En los años 90, el talentoso y ya fallecido caricaturista Carlos Fonseca, dibujó de manera perspicaz una imagen que tituló como la cola de los que pagaban los platos rotos. Lo que era una pequeña advertencia a un sistema que se autodestruía por la mezquindad, la pequeñez, la irresponsabilidad de las élites y la absurda antipolítica que derivó en el militarismo, trajo años después colas aún peores. Colas para comer, colas para acceder a los servicios básicos y colas para salir del país en búsqueda de un futuro incierto.
Pareciera que Venezuela aprendió poco del inmediatismo y efectismo que rápidamente puso al país a aplicar la política de la venganza, buscar en Hugo Chávez una alternativa para superar el desafío de atender una democracia enferma, que terminó siendo aniquilada.
20 años después Venezuela enfrenta los mismos dilemas producto de insistir en los errores que han extendido la cola de los que pagan los platos rotos. Por un lado un régimen al que solo le interesa perpetuarse en el poder porque el costo de su salida es alto, y por otro una alternativa democrática chantajeada por gradas que desde adentro y desde afuera demandan con ahínco todo tipo de pruebas de lealtad para que la oposición demuestre que sí es oposición así sea suicidándose.
La irracionalidad solo nos lleva a caminar hacia la nada, con soluciones mágicas sugeridas fundamentalmente desde la comodidad de la distancia, extremismos que en nombre de la dignidad y la pureza no han hecho sino mantener al régimen en el poder y aumentar la desconfianza en el liderazgo local que enfrenta al régimen a lo largo y ancho de Venezuela.
Y es que son fácilmente comprables las agendas que en la teoría conducirían a la salida inminente de Maduro, pero todas derivan en el todo o nada en el que el autoritarismo se queda con todo y la democracia con nada, porque es bien sabido que quien tiene las armas tiene la fuerza y que los regímenes dictatoriales no se legitiman con la razón ni con los votos sino con las balas.
Los “yaismos” han construido una oposición paralela que como no está en la línea de tiro no paga ningún costo por sus decisiones, sino cobra en retweets la popularidad de sus frases o críticas que simplifican y banalizan la grave crisis política con consignas de guerra a muerte, exigencias a los diputados y a la Asamblea Nacional que de caer en sus juegos, socavaría la legitimidad internacional adquirida por el voto y por la coherencia.
Hay quienes se creen capataces que al igual que Maduro pretenden manejar el país a control remoto, y hasta fantasean con la idea de gobernar Miraflores virtualmente dentro de su universo paralelo. Lo trágico no son sus delirios, sino que no escatiman las consecuencias en muertes y perdidas por su despropósito, alimentan esperanzas en un país desesperado y al ver a su público defraudado, saben muy bien trasladar las culpas al liderazgo local, tildándolo de colaboracionista y traidor por no aventurar.
En sus contradicciones dicen que la oposición no tiene poder de convocatoria pero le reclaman haber parado la calle que según sus teorías ya había derrotado al régimen, pero lo que Venezuela nunca vio, es que estos militantes de la nada, a diferencia de nuestros jóvenes, tomarán una piedra o un escudos de madera para poner en práctica su patriotismo cuando fueron despojados de sus espacios. Ninguno se inmoló, todos se dejaron quitar todo y precisamente por eso les duele el valor con que Leopoldo López asumió su prisión, la tenacidad con la que Henry Ramos preservó desde las bases el partido que desde siempre el régimen ha querido destruir y levantó la moral a los venezolanos cuando asumió la presidencia de la Asamblea Nacional, no aceptan que Julio Borges y Luis Florido sean recibidos por cancilleres, jefes de estado y personalidades del mundo que conocen que representan a quienes los eligieron, venezolanos todos de carne y hueso y no cuentas anónimas de twitter que le hacen el coro a que sigamos avanzando a un callejón sin salida.
No por casualidad, la comunidad internacional hoy coincide a la perfección con el Frente Amplio en que la presión nacional e internacional debe lograr no una guerra civil, ni una intervención sino las condiciones electorales necesarias que permitan salir del régimen y darle paso a un liderazgo que conquiste el poder desde las bases de la Venezuela profunda, atendiendo las necesidades de la gente que no busca un mesías ni presidentes autoungidos en su imaginación, sino un proyecto y un equipo a la altura de la nueva Venezuela.