompe y nadie la repara, muchos de los que pasen por ahí asumirán que nadie está a cargo, que nadie es responsable de que las cosas estén en orden, y que un hurto o algo peor pueden entonces cometerse sin que haya una sanción.
Esa primera ventana rota puede causar más ventanas rotas, más vehículos inservibles varados en las aceras, más ascensores que no funcionan, más parcelas en las que se refugian los indigentes o se consumen drogas. Por tanto, más criminalidad y una drástica reducción de la calidad de vida de quienes viven, trabajan, estudian o circulan por la zona. La desidia llama al vandalismo y éste al delito, primero al de menor gravedad, luego al más pernicioso.
En la década de los 90, Rudolph Giuliani, sobre la base de las “ventanas rotas” impulsó una teoría de “tolerancia cero”. La estrategia consistía en crear comunidades limpias y ordenadas, no permitiendo transgresiones a la ley y a las normas de convivencia urbana. El resultado práctico fue un enorme abatimiento de todos los índices criminales de la ciudad de Nueva York.
En nuestro caso, se crearon “las zonas de paz”, que se han convertido en una embajada para criminales, en esas zonas no entra la policía, ni de investigación criminal. Donde se le da beligerancia al delincuente y éste se fortalece más, por mostrar el Estado una debilidad por hacer justicia (caso Picure, Cocos Secos, La Mancha Criminal, La Puerta Giratoria, El Rodeo, Sabaneta entre otros).
Hoy en día existen bandas integradas por más de 100 personas, el liderazgo que adquieren las bandas proviene por lo carteluo de los delincuentes, por eso ellos tratan de ser más sanguinarios, más crueles. Matar a un policía le da más cartel, el cartel los hace temibles frente a otras organizaciones delictivas y al aparataje del Estado.
La lección de esta historia es clara, un entorno urbano bien gestionado, cuidado por sus “gobernantes” y por sus “ciudadanos” inhiben los niveles de inseguridad. Una ventana rota, que no se repara deja entrar el viento de las malas noticias.
Gervis Medina
Escritor