Nadie sabe lo que ve Ray Collins y aún así, después del clic, todos le aplauden. Del mercado del arte al mundo del surf es aclamado por los resultados de su cámara. Las imágenes que encuadra son más que auténticas aunque no permitan llegar al mensaje original. Hasta el ojo del autor. No es una acusación ni una alusión a la interpretación subjetiva tantas veces utilizada como argumento sobre el sentido del proceso creativo. Es el punto de partida para entender como uno de los grandes fotógrafos del mar construye su mensaje visual desde otro lugar. Uno dónde todo lo que él ve es auténticamente distinto a lo que el público aprecia, reseña Traveland Leisure.
El dictamen: daltonismo. “No sé lo que los demás miran, pero nunca será lo mismo a lo que yo observo”, ha dicho. Sin embargo, asegura que lo que da forma a la imagen, a sus imágenes, se basa en la luz y la composición; y en perder toda certeza sobre intentar capturar algo de los colores. No, lo de él, su truco, viene al final.
Su fijación, en realidad, son las olas. Hace diez años, tras un accidente de trabajo, se vio obligado a nadar como parte de su rehabilitación. Fue allí que comenzó a entender el movimiento del mar y descubrió las formas que produce el viento al empujar el agua y las convirtió en su rutina: Collins, cámara en mano, mira atento cuando una se levanta y hace un par de giros para después volver a su cauce y él, hace clic.
Permanece expectante (una de sus grandes virtudes), por horas. Sumergido, con la intención de encontrar un patrón en las oscilaciones y en la altura que alcanzan las ondas y en la manera de romper, espera algo que quepa en su encuadre. Que lo llene de belleza. Lo cierto es que de poco sirve su impenetrable paciencia y termina por recurrir a la intuición. “Hay algo depredador en la acción de hacer una foto”, señalaba Susan Sontag. Así, cuando Ray parece resignado, su instinto se muestra fiel y le anticipa el próximo movimiento del agua y, entonces, él dispara el obturador.
La luz es su mejor herramienta. Toma a las olas como si fueran una persona e intenta hacer su retrato; dice que es imposible hacer una fotografía sin ella, pese a que es incapaz de ver las tonalidades que crea la misma. Él prefiere enfocarse en la manera en que destella la superficie o en lo que resulta cuando penetra el agua mientras se levanta en total caos.
Es el agua capturada desde la forma, peros siempre orientada por la luz, es lugar de encuentro entre la ausencia y la presencia de colores. En ese encuentro que se produce entre el rayo y la ola, Ray vive feliz. Lo recuerda así desde siempre. Su madre lo cargaba por la espalda y se sumergían en el océano. Cohabitaban el agua y desde ahí, vivir entre la tierra y el mar es una más de sus rutinas. “El mar es todo lo que conozco”, afirma Ray, “hay algo íntimo entre nosotros”.
Acostumbrado a viajar, y con su tierra firme en Australia (que sostiene es uno de los mejores escenarios para cualquier fotógrafo), Collins sigue creyendo que Hawái, Indonesia e Islandia ofrecen, quizá, los mejores paisajes marinos del mundo. Prueba de ello se encuentra en Water & light, el libro que compila parte de su trabajo.
Para producirlo, Collins sobre voló Hawái colgado de un helicóptero; nadó en los helados mares del Atlántico y navegó por las deshabitadas cadenas de islas del archipiélago indonesio. Ninguna de estas condiciones le resulta trágica; incluso, ha confesado su fascinación por los climas nublados y lluviosos gracias a lo que estos provocan en el ambiente náutico. El secreto, dice, es estar allí, pendiente de lo espontáneo, leer el humor que muestra por instantes el mar.
Al final, no distinguir los tonos e intentar atrapar lo fortuito poco peso tienen en la creación de una imagen bella, pues como ha deducido el austriaco Vilèm Flusser, “la fotografía no es una forma de conocimiento sino una magia, una especie de alucinación que ha trastocado lo real”.