Desde hace muchos años, en Venezuela se ha venido imponiendo el criterio y cultura política basada en una idea central: “merecemos”. Pensamiento este que se ha profundizado en la psique de los venezolanos en los últimos 20 años; y que nos ha hecho un inmenso daño como nación, tanto en lo político como en lo social. Entenderlo y superarlo se hace indispensable para allanar esta terrible crisis que nos arropa.
Tanto los gobiernos de la etapa democrática como los de la “revolución”, han usado en sus discursos el argumento constante de que somos un país inmensamente rico y que nos merecemos mejores condiciones de vida, obviando que para obtenerlas debemos prepararnos, esforzarnos y trabajar duro. Tenemos la pueril creencia que solo por el hecho de haber nacido venezolanos nos da derecho a ser premiados y recompensados gratuitamente, sin empeño, trabajo o sacrificio. Esta idea -que es alimentada por el populismo- no es exclusiva de la “izquierda” o de “derecha”, porque en la actualidad se trata no de un movimiento ideológico propiamente dicho, sino de una práctica de políticos y líderes carentes de seriedad y ética; que se presentan como promotores de una distribución complaciente de las riquezas. Riquezas que no existen, que no se han producido ni saben cómo hacerlo.
Por eso hoy vemos una inmensa parte de la población sintiendo que es merecedora de las ganancias de la renta petrolera; que el estado les debe esas bolsas de comida, pensiones, bonos por embarazo, o peor aún por algún asueto. Por otra parte, vemos a otro sector de la población que exige mejores líderes, cambio del sistema de gobierno y la conducción de la economía; que exigen respuestas efectivas de los responsables de la gestión pública, pero sin hacer el menor esfuerzo ni luchar por esto que obviamente considera que “merece”. Y que ante el fracaso en la obtención de lo que todos creen “merecer”, entonces tenemos un país sumido en la desilusión, indignación, aflicción, incluso amargura; donde los ciudadanos se sienten impotentes, víctimas incomprendidas, lo que genera una mayor inacción en la procura de soluciones.
Al no poder resolver efectivamente los reclamos ciudadanos, tal como gobierno y oposición prometían a sus respectivos seguidores, poco a poco esos liderazgos han perdido todo su apoyo, lo que ha dejado un importante vacío de poder, que hace latente el peligro de que sean grupos militares los que llenen, a la fuerza, ese vacío.
Los personajes que impulsan esta cultura del “merecimiento”, con el fin de ganar la simpatía de la población votante, se caracterizan por decir que sus acciones se basan en el “amor al pueblo” y en la “solución de sus problemas”. Con discursos que apelan a lo emocional, dejando de lado lo racional, favoreciéndose al manipular con sentimientos colectivos y compartidos. Es preciso dejar claro que su objetivo primordial nunca es el de transformar profundamente las estructuras y relaciones sociales, económicas y políticas, sino acceder o preservar el poder y la hegemonía política a través del control y la popularidad entre las masas.
Ningún régimen populista ha cambiado jamás, las estructuras de un sistema. Todos han sido corruptos, improductivos, destructores de la economía y de las virtudes cívicas; además son siempre incumplidores de sus promesas.
Por eso se hace tan importante saber elegir a quienes tendrán la responsabilidad de reconstruir el país. Después de esta tragedia que se hace llamar “Revolución del siglo XXI”, no permitamos que aparezca otro “mesías” prometiendo que acabará con los problemas socio económicos del país redistribuyendo igualitariamente ingresos y riquezas. Tenemos la tarea de “viralizar” el mensaje que la única solución real de la crisis es el crecimiento económico del país y que su principal motor es el trabajo, el empredimiento, la inversión privada, si no estaremos destinados al fracaso.
Para merecer se necesita esfuerzo y sacrificios. Seamos merecedores de una mejor Venezuela.