La gente en la calle clama, con rabia y desesperación, ante la crisis de todo, que hace insoportable la vida de cada uno. Fuenteovejuna murmura el nombre de un mismo culpable: Maduro. Los analistas y las diversas encuestas muestran un porcentaje asombroso de personas que, si fueran a votar, propinarían una derrota Guinness al gobierno del hambre.
Buena parte de los opositores se preocupan de las condiciones ventajistas, del repertorio de arbitrariedades y trampas que habrá que doblegar para que la determinante voluntad de cambio no sea escamoteada. Es un catálogo que conocen bien los que han cubierto mesas por la oposición y las organizaciones con experticia, en defensa del voto y observación electoral, que fueron soportes de la victoria unitaria en las elecciones de 2015. Su ayuda es ahora más necesaria que nunca porque las jiribillas vienen en talla extra-larga.
Pocos se ocupan de las condiciones en las cuales tendrá que participar un gobernante acosado por el fracaso, repudiado internamente por el propio chavismo, con una cúpula en guerra por algún botín, aislado internacionalmente y desenmascarado en el club de hinchas que lo veían como un proyecto de justicia social y ahora se espantan ante los primeros vagones de un tren de delincuentes. El 80% de la población valora negativamente la gestión y el 75% está dispuesta a castigarlo electoralmente. Dos condiciones que licúan un triunfo oficialista aún si marca las barajas.
El país está a un paso de lograr lo que ha deseado durante años, muchas veces prometido y siempre esfumado. Es cierto que hay inconvenientes como la divergencia de los cuatro partidos ejes de la MUD que exigen determinadas condiciones para participar y la posición de Henri Falcón quien, con el apoyo de tres partidos de fuerza modesta, está luchando por cambiar las condiciones a un punto que permita despedir a Maduro y sus políticas económicas en dos meses.
Pero las frustraciones, la pérdida de credibilidad en líderes, el desgaste de la confianza producida por campañas del gobierno para debilitar a la oposición y enfrentarla entre sí, han hecho mella en la certeza del cambio. Buena parte de la oposición se distribuye entre los que dudan en ir a votar y quienes han perdido toda esperanza en el voto.
El obstáculo que bloquea la victoria es la abstención. Un campo minado que puede hacer estallar la realización de un cambio de presidente y de modelo, a menos que se desarme con inteligencia y dedicación. Si no, esa extensa ausencia de política que es la abstención, amputará el ejercicio del voto y sustituirá la posibilidad de cambio por una irresponsable indiferencia.
La situación es compleja, dinámica y acelerada. Una ventaja es que los principales partidos no sean doctrinariamente abstencionistas. Otra, el lugar que va tomando la idea de que se le puede ganar a Maduro, una condición que la dictadura jamás soñó que se llevaría por delante a todas las otras que inventó para sacar a la oposición del campo electoral y una vez separada, disparar a una y otra parte. Pero las balas se le están convirtiendo en un bumerang de votos.
@garciasim