Se encontraban dos amigos muy cercanos en el alba de una tertulia. Gabriel, joven dedicado a su negocio familiar. Tenía como hábito diario tomar café en un lugar modesto y poco concurrido. Antonio, algo extrovertido y carismático no era muy amante del café. Antonio se sentó con su amigo y empezaron a debatir sobre cualquier panorama. Los unía una amistad legendaria. En la adolescencia de la tertulia llega otro joven, algo sonriente y encantador. Gabriel se lo presenta cortésmente a Antonio pero este, desconocía totalmente quien era el muchacho. De pronto, el desconocido le pregunta a Gabriel como está el café y éste muy enérgicamente lo vanagloria y le dice que para él ese café es un elixir de vida. Por su parte Antonio, quien no era muy amante de la bebida, frunce el seño y lo critica. El joven se sonríe, se despide y se va muy caballerosamente. Antonio queda algo intrigado por la identidad de esta persona y le pregunta a su amigo quien era. Gabriel tampoco sabe pero le respondió que siempre lo saludaba porque cada vez que lo veía, se acercaba gentilmente a preguntarle cómo estaba el café. Los dos quedaron en las nubes y ansiosos de saber quién era el joven misterioso. El ocaso del encuentro llega y cada quien sigue con su rutina.
Llega un nuevo amanecer y como era regular, Gabriel va al mismo sitio y otra vez llama a su amigo de infancia para que lo acompañara. El sitio estaba vacío. Para su sorpresa, se repitió la historia con el joven desconocido. Los saludó, preguntó por el café, se sonrió y se esfumó por arte de magia. Ambos quedaron en el aire porque no hubo momento para preguntarle la identidad. La suspicacia los consumió y se trazaron como norte al día siguiente descubrir quién era ese joven del café.
Llega la esperada mañana y los amigos van al sitio. Muy emocionados y decididos a saber por fin quien era el joven que siempre le preguntaba por el café. Para su sorpresa, el modesto sitio estaba cerrado y una nota de luto empañaba la puerta que rezaba un mensaje muy doloroso: “Hemos perdido nuestra alma. Somos un cuerpo sin espíritu”. Ambos quedaron perplejos y se fueron muy sentidos y frustrados porque no sabían que había pasado y no pudieron conocer al joven del café.
De camino a su casa, se encuentran una tranca enorme cerca de una funeraria. Aquello era apoteósico como si se tratara del funeral de Juan Pablo ll. La suspicacia atacó de nuevo. Los amigos intrigados, se bajan del carro y se dirigen hacia el sitio para saber a quién estaban velando. Entran al salón luego de mucho esfuerzo por la magnitud de gente dolida y entre llanto que estaba presente. Los dos entraron y pudieron ver el ataúd, para su sorpresa, era el joven del café que había fallecido. Los dos quedaron atónitos por lo que vieron. No podían creerlo y las lágrimas brotaron sin invitación. Éstos salen del lugar con la garganta hecha añicos y se acercan a preguntarle a una dama que estaba sentada a un rincón, sobre la identidad del difunto joven. Este le responde con una admiración dolorosa: “Él era quien hacia el mejor café de la ciudad. Lo cultivaba, cosechaba y elaboraba el mismo. Era su pasión y amaba lo que hacía. Nadie podrá llenar su ausencia”
La moraleja es cuestión de cada percepción individual. Lo Único que si es un norte para reflexionar es la admiración y lugar que se le da a aquellos que hacen pequeños detalles de cambio por vocación, constancia y devoción, por más desconocidos que sean. Existen héroes que realmente no usan capa y estrellas, que no salen en revistas. Ellos viven entre nosotros. No esperemos que llegue la ausencia para homenajear la presencia porque, llegará la hora de tomar un café en distintas circunstancias.
@JorgeFSambrano
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