Las campanas gimieron y luego callaron.
A mansalva, las balas salieron desde el puente.
De bruces cayeron los cuerpos,
rasgadas fueron las banderas
pero, colgadas del aire quedaron, las canciones.
Hay un dolor
desmayado en el alma,
hay tantas muertes colgadas de nuestro dolor,
y no sabemos cuál será el castigo.
Estado de Sitio
Poemas
Rubén Osorio Canales
Jairo, Daniel, Miguel Ángel, Gruseny Antonio, Carlos José, Paola Andreína, Johan, Cristian, Yorman, Edy, José Francisco Guerrero, Juan Pablo Pernalete, Armando Cañizales, Miguel Castillo Bracho, Diego Arellano, Paul Moreno, Neomar Lander… la lista no se detuvo allí: fue sumando víctimas con la velocidad que ofrece la impunidad y con la indolencia que da el abuso de poder. Quien ostenta la autoridad, desconoce los límites entre el bien y el mal. Ignora las leyes que se redactaron para limitar sus actuaciones. Quien controla el poder, cree que la ley se redactó para imponerla a su conveniencia. Interpretándola de manera tal que no perjudique sus intereses. Como si la vida, tarde o temprano, no los sentase en el banquillo de los acusados.
En manos de estos sicarios de turno, Jairo, Daniel, Miguel Ángel, Gruseny Antonio, Carlos José, Paola Andreína, Johan, Cristian, Yorman, Edy, José Francisco Guerrero, Juan Pablo Pernalete, Armando Cañizales, Miguel Castillo Bracho, Diego Arellano, Paul Moreno, Neomar Lander… y los otros cientos que faltan en mi lista, perdieron la vida. Sus sueños. Sus primeras novias. Sus actos de graduación. Sus próximos conciertos. La violencia con la que actuaban los cuerpos de seguridad del régimen durante las protestas de 2017, les silenció el reclamo de un balazo. Les segó el camino de vida que tenían ideado como plan a largo plazo. Eran muchachos. Eran, en su mayoría, jóvenes, con la pasión y la valentía que da esa etapa. El régimen les quitó la oportunidad de vivir. Los arrancó de los brazos de la vida, para apagarles los sueños de forma prematura.
Hace un año, cientos de padres, enterraron a sus hijos. Unos hijos con el pecho desnudo, y un corazón palpitante, como único chaleco antibalas. Armados con ideales. Sintiéndose infalibles e invencibles. Sin miedo a lo que pudiera ocurrirles, porque, si lo hubieran sentido, hoy estarían organizando sus rumbas o sus paseos a las playas… o sus vidas en otros países, porque, tanta realidad país, probablemente, los habría hecho migrar. Cuando los asesinaron y, día tras día, un nuevo nombre se sumaba a esta luctuosa lista, llorábamos de forma anónima con esos padres; compartiendo su dolor, sintiendo su rabia, gritando su impotencia. Sentimos nuestra la pérdida de esas valiosas e incuantificables almas. Nada consuela cuando un hijo es asesinado. Y en 2017, el régimen se encargó de dejar sin hijos -sin hermanos y sin nietos- a muchos hogares. Invirtiendo el orden natural de la vida, donde morir de viejos debería ser lo normal.
A cientos de jóvenes que hoy no están en sus clases, en sus trabajos, en sus casas, el régimen los sentenció, condenó y se encargó de ejecutar el castigo, sin escatimar en exceso de violencia, que aderezó con odio, saña, morbo y, por qué no, cierto grado de disfrute perverso. Y nosotros, en abril, mayo, junio, julio de 2017, voluntariamente nos hicimos solidarios con las familias que se enlutaban de forma inesperada y precipitada. Algunos, incluso, hasta hicieron una promesa: “Prohibido Olvidar”, un lema que se ha vuelto común, por la cantidad de desapariciones en el haber de este desgobierno.
Son meses de luto para el país. Porque esas muertes todavía duelen. Hace un año el régimen silenció con balas, lacrimógenas y perdigones, el futuro de Venezuela, el que se llamaba Juan, Yorman, Paul, Miguel o Andreína… un futuro lleno de bríos que salió a las calles a dar la cara por nosotros, a pelear por nosotros, a reclamar los derechos de todos, sin egoísmos, ni mezquindad. Pero, que encontró la muerte. Y sus nombres, se unieron a los nombres de los que también murieron en las protestas de 2014 y que hoy, casi ni recordamos.
“Prohibido Olvidar”, en un país donde los habitantes, pareciéramos sufrir de memoria corta. En un país, donde la hipocresía se ha vuelto la práctica común que facilita la convivencia. “Prohibido Olvidar” y, sin embargo, una vez más, el régimen se anota otro triunfo seduciendo –o aplastando- con sus perversiones a quienes en algún momento promovían las protestas e hicieron sentir a esos jóvenes, que hoy cumplen un año injustamente asesinados, que el cambio por el que luchaban, ocurriría en cuestión de horas y sin necesidad de que interviniese el CNE.
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