Si los comicios presidenciales que normalmente se deberían efectuar en diciembre de este año2018, se realizan finalmente el veinte de Mayo próximo, fecha para la cual se pospusieron después de haber sido anunciados para finales de Abril, pudiera darse una situación inédita en Venezuela.
Nos referimos a la posibilidad de tener dos presidentes, uno recién electo y el otro aún en funciones, durante un largo periodo de siete meses y medio, siempre que la toma de posesión del cargo se haga en el mes de Enero, como dice la Constitución. Aunque en esta materia como en otras relacionadas con la Constitución Bolivariana, nunca se sabe, pues la experiencia en lo que va de siglo nos muestra que Hugo Chávez, por ejemplo, solo se juramentó una vez en la fecha prevista en la norma constitucional. Eso ocurrió el 10 de Enero del 2007, después de haber ganado, dentro del marco de la Constitución de 1999, su segunda presidencia en el 2006. En Enero del 2013 no pudo hacerlo por las circunstancias que todos conocemos, como tampoco en el 2000, pues en esa oportunidad su juramentación fue el 19 de Agosto, debido a que las elecciones se realizaron en Julio de aquel año.
Haciendo a un lado las disquisiciones entre si ese posible ganador de la contienda electoral próxima, forma o no parte de la verdadera oposición, o si es aún sustancia impertérrita del chavismo emocional, el caso es que tener dos presidentes hasta el 2018 no será tarea sencilla de asimilar, ni de manejar.
Si a ello le añadimos el condimento de la Asamblea Nacional Constituyente que no obstante su nombre, no redacta la nueva constitución, pero si legisla, dicta mandatos por decreto y subordina cualquier otra autoridad a la suya, aunque sea como parte de una táctica política del oficialismo más que por mandato de la norma constitucional, el cuadro de dos presidentes al mismo tiempo conviviendo en las tapas de los periódicos y demás medios va a resultar conflictivo por más acuerdos que se puedan dar. Si generalmente, un lapso de transición de entre uno y tres meses ya paraliza un país, que podemos esperar de uno de más de medio año, no obstante que, de por sí, el país ya se encuentre estancado.
Tan solo cabe imaginarnos a la gente en la calle, ansiando cambios sociales y económicos inmediatos pero que tendrán que esperar casi un año para que el nuevo mandatario los lleve a cabo, creándose así una situación inaguantable. O peor aún, qué pasará si en lugar de mejoras sociales o cambios de actitud, el gobierno saliente profundiza todavía más, la actual crisis ante la mirada incrédula de todos.
Incluso, aun siendo todo parte de una estrategia de salida a gran escala, como se está empezando a decir por ahí, habrá situaciones delicadas y de posible encontronazo interinstitucional, pues no es lo mismo la transición normal, consecuencia de un cambio de gobierno, aun con diferencias doctrinales, como el que suele ocurrir, por ejemplo, entre un partido político de derecha con uno de izquierda y viceversa, que una gran transición; entendida ésta, como algo más que un mero traspaso de poderes, como una transformación del sistema que implica cambios ideológicos, axiológicos y, por ende, políticos y sociales. Como tampoco es igual el cambalache de gobiernos, consecuencia de la alternabilidad democrática, que la marcha de una ideología dominante, incrustada en un sistema desde hace tiempo, y la entrada de un nuevo gobierno con esquemas más tolerantes y plurales para la práctica democrática.
Pero, por supuesto, todo esto es imaginario. Nada racional que explique el pasado electoral de estas dos últimas décadas podría convencernos ahora de que el candidato del oficialismo pueda perder las elecciones presidenciales, convertidas en unas mega elecciones similares a las de julio del 2000, pues el gobierno de Maduro quiere aprovechar su “fortaleza política”, no solo para elegir al presidente del país, sino igualmente a los miembros de la nueva Asamblea Nacional, así como de los consejos legislativos estadales y municipales; o sea, para hacer caída y mesa limpia, como se dice. Y un gobierno que actúe de esa manera, no es un gobierno que esté de salida.
Por eso, el peor escenario en unas elecciones tan adelantadas, no es, realmente, el de dos presidentes en un contubernio de casi ocho meses, sino más bien el contrario, el de uno solo, con un Nicolás Maduro reelecto. El de saber ya, desde el veinte de mayo próximo, que lo vamos a tener como presidente seis años más, con siete meses y veintiún días aún pendientes de este primer e interminable primer periodo.
@xlmlf