Luis Phelipe Souza tiene 17 años y hace tres que vive fuera de casa. Solo vuelve los fines de semana y al llegar no siempre hay buenas noticias. Da igual. Eso le motiva para correr más rápido cuando regresa al centro de entrenamiento donde se forma en Sao Paulo.
Sabe que las estrellas no tienen principios fáciles, y a él la vida ya le ha dado algún balonazo.
“Mi ídolo es Neymar por todo lo que pasó para llegar donde está: tantas críticas, insultos… consiguió superarlo todo y ahora es uno de los mejores del mundo”, cuenta este espigado centrocampista del equipo Sub-17 del Red Bull Brasil.
Él lucha ahora por ganarse el puesto en las categorías de base de este club propiedad del gigante austríaco de bebidas energéticas, donde comparte vida y sueños con otros 120 jóvenes de 14 a 20 años en su moderna academia en Jarinu, a 70 kilómetros de Sao Paulo.
Allí se esfuerzan con la ambición de convertirse en profesionales del fútbol moderno, y para lograrlo no vale solo el talento. Para seguir adelante tendrán que rendir en la escuela, trabajar la resistencia mental o aprender idiomas.
Deben fortalecerse para entrar en un sector hipercompetitivo, pero que aún les prefiere a ellos.
Mayor campeón del mundo e inventor de una forma de sentir el balón, Brasil sigue dominando el mercado del fútbol mundial. Más de una décima parte de todas las transferencias de jugadores en 2017 implicaron a atletas de aquí, seguidos a bastante distancia de los argentinos.
Y casi la mitad de las ligas del planeta tienen al menos un futbolista procedente del país de Pelé o Ronaldo, según el último informe FIFA-TMS.
“El gran diferencial del deportista brasileño aún es la creatividad. Aquí la gente tiene una forma alegre de vivir. Los chicos juegan al fútbol de forma más libre, menos sistematizada”, afirma el director ejecutivo del Red Bull Brasil, Thiago Scuro, mientras los jóvenes del Sub-17 disputan un amistoso.
Atraída por el potencial de esta nación de 206 millones de habitantes, la poderosa multinacional aterrizó hace diez años en el fútbol brasileño. El objetivo era emular sus exitosas experiencias como club-empresa con el Red Bull Salzburg, que ya conquistó siete ligas de Austria, o al frente del RB Leipzig, que en apenas siete años saltó de la quinta a la primera división alemana. Otra filial es la del New York Red Bulls, de la MSL estadounidense.
En Brasil, la apuesta no les ha ido mal y ya tienen al equipo profesional en la primera división del campeonato paulista, pero les falta consolidarse en el ámbito nacional, para lo que precisan de una base sólida.
– Oportunidad –
En busca de sus futuras joyas, el Red Bull Brasil tiene seis ojeadores por todo el país y observa varias escuelas de fútbol.
En una de ellas les llamó la atención Thomas Bueno, un prometedor atacante Sub-15 que aterrizó hace un año en este enorme complejo protegido entre la exuberante vegetación del sudeste brasileño.
Su seriedad mientras calienta bajo el fuerte sol de la tarde y la determinación de sus respuestas se inspiran en su admirado Cristiano Ronaldo, lejos de los 14 años de su fecha de nacimiento.
“El Red Bull te abre las puertas para otros clubes como el de Nueva York, Alemania, Austria… Es como un puente hacia fuera”, asegura orgulloso recordando su debut hace un año en un torneo disputado en la sede central.
Tampoco olvida su primer viaje Luis Phelipe, que cuenta entre risas cómo lloró de emoción al verse en el avión y los nervios que le atornillaron en el estreno. Meses antes, había estado a punto de dejar el fútbol, harto de las dificultades en su humilde club en Santos. Hasta que mudó su suerte.
“Esta es una oportunidad para cambiar la vida de mi familia. Vengo de una favela y solo Dios sabe lo que he sufrido desde los ocho años. Si estoy aquí es porque ya soy un ganador”, afirma este chico de ojos vivos, que pasa el sueldo formativo que le paga el club a su madre enferma.
– Carrera de fondo –
Su sueño es ganarse la vida y mejorar la de su familia gracias al fútbol, pero para lograrlo tendrá que pasar aún muchas cribas. Empezando por las del propio Red Bull, que como muchos clubes formadores dispensa a varios chicos a final de año, basándose en criterios deportivos y de formación.
Vítor Hugo Araújo conoce bien esa incertidumbre. Con apenas 20 años es un trotamundos del fútbol que salió de casa a los 13 para probar fortuna en varios clubes nacionales. Hace tres que llegó al Red Bull y ahora pelea por hacerse un hueco en el equipo profesional tras seis meses en Austria.
Se lo ha dado casi todo al balón, que le ha dado algunos golpes, pero siempre le ha dejado chutar de nuevo.
“Perdí un poco mi infancia por el fútbol, pero perderla para hacer lo que amas es un placer”, asegura con la sonrisa enmarcada por dos brillantes en las orejas.
Él, como todos aquí, piensa seguir hasta que le pare la pelota. AFP