El antes y después del conflicto venezolano lo marca la creación de una Asamblea Nacional Constituyente de poderes ilimitados y duración indefinida, constituida exclusivamente por militantes del partido de Gobierno electos de forma corporativa y sin voto universal, contraviniendo la normativa constitucional y todo principio democrático. No en vano ese proceso a la cubana mereció el repudio de la población que protagonizó jornadas de protestas inolvidables que dejaron además un lamentable saldo de asesinados, heridos y detenidos. Igualmente la comunidad internacional reaccionó de forma contundente desconociendo esa instancia y generando sanciones inéditas contra los jerarcas del régimen.
Se trata de la consolidación y colectivización de la dictadura de parte de una cúpula que decidió crear una especie de Arca de Noé para superar el diluvio que está en pleno apogeo. Desde entonces ha sido esa Constituyente omnipotente la que ha convocado elecciones, ha designado y destituido funcionarios, ha decidido la suerte de los presos políticos y ha sometido a los poderes públicos destituyendo a quienes no se juramenten ante ella. Esta anomalía había sido subestimada hasta ahora porque Maduro parecía controlar la Constituyente a través de Delcy Rodríguez quien presidía esa instancia dando la sensación de unidad de mando, lo cual acaba de cambiar con la coronación de Diosdado Cabello.
Ahora en Venezuela hay formalmente dos dictadores, que no necesariamente piensan igual ni tienen la misma agenda. En la nueva repartición del poder, el ala civil se quedó con el Gobierno mientras que el ala militarista corona la Constituyente, que en código “chavista” representa el poder supremo. En términos prácticos, si Maduro renuncia mañana, nada cambia. Esta circunstancia debe ser asimilada en toda su dimensión, sin maquillajes ni simplificaciones, aceptando que nos enfrentamos a un mostruo de dos cabezas. Lo primero que se debe entender es que en esta situación tanto un diálogo con Maduro como una elección presidencial, son completamente ineficaces para lograr el cambio de modelo y el rescate de la democracia, ya que todo lo que se haga dentro del sistema tendrá a la constituyente como última y decisiva instancia. Cualquier acuerdo de transición pasa por exigir como requisito primordial la eliminación de la ilegítima Asamblea Nacional Constituyente, demanda que por cierto ha ido desapareciendo peligrosamente del discurso tanto a lo interno del país como en el escenario internacional. No es casualidad que Diosdado Cabello haya amenazado en su primera declaración con extender indefinidamente la vigencia de la Asamblea Nacional Constituyente que lo convierte en Emperador.
El tema en Venezuela no es político, se trata de crimen organizado, de repartición de territorios y negocios entre carteles y mafias. Un triunvirato entre Gobierno, Fuerzas Armadas y Poder Constituyente, en el que el Estado ya no existe y el pueblo ya no importa, al punto que nadie del régimen se siente aludido ante la hiperinflación y devaluación oficial que colocó el salario promedio de los trabajadores por debajo de dos dólares mensuales. Son dos dictadores, pero ningún país. Una situación insostenible que merece ser atendida con mayor urgencia, determinación y claridad de diagnóstico.
JOSÉ IGNACIO GUÉDEZ YEPEZ
Secretario General de La Causa R
@chatoguedez