Barbara Bush, fallecida este martes a los 92 años, fue la imprescindible matriarca de una de las grandes dinastías políticas de EEUU, una mujer apegada a lo tradicional que se ganó el apodo de “la abuela de todos” con su actitud cercana y su lengua sin tapujos.
Bush, que murió en su casa de Texas tras años de delicada salud, fue durante buena parte de su vida una espectadora clave de la política estadounidense, convirtiéndose en una de las primeras damas más queridas y en una figura esencial en el ascenso de dos de sus hijos.
Esposa del expresidente George H. W. Bush (1989-1993), y madre del también exmandatario George W. Bush (2001-2009) y del exgobernador de Florida Jeb Bush, Barbara dedicó su vida casi por completo a los roles de madre y esposa, pero tuvo tiempo para dos batallas extra: contra la analfabetización y contra el cáncer.
Bush fue primera dama en pleno apogeo del reclamo feminista por liberar a la mujer de las cadenas del hogar, pero ella nunca se avergonzó de su empeño en dedicarse a sus hijos y ser el pilar de su marido, una actitud que le valió no pocas críticas pero que ella siempre llevó con orgullo.
“Hace mucho tiempo decidí que en esta vida tenía que tener prioridades. Puse a mi marido y a mis hijos en lo más alto de mi lista. Y es una decisión de la que nunca me he arrepentido”, escribió Bush en su libro de memorias en 1994.
Esa decisión vital, que llevó a una periodista a afirmar en una ocasión que su marido George era un hombre de los años 80 casado con una mujer de la década de 1940, no evitó que se pronunciara de forma abierta sobre algunos asuntos políticos, siempre que sus opiniones no eclipsaran las de su esposo.
Quizá por eso la sorpresa fue tan grande cuando, en sus memorias, reveló que opinaba muy distinto que Bush padre en dos grandes asuntos en el debate nacional: el aborto, que según ella debe depender de una decisión personal de la mujer, y el control de armas, que consideraba necesario fortalecer.
“El aborto no es una prioridad para mí. El control de armas tampoco lo es. Dejo esos asuntos a gente lo suficientemente valiente como para tener un cargo público”, dijo Barbara Bush en sus memorias, a modo de explicación por no haberse pronunciado antes sobre esos temas.
Sí fueron prioridades para ella la alfabetización infantil, que centra el trabajo de la Fundación Barbara Bush, y la lucha contra el cáncer, con la que se comprometió tras perder a su hija Robin, fallecida a los tres años por leucemia; y que llevó al matrimonio Bush a donar millones de dólares para investigación médica.
Pese a sus ideas tradicionales y sus inseparables collares de perlas, Bush nunca se preocupó demasiado por los estragos de la vejez, y convirtió su pelo blanco y sus arrugas en toda una seña de identidad en pleno auge de la cirugía estética.
“Mucha gente ha querido retocarme”, confesó Bush en sus memorias. “Una mujer incluso tomó mi foto en la revista Life, me hizo un nuevo corte de pelo, me puso pendientes, ropa, collar y maquillaje nuevos y me envió una copia de su obra de arte”.
Su sentido del humor y su franqueza generaron muchos titulares; uno de los últimos en abril de 2015, cuando no dudó en decir que no quería que su hijo Jeb compitiera por la Presidencia en 2016.
“Hay otra gente ahí fuera que está muy preparada, y ya ha habido suficientes Bushes (en la Casa Blanca)”, explicó entonces a la cadena NBC.
Nacida en 1925 en Nueva York como Barbara Pierce, e hija de un empresario editorial, la futura primera dama conoció a George H. W. Bush en un baile cuando tenía apenas 16 años y, aunque completó un año de estudios en la Universidad Smith, no dudó en abandonar la carrera cuando él terminó su servicio militar y regresó a EEUU.
Los Bush se casaron en enero de 1945, cuando ella tenía 19 años, y la joven esposa no pensó nunca en retomar los estudios, dedicada por completo a su esposo y sus hijos: Dorothy, Marvin, Neil, Jeb y George.
En 1976 sufrió un episodio de depresión que atribuyó a la menopausia y a la soledad mientras su esposo era director de la CIA, y en 1989 fue diagnosticada con el síndrome de Graves, una enfermedad de tiroides.
“Al final de tu vida, nunca te arrepentirás de no haber aprobado un examen más, o ganado un juicio más, o cerrado un acuerdo de negocios más. Te arrepentirás de no haber pasado más tiempo con un marido, un amigo, un hijo, o un padre”, dijo Bush en un discurso en la Universidad de Wellesley en 1990.
La exprimera dama fue fiel a este consejo hasta sus últimos días, que pasó en su casa de Texas y acompañada del hombre con el que estuvo casada más de 70 años. EFE