Un pequeño insecto cae sobre el teclado de la laptop, unos minutos después otro y el tercero aterriza en mi cuello. A pocos metros, un conocido cineasta intenta que la luz del sol no dé sobre su pantalla y una señora grita a voz en cuello algunas intimidades mientras conversa por videoconferencia con algún familiar emigrado. Un gato callejero se acerca a mi bolsa y exige comida, pero no traigo nada, en fin de cuentas solo he venido a una zona wifi de acceso a internet a pocos metros de mi casa.
Por Yoani Sánchez en 14Ymedio.com
He tenido suerte de alcanzar un banco, aunque no tenga espaldar y una hora después de estar navegando la cintura empieza a exigir un lugar de apoyo. Me muevo entonces hacia una zona cercana a la escalera de un edificio, pero antes compruebo que no haya ningún balcón sobre mi cabeza para evitar que algún vecino lance agua o restos de comida justo sobre mi computadora. He encontrado un buen sitio en la escalera de acceso, mi columna vertebral tiene ahora el alivio de un muro.
Después de unos minutos comienzo a sentir un olor desagradable. Evidentemente alguien usó como baño público un matorral cercano y mi “oficina” ideal pierde todo su encanto con aquel hedor. Me muevo hacia otra parte. Unos niños juegan pelota con un bate improvisado y me coloco en un posición en que mi pantalla no corra peligro, pero el sol está avanzando hacia la zona y calculo que me queda una media hora antes de que “el Indio” me atrape.
El cielo se nubla, pero ahora la batería está dando señales de que le queda menos de un 15% de carga. No hay tomacorrientes cerca, nadie que “revenda” un poco de energía -un negocio que sería muy lucrativo de instalarse en estas áreas wifi-. Así que bajo el brillo de la pantalla para ahorrar, pero con la luz a mi alrededor apenas veo nada. Logro colocar un par de mensajes en Twitter, revisar mi buzón de correo y mirar por encima una colaboración que ha llegado para nuestro diario 14ymedio.
Una gota de lluvia cae entre las teclas “D” y “F”. He tenido suerte, es pequeña y no ha logrado escurrirse por la hendidura que la llevaría adentro hasta los circuitos, los contactos eléctricos y, quizás, la placa madre. Con el susto en el rostro, limpio la humedad y cierro la laptop. Miro hacia los lados, mientras he estado concentrada en las páginas webs y las redes sociales, un acosador se ha sentado cerca y ha vaciado sus ansias sobre un banco.
Guardo todo y me pongo a buen resguardo hasta que pase el aguacero. Bajo un pequeño techo otros improvisados otros internautas hablan de noticias que leyeron, mensajes que alcanzaron a recibir antes de que llegara la lluvia y de una solicitud de visado que dejaron a medio rellenar, pero que retomaran nada más que vuelva a salir el sol.
A pesar de las wificultades la gente le exprime el máximo a la señal inalámbrica que captan con sus teléfonos, tabletas y computadoras. La improvisada sala de navegación late de vida todo el día aunque por cada hora conectados los usuarios pagan el excesivo precio de un CUC. Cualquier sesudo diría que en esas condiciones no se puede trabajar ni hacer otra cosa que chatear con amigos o reírse con los memes. Sin embargo, cada día profesionales de todo tipo le sacan al máximo a estos lugares, con sol, lluvia, insectos y gatos hambrientos incluidos.