Han sido incapaces de adoptar medidas para aliviar la gravedad de la crisis. Resulta comprensible que sea así, pues ellos han sido los responsables del desastre. La encuesta Encuesta Nacional de Condiciones de Vida de la Población Venezolana (ENCOVI) que viene realizando desde hace varios años, la Universidad Central de Venezuela, la Universidad Simón Bolívar y Universidad Católica Andrés Bello recientemente dada a conocer a la opinión pública, revela en cada uno de los aspectos del estudio cifras verdaderamente dramáticas que reflejan la magnitud de los peligros que acechan a la sociedad venezolana.
En todo lo relativo a la alimentación, educación, seguridad personal, trabajo, emigración,salud, seguridad social, vivienda y servicios; se evidencia la crisis global que se agudiza día a día. Más preocupante aún cuando se conoce el trabajo de campo fue realizado cuando todavía no habíamos entrado en la hiperinflación que hoy sufrimos.
Los aumentos de salarios y los anuncios de diversas bonificaciones no son recibidos con beneplácito, por el contrario la población ha tomado conciencia que esas medidas al no estar acompañadas de políticas dirigidas a combatir la inflación, terminan convirtiéndose en contraproducentes.
Entre tanto la retórica gubernamental pretende ignorar la situación económica y la dimensión de sus consecuencias sociales, hablan de progreso, de los supuestos “logros revolucionarios” mientras el empobrecimiento se generaliza y agobia la cotidianidad de los venezolanos al tener que dedicarse a idear fórmulas para adquirir escasamente los alimentos y el sustento diario.
Aumenta el ausentismo laboral y la deserción escolar, las empresas privadas no pueden mantener los comedores, a los trabajadores no les resulta pagar transporte y alimentación para cumplí con la jornada laboral por el menguado sueldo que reciben.
Las Misiones han modificado sus proyectos originales, junto a los CLAPS y el “carnet de la patria” se han convertido en instrumentos para el control social, que a la vez se utilizan para la manipulación electoral; tal como se demostró en los procesos fraudulentos del año pasado. Allí si han desarrollado verdaderas destrezas y creatividad, en fin de cuentas son las herramientas que le permiten -cada vez menos- guardar unas ciertas apariencias de formalidades democráticas, conservar el “lecho de roca” de su anterior electorado y mantener su razón de ser, la conservación del poder como un fin en sí mismo.
Los postulados de la izquierda decimonónica aunque forman parte de su gastada fraseología, no tienen mucho que ver la su práctica que está signada por el más rupestre clientelismo. El nacimiento del nuevo partido oficialista, absolutamente paragubernamental: “Somos Venezuela”, su lanzamiento no fue más que una demostración protuberante de esa condición. El discurso de Maduro careció totalmente de planteamientos políticos o doctrinarios, solo anuncios prolijos en la políticas de bonificaciones como eje central de la puesta en escena inaugural.
La crítica al clientelismo del pasado se queda corta ante la realidad del presente. Tales prácticas se acentúan en los períodos electorales, los más recientes no son ajenos a la convocatoria adelantada de comicios.
El régimen que ha gobernado en los últimos años ha superado con creces orientaciones y prácticas que en la teoría predicaba combatir como la corrupción, la burocracia, el clientelismo y tantas otras banderas que levantaron para alcanzar el poder, posteriormente abandonadas por el pragmatismo, el “realismo político” , el disfrute de las prerrogativas, los beneficios que supone el poder.
Constituye un factor exponencial cuando quienes lo ejercen durante un tiempo prolongado, jamás imaginaron ocupar posiciones como las que alcanzaron como consecuencia de las casualidades, las sorpresas, las vicisitudes y los avatares de la política.