El debate en el campo opositor se ha concentrado en torno a la participación o no en el proceso a celebrarse el 20 de este mes. No pretendemos disminuir la importancia de esa polémica, más cuando ella ha adquirido tonos y variantes que pueden lesionar significativamente un propósito estratégico fundamental, como lo es en nuestra opinión, la unidad de todas las fuerzas que se oponen al régimen.
Siempre hemos considerado que ese objetivo es imprescindible para lograr el cambio político y reconstruir la institucionalidad democrática. Ninguna organización, ni parcela o liderazgo individual por sí solo, puede asumir una tarea de tal magnitud. Esa es una verdad incontestable en la Venezuela actual.
La manera como se ha venido desarrollando la polémica, no abona el terreno para recomponer la unidad posterior al evento del veinte de mayo. Muy por el contrario el fanatismo, el enfrentamiento exacerbado, las descalificaciones, el atrincheramiento en la defensa de posturas, no permite vislumbrar, inmediatamente un próximo reencuentro entre las diversas visiones (no son solo dos) que componen el campo opositor. Los epítetos y las descalificaciones no son exclusivas de un sector, se distribuyen por igual entre quienes defienden diferentes posiciones.
Se han expuesto una gran cantidad de argumentos-muchos de ellos válidos- en defensa de una u otra posición, se han pronunciado partidos, instituciones, organizaciones de la sociedad civil, personalidades, en el ámbito internacional como Felipe González, Fernando Mires y Ricardo Lagos.
Para nosotros, desde el inicio de esta discusión, el problema en primer término consistía en adoptar una política lo más unitaria posible, objetivo que lamentablemente no se alcanzó, luego consideramos que el real problema estratégico se planteará después de la fecha mencionada. No es cierto que ese dilema solo está planteado para la opción de los que no participen, a nuestro juicio existe también para los que concurran al proceso, ya que los resultados no nos deben sorprender y superada la actual disyuntiva, se colocará como necesidad prioritaria para la agenda de las fuerzas democráticas, el responder a la exigencia de proponer la alternativa democrática y constitucional para salir del desastre actual.
Ese es el verdadero dilema, trasciende la coyuntura. No estará sujeto a suponer que el escenario internacional, con todo lo importante que es, será el decisivo. Por supuesto que la actividad en ese plano deberá mantenerse e intensificarse para mantener el respaldo de la comunidad democrática mundial.
En el plano de la acción política el escenario que es seguirá siendo decisivo es la que se desarrolla en el país. Tampoco es cierto que todos los que optan por la no participación están apostando a una intervención extranjera.
Enfrentar la situación que podrá generarse después del veinte, requerirá elevarse por encima de las parcialidades, superar las fracturas y acusaciones mutuas para posibilitar sino en lo inmediato, si en corto plazo la reconstrucción de la unidad para abordar la acción política en medio de las dificultades generadas por la profundización de la crisis en todos los ámbitos de la vida social.
La dirección de la oposición venezolana no sólo tiene el desafío, sino la responsabilidad y el deber de diseñar el planteamiento y la ruta estratégica que nos conduzca a alcanzar el cambio político. Así recobrará su imagen, credibilidad, prestigio y ascendencia en el país. Podrá estimular e incidir las contradicciones en el eje dominante y ser percibida por factores decisivos para el cambio como una alternativa real de poder. Lo que implica -necesariamente- superar la actual dispersión, unificar los esfuerzos en una misma dirección estratégica, en el contenido de su discurso y en la acción permanente. Jerarquizando en primer término la crisis social y económica que constituyen hoy los principales padecimientos de la mayoría de los venezolanos. Estos elementos, entre otros, constituyen el verdadero dilema a resolver.