Mentira. Sin ceros nada. Mentirosos. Ocultadores, o con pretensiones de ocultamientos, sí. Como si la gente anduviera obnubildada. Drograda. En la luna. En las nubes. Tratan, desde el gobierno, sin lograrlo, que creamos en sus bondades económicas.
Como si no supiéramos de la baja producción de petróleo y de todo. Como si no supiéramos que las arcas no dan para sostener su modelo de sinvergüenzura. Un modelo no laboral sino de entrega absoluta al poder, que da mientras te tiene sujeto. Un modelo que secó todo y todo quemó para su sostén; en estertores agónicos, que ni siquiera encuentra cómo morirse. Que patalea, aúlla y sangra, cómo sangra. Un modelo que descuidó las bases de la sociedad y quebrantó cualquier tipo de orden: constitucional, político, jurídico, social, económico, moral, sustentado en la nada del malandreo interno y externo.
Los espasmos provienen de la derrota, vergonzosa para ellos, de 2015. Allí comenzó su moriencia. No se han recuperado. Saben que de ésa no podrán jamás volver a recuperarse efectivamente. Dolidos y entregados. La deriva ha hecho que conduzcan al país a este caótico colapso sin freno, mientras siga en sus manos. Manos las más perversas de la dominación. Manos que dicen: “conmigo o te vas”. Dicen: “conmigo o te mueres”. Las tres opciones que brindan si te les opones: salir huyendo, morir de hambre o morir de mengua, libre o encarcelado, es indiferente. Manos que aprietan hasta hacer que sigan saliendo por cuanto camino hay los venezolanos en busca de futuro. Como si aquí no cupieran. Como si aquí no hubiera con qué prosperar. Manos que matan literalmente de hambre para someter, de falta de medicinas, para sojuzgar.
Simulan que acometen acciones económicas, como si les interesara y se inventan dos salidas a la debacle. El petro. Moneda virtual, críptica. Y la reducción de ceros a las “monedas”. Y creen que con eso engañan al común de los mortales que por aquí pasa. En cada esquina saben lo que pretenden esconder con el recorte apresurado de ceros. Quieren que la gente crea que los bienes y servicios pueden valer menos. Vislumbran, en sus mentes de ficción, un descuento generalizado de productos, en sus mentes de abstracción vaporosa y mal oliente. Los ciudadanos comunes y no comunes saben que el dinero no vale nada, que acabaron con el valor del bolívar y del trabajo, con su valor material y simbólico. En una economía dolarizada en todo, hasta en las bolsitas clap. Saben que decir República Bolivariana de Venezuela, ya es en sí una devaluación monetaria y simbólica. Un casi no decir nada. Que acabaron con las luces y la moral, y arrebataron todo. Que cuando abandonen el poder, como lo harán, sin duda, por asfixia espontánea, no pareciera haber otra opción viable, habrá que reconstruir un país, reformarlo casi por entero.
¿Sin ceros? Sí, sinceros en aquello de no querer darle un orden a nada que no sea la administración de su poder sustentado en las armas. No desean un orden sino lo contrario. ¿Hay orden constitucional? ¿Hay orden democrático? ¿Hay orden electoral? ¿Hay orden judicial? ¿Hay orden parlamentario? ¿Hay orden económico? No, no, no, no, no y no. Eso desde un sector opositor que busca la reinstauración del orden, desesperadamente, no se entiende. No hay orden: hay órdenes. En ese sentido, se ordena crear una criptomoneda, irreconocible en buena parte del mundo y, a la vez, devaluar la imagen del bolívar, al reducirlo hasta en su pronunciamiento, cuando en serio nada vale. Sustituirlo y recortarlo. ¿Valdría la pena recordar que la moneda nacional es el bolívar, desde cuando Guzmán Blanco sustituyó el venezolano? Si tuviéramos una democracia sí, si tuviéramos algún apego a la constitución sí, si tuviéramos una protección ciudadana valedera, sí. Pero no. Estamos en esta inmisericorde situación de desamparo, de sometimiento ante el régimen despótico que ha hecho añicos todo esto para su sostén.
El bolívar trucado en petro. Una moneda sin sustento en el petróleo con ese nombre de candidato colombiano en el justo momento de su aparición y lanzamiento. Un bolívar diezmado y petrodolarizado. Ni en China se entiende. Un llamamiento más al caos que ahuyenta monedas, capitales y gente. Apesta el olor a mortandad.
Sin duda, presenciamos, más o menos inermes, la macabra e inimaginable, burlesca, disolución de un país.
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