Corina vive en una casa lujosa pero no puede frecuentar restaurantes; Federico, periodista, no tiene para el cine; y Alida, vendedora, añora comer pollo pero no le alcanza. Aun con sus diferencias de clase, la crisis les cambió la vida.
Arepas sin relleno
La arepa -tortilla de maíz típica de Venezuela- se come con mantequilla y queso, pero Alida Huzz, vendedora de una favela del oeste de Caracas, no puede pagar el relleno.
“Tengo tiempísimo con ganas de comerme un arroz con pollo y papa. Tengo el arroz, papa, pero pollo no. Trabajas y trabajas y nada. Antes podías comer lo que quisieras, ahorita no”, dijo Alida a AFP.
La mantequilla cuesta 810.000 bolívares, 31% del ingreso mínimo que el presidente Nicolás Maduro -quien busca reelegirse el domingo- ha aumentado tres veces en 2018 debido a una hiperinflación que -según el FMI- pasará de 13.800% este año.
Entre sollozos, Reina Rojas, ama de casa del barrio, de 50 años, cuenta a AFP que su hijo mayor abandonó la universidad para trabajar de albañil en Ecuador: “Manda real (dinero) para ayudarnos”.
Su casa está llena de baldes con agua que recoge por la escasez, y electrodomésticos dañados que no puede reparar. Como Alida, recibe cada mes y medio una caja de alimentos que vende el gobierno a precios subsidiados.
“Solo vienen tres kilos de arroz, tres paquetes de espaguetis y aceite. ¿Quién vive con eso?”, cuestiona Reina, quien votará para salir de “esta pesadilla”.
Pero en su casa a medio terminar y con una sola litera, Jesús Cova, vendedor ambulante, agradece a Maduro: “Da casas, bonos. Está dando, de lo mucho que da el petróleo, una miseria al pueblo, pero los gobernantes de antes no daban nada”.
Vive de su pensión equivalente al ingreso mínimo (36 dólares a tasa oficial y tres en el mercado negro). Según las principales universidades del país, la pobreza escaló a 87% en 2017.
El sueldo en una pizza
Federico Pereney, periodista de 41 años, dejó su trabajo en septiembre cuando al invitar a cenar a su novia el sueldo se le fue en una pizza.
Ahora trabaja por cuenta propia y con lo que ambos ganan compran comida y “poco más”. Al menos -afirma aliviado- posee un buen departamento en Caracas.
“Ya no vamos a restaurantes, a veces compramos pizza y comemos aquí”, dijo cabizbajo.
El entretenimiento también se les redujo a una vieja consola de videojuegos y a ver películas piratas. “Al cine ya no vamos, es muy costoso”.
Tampoco tienen para reparar el aire acondicionado del carro y ya no compran ropa, la arreglan.
Su última salida del país -recuerda melancólico- fue en 2012 cuando estuvo diez días en Bogotá.
Cree que mientras Maduro gobierne todo empeorará y que las elecciones no son la solución: Quizá “lo sea un cambio interno en el gobierno, no hay oposición”.
El principal rival de Maduro, el chavista disidente Henri Falcón, se inscribió contrariando a la opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD), que llama a la abstención por considerar fraudulentos los comicios.
Encierro en jaula de oro
Corina Sosa vive en una lujosa casa en el este de Caracas, decorada con obras de arte. Aunque comprar comida no es problema, la crisis también golpea a su familia: disminuyen los viajes y salidas a restaurantes.
Tampoco ahorran, pues deben pagar los estudios universitarios de un hijo en el exterior. Su hija mayor también emigró -cuenta Corina con voz quebrada-, buscando oportunidades.
“Antes podíamos reunir amigos en casa, salir a comer, ahora prácticamente todo se reduce a comprar comida y pagar sueldos (de empleados). Ahorrábamos para viajar, ahora no”, relató a AFP.
Atareados, varios trabajadores domésticos entran y salen de la enorme quinta. Corina es corredora inmobiliaria y su esposo abogado, pero evita dar detalles personales por temor a la delincuencia.
Cuando Pedro, su otro hijo, sale de noche, no duerme: “Pienso que va a sonar el teléfono a decir que lo tienen secuestrado”.
Varias camionetas de la familia están varadas porque no hay repuestos o son muy costosos.
“Mi papá pudo construir esta casa hace años y hoy no podemos comprar dos cauchos (neumáticos). Pedir una botella de whisky en un restaurante es imposible”, comenta Pedro, abogado de 28 años.
Además de estas tres clases tradicionales, los venezolanos identifican una nueva a la que llaman “boliburgueses” o “enchufados”, personas supuestamente del entorno del gobierno a las que reprochan su ostentación y que no resienten la crisis.
AFP