Luis Alberto Buttó: Bitácora del día de un profesor universitario

Luis Alberto Buttó: Bitácora del día de un profesor universitario

Luis Alberto Buttó @luisbutto3

 

1) Temprano en la mañana, por la identificación hecha acerca de mi escalafón por una estación de radio que vía telefónica me solicitó algunas declaraciones sobre la crisis del sector universitario nacional, recordé que era profesor Titular. Corrijo: no lo he olvidado, sólo que hace tiempo lo desestimé por completo. ¿Razones para tal proceder? Quizás el hecho de ser consciente de que entrevistas como ésa suelo concederlas sentado en las mesas de un cafetín de la universidad, en el cual, por más que lo desee, hoy no puedo tomarme un café. El sueldo que gano no me da para ello.

2) Ya en la oficina, revisé el correo electrónico. En primer lugar, leí la comunicación de Personal sobre el depósito del bono de alimentación. Como lo hago desde hace cierto tiempo, me pregunté si al llamarlo «beneficio» los panas de esa oficina incurren deliberadamente en cinismo o es que todavía no encuentran un eufemismo más contundente para describirlo. En todo caso, repasé mentalmente precios y determiné para qué me alcanzará dicho componente del «salario mínimo integral»: una pastilla de jabón de baño. Lo elemental se tornó preciado tesoro a conservar.





3) Sobre la marcha, recordé que en un par de días se agotará la comida de la perrita que cuido. Con esto en mente, para nada, chequeé lo abonado por concepto de quincena en la página del banco. Sabía de antemano que, ni por asomo, la totalidad de mi sueldo se acerca al costo del saco de alimento canino de menor precio. El brete me enerva el alma. Los animalitos no tienen la culpa.

4) Me sumerjo en la protesta que convocamos a las puertas de la universidad. No logré identificar con propiedad si el ritmo y tono de las consignas que gritamos estuvo marcado por la rabia, la desesperación o el hartazgo. Lo importante fue la convicción de los que allí estuvimos. Una vez más, mis amigos y compañeros, que no sólo son profesores, sino también estudiantes, empleados y obreros, me llenaron de orgullo. En la lucha, la soledad tiende a disiparse. Hombro a hombro, el reclamo adquiere color de hermandad.

5) Como me es usual ahora, regresé a casa en el bus de la universidad. Admiro a rabiar a los compañeros de transporte que hacen milagros para mantener las unidades en servicio. Mi vehículo permanece arrumado, esperando reparación. Todo lo acumulado en mis más de dos décadas de servicio en el campus no me alcanza para comprar el repuesto requerido. Esta reflexión le proporcionó cruel significado a lo dicho por un colega recientemente jubilado: «para nada trabajé toda una vida». Me reservé la imprecación que me vino a la mente. Hay groserías muy feas para decirlas en público. Mientras tanto, abstraído, comencé a enumerar los huequitos que ya se asoman en mis zapatos. Lo básico se volvió lujo imposible de ser satisfecho.

6) Tarde en la noche, me asomé al balcón para contemplar el cielo. Por más cansado que estaba, pensar estas cosas me arrebató el sueño, me condujo al insomnio. Deseé fumarme un cigarrillo y, de nuevo, la indignación me arropó. El nuevo precio de la cajetilla quedó lejos de mis posibilidades. Sí, ya sé lo que algunos van a decir al respecto. Sólo pido respeto para mis decisiones como adulto. Al final de cuentas, creo fervientemente que Ian Fleming tuvo toda la razón del mundo cuando tituló uno de sus libros Vive y deja morir.

7) Mañana será otro día. Los infelices responsables de esto seguirán empañados en quebrarnos, empeñados en derrotarnos. No sé si lo lograrán. Lo que sí sé es que callados y entregados no nos encontrarán. Ni de vaina.

Historiador
Universidad Simón Bolívar
@luisbutto3