El adalid demoledor de la democracia, quien participó de la solicitud urgente para la convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente (Ni es Asamblea, ni es nacional, ni es Constituyente) con la finalidad salvadora de no tener que medirse con la vergüenza de quedar aminorado en la electa Asamblea Nacional, único valedero poder legislativo en Venezuela, se siente políticamente achicado ante la miseria generalizada que se le enrostra al gobierno.
Un gobierno ocultador de cifras se muestra temeroso ante la verdad que lo hace tambalear más fuertemente. No se requiere precisamente del uso de la microscopía para determinarla fehacientemente; es grandísima y se agiganta: en Venezuela la gente muere de hambre. Las imágenes de conciudadanos engullendo basura a diario en las esquinas o haciendo cola, ya no ante la posible llegada del pan sino para esperar la deposición de escombros, son demasiado contundentes e inocultables. Las visiones de niños, jóvenes y adultos en evidente desnutrición, en el mero hueso, o pasando aceite, como decimos más popularmente, se conoce en todas las latitudes del orbe. Ha habido muertos literalmente de hambre y los sigue habiendo. Los resultados obtenidos en tres muy importantes universidades venezolanas (UCAB, USB y UCV) o los señalados acerca de la canasta alimentaria son los retratos-relatos de la verdad, en cifras, del hambre, la miseria, la pobreza; son el más evidente producto de la “revolución bonita”, del socialismo del siglo XXI, el improductivo, el expropiador, el tiránico.
El militar, los militares, aquellos secuaces medrando del poder, buscan tapar soles con dedos, acallar verdades manidas de la ineficacia gubernamental, de su tendencia y sus logros en cuanto a acabamiento de todo; así, para su defensa se inventaron arteros términos de milicos: “la guerra económica” y el más reciente y absurdo: “bloqueo”, para tratar de usarlo como muro de contención ante su máximo aporte a un rico país petrolero: el hambre. Inverosímiles planteamientos discursivos que los dejan en la más elemental indefensión posible, dirigidos a confundir imaginarios neófitos, inexistentes ya.
El hambre los sepulta políticamente y nos sepulta. Lo recaban científicos serios de tres universidades muy serias, lo señala el costo de las canastas: básica y alimentaria; no son inventos, no es ficción, pajaritos preñados o como se diga en El Furrial. Lo dice la apreciación más burda, la de la vista más ciega. Lo dicen quienes esperan curiosos, angustiados que negocien cada mes o más las próximas cajitas del clap, para no morir de inanición o de mengua en un hospital o su cercanía rogando atención, rogando medicinas, rogando un milagro. Lo dice la más cruda y evidente realidad. Lo dicen los suicidas, ¿de esto quién lleva la cuenta fatal?
El hambre y la pobreza te superan, Diosdado. Están, para el mundo, demostradas de más.
wanseume@usb.ve