Catia, una enorme barriada de Caracas, es cuna de icónicos futbolistas venezolanos como Salomón Rondón o Alejandro Guerra. Muchos de sus niños a veces no tienen ni qué comer, pero sueñan con ser como ellos y algún día ver a la Vinotinto en un Mundial.
AFP
Nubes de polvo se levantan mientras un grupo de chicos corre tras el balón en la cancha de tierra de la escuela de fútbol Calasanz, donde cada semana entrenan unos 200 niños y jóvenes, cuyas familias desafían la crisis socioeconómica para sacarlos adelante.
“Quiero ser futbolista”, dice Luis Torres, de 7 años, en el modesto campo rodeado de escombros, entre los que sobresale el chacís de un auto quemado.
Chicos como estos hacen que “valga la pena”, comenta Joel Monges, padre de Steven, de 8 años, aunque el costo de unos botines pueda representar año y medio de trabajo para quien gane el salario mínimo.
En la lista de talentos formados en esta zona popular del oeste caraqueño, en el colegio San José de Calasanz o en otras instituciones como Catia FC o Tamanaquito, figuran los internacionales vinotinto Rondón, Guerra, Alexander González o Wuilker Faríñez.
Seguir su huella no es simple ilusión. Santiago Rodríguez, exalumno de 17 años del Calasanz, fue contratado hace 15 meses por el club más ganador del fútbol venezolano, el Caracas.
Ello hace persistir a los responsables de la escuela de fútbol, con más de 50 años de tradición y equipos en distintas categorías infantiles y juveniles.
“Hay días que amanecemos como desmayados, ya no podemos más, pero pensamos: ¿Cómo vamos a dejar a esos muchachos abandonados?”, dice Zaida Márquez, su secretaria general.
“Muchas veces, si los padres tienen para darles un plato de comida, no tienen para los gastos (del fútbol), pero nos ayudamos entre todos”, agrega en referencia a la crisis, reflejada en la escasez de alimentos y medicinas, y una voraz hiperinflación.
– Esperanza –
Venezuela es el único país de Sudamérica que no ha ido a un Mundial de fútbol, pero el evento despierta fervor con la influencia de los inmigrantes españoles, portugueses e italianos de las décadas de 1940, 1950 y 1960, y el crecimiento de la disciplina en el país.
Sí ha competido en la Copa del Mundo en las categorías Sub-17 y Sub-20, con protagonismo catiense, pues Faríñez fue el arquero de la Vinotinto que consiguió un inédito subcampeonato Sub-20 en 2017.
Fermín Lugo, central de 16 años, vivirá por ahora, a partir del jueves, la fiesta mundialista por televisión, pendiente de jugadores como el brasileño Thiago Silva o el alemán Jerome Boateng, sus referentes.
Pero él ve a Venezuela en un Mundial y, al igual que sus compañeros, quiere ser parte de ese futuro, con el ejemplo de sus predecesores.
“Una profesora nos contó que una vez le pidió a los alumnos hacer un dibujo de la profesión que iban a tener. Salomón (Rondón) se dibujó en una cancha”, comenta Wuilker Peña, de 17 años.
Las niñas también sienten el fútbol. “Soy fanática de Deyna Castellanos (finalista del último premio The Best de la FIFA). Quiero ser como ella”, dice Ariadna Raborg, de 11 años, del equipo femenino del Calasanz.
– Mucho que ganar –
Profesionales como Alexander González o Jhonder Cádiz recuerdan con cariño su niñez.
“En Catia no tenemos nada que perder y sí mucho que ganar”, sostiene González.
“Te da la experiencia del barrio, esa viveza, ese ‘malandraje’ (irreverencia), que no tiene todo el mundo. Por eso Wuilker Faríñez es Wuilker Faríñez y Salomón Rondón es el mejor delantero de Venezuela”, declara por su parte Cádiz.
A los problemas económicos se une la criminalidad, en un país cuya tasa de homicidios es 14 veces mayor a la media mundial, según la ONG Observatorio Venezolano de Violencia.
“Tenemos becados. A uno de nuestros chicos le mataron a sus padres y quedó con su abuelita. Obviamente tenemos que becarlo. No podemos dejar que se vaya”, relata Zaida Márquez.
Todos sienten orgullo de su humilde cancha. Cuando algunos equipos les han dicho que no jugarán en ese campo de tierra, les recuerdan que de allí salieron Rondón, Guerra y otros.
“Ojalá tengamos la oportunidad de representar un día a Venezuela, como lo hacen ellos”, suspira Fermín.