Cuando en 2005 comenzamos nuestro trabajo social en Petare, siempre fuimos con la intención de llevar sonrisas y salvar vidas de la violencia. Lo que nunca imaginamos es que trece años después del inicio de aquellas actividades que ponían a los niños a soñar y a sonreír íbamos a tener que cambiar el cine en la calle, las canchas, los programas de becas, los colchones inflables y las piscinas por un plato de comida que no solo representa el almuerzo o la cena del día, representa la diferencia entre la vida y la muerte para decenas de miles de niños que apenas empiezan a crecer.
Lamentablemente no abarcamos todo lo que quisiéramos abarcar y nuestra realidad se deteriora con la rapidez de un avión que cae a tierra, con la diferencia que nuestra desgracia no parece tener fondo, seguimos y seguimos bajando sin terminar de estrellarnos. Hace unas semanas atrás, en el sector Republica Unida de San Blas en nuestro Petare, murió una niña de tan solo un año y dos meses víctima de desnutrición. Una niña que lamentablemente no es la única en esas condiciones en ese sector, hay muchos pequeños en las misma situación y lo peor es que si nosotros no hacemos algo para cambiar esta realidad, probablemente correrán con la misma suerte.
No es lo mismo leer la cifra en papel que ver rostros hundidos, barrigas infladas de parásitos y los ojos perdidos de niños con hambre. No es lo mismo juzgar desde lejos a una madre cuyo hijo muere de desnutrición a escuchar su llanto de desesperación por no haber podido hacer otra cosa que calmarle el hambre con teteros de agua de yuca. Cuando escuchas, hablas, entiendes al otro, comprendes que lo que nos pasa no es normal y jamás podrá serlo.
Estos recorridos que te dejan cansado, como si vinieras de correr en un maratón, no por lo largos, sino por lo duro que uno tiene que ver y escuchar. Pero si te cansas y no te recuperas solo te queda la frustración. Cuando decidí quedarme en Venezuela lo hice por una razón: seguir haciendo lo que me gusta, ayudar a los otros, sobre todo a quienes más lo necesitan. Hoy ayudar no solo significa una pasión sino una obligación, sobre todo con quienes apenas están empezando a vivir y tendrán que crecer con las marcas permanentes que deja el hambre en el desarrollo.
Esta semana estuvimos en ese sector donde murió la niña de apenas un año y medio, porque gracias a la ayuda y solidaridad de venezolanos fuera y dentro del país, lograremos abrir a través de nuestra fundación “Un Par Por Un Sueño” muy pronto otro comedor más en este sector para alimentar a niños en situación de desnutrición. Es poco dentro de lo mucho que hay por hacer, pero un gran mensaje para quienes también tienen la posibilidad de ayudar a que se unan a esta iniciativa y nos ayuden a salvar miles de vidas. Todos podemos hacer la diferencia.
Venezuela, no nos podemos acostumbrar a ver niños morir de hambre, como ya nos hemos acostumbrado a leer partes de guerra semanal, a vivir con miedo, con escasez, sin futuro, a que nada cambie, a qué todo empeore. No es normal ni lo será y no sé cuándo iremos a cambiar, pero si comenzamos cambiando nosotros, desde nuestro entorno, sin duda que la misión de recuperar el país que perdimos nos tomará menos tiempo.
Brian Fincheltub
@Brianfincheltub