Manuel Malaver: La hiperinflación es el paredón de fusilamiento de Maduro

Manuel Malaver: La hiperinflación es el paredón de fusilamiento de Maduro

Manuel Malaver @MMalaverM

 

La hiperinflación que desde que irrumpió en Alemania en 1923 como secuela apocalíptica de su derrota en la Primera Guerra Mundial -y estuvo tras las causas de que 13 años después catapultaran a los nazis al poder para desencadenar la Segunda-, es un   fenómeno económico que se toma como prueba del colapso concluyente de una economía que debe, por fuerza, recurrir a medidas extremas como la ayuda financiera internacional (sea de países o de instituciones como el FMI) para revertir el deterioro e iniciar un proceso lento –o más o menos lento-de equilibrio en sus cuentas, racionalización del gasto corriente, sinceración de los precios y, por esa vía, la recuperación del poder adquisitivo de la moneda, el empleo, la estabilidad cambiaria, la productividad  y su capacidad exportadora e importadora.

Vale decir que, la hiperinflación tiene siempre como agente principal a un estado que gasta más de lo que produce en aventuras como una guerra nacional y/o internacional, o en malas políticas económicas que, inevitablemente, se asocian a la estatización o el intervencionismo gubernamental, sean para imponer un régimen social demócrata radical, o uno populista, socialista o comunista.





Karl Marx y John Maynard Keynes aparecen siempre en las agendas cuando se habla de inflación e hiperinflación, y es porque los dos, con distintos énfasis, consideraron que el Leviatán podía acabar con la explotación y el desempleo si gastaba lo que, en el mejor de los casos o tenía poco, o no tenía: dinero.

Debe, de todas maneras, subrayarse que partían de perspectivas diferentes, pues, mientras Marx creía ciegamente en que el estado era la clave para reinstaurar  “el reino de Dios en la tierra”, Keynes, en cambio,  veía su papel casuístico y mediatizado, compartido con la clase empresarial y más por razones altruistas que salvacionistas.

Otro señalamiento que debe hacerse, es que Keynes en épocas de crisis como la que sacudió al capitalismo a finales de los 20 y comienzos de los 30,  vio en la inflación (no en la hiperinflación) un fenómeno, no solo necesario sino irremplazable para recuperar el empleo, en cambio que Marx, en su delirio que llamó teoría de las crisis periódicas que terminarían con el capitalismo, no solo habría recomendado sino celebrado la hiperinflación.

Los Estados Unidos y la Inglaterra de los 70 vivieron ciclos de inflación, producto, en el primer caso, de la “Guerra de Vietnam” y de las políticas económicas keynesianas de Gerald Ford y Jimmy Carter, y en el segundo, de décadas de gobiernos laboristas,  hasta que en los 80, los monetaristas y neoliberales,  Ronald Reagan, y Margaret Thatcher llegaron a apagarla, pero en Argentina, Chile, Uruguay, Brasil, Perú y Bolivia se vivieron pavorosas hiperinflaciones por guerras civiles e internacionales (Argentina),  colapso de economías populistas y su tránsito al libre mercado (Chile, Uruguay y Brasil) y ensayos de seudorrevoluciones populistas y nacionalistas como las de los generales Velazco Alvarado y Banzer en Bolivia.

Pero en todos estos casos fue general en los electorados, los gobiernos, y aun entre las castas militares, el interés por corregir la hiperinflación, en ponerle fin a tan siniestra y devastadora plaga y en asumir los sacrificios que fueran necesarios con tal de que “NUNCA MÁS” llegará a corroer la moral, la salud física, espiritual, histórica y cultural  de los pueblos.

Un escarmiento tan decisivo y doloroso como el Holocausto y que llevó a los países que firmaron el Consenso de Washington y a todos cuantos promovieron el nuevo ordenamiento jurídico internacional que siguió al fin de la “Guerra Fría”, a declarar la hiperinflación como una violación masiva de los derechos humanos y, por lo tanto, condenable, evitable y exorcizable donde quiera que se presentara.

Prueba de ello fueron la asistencia masiva de Estados Unidos, -creo que de 30.000 mil millones de dólares- a México cuando la crisis del “Efecto Tequila” (1994) y del FMI a Brasil (41.000 millones de dólares)  cuando se sacudió por el “Efecto Samba” (2002) y, en conjunto, el alerta sobre la salud de las economías que pudo, sin exageraciones, considerarse un signo de los tiempos.

Y escribí en tiempo pasado, dije “pudo”, porque en estos momentos, cuando escribo estas líneas, ruedan frente a mí las imágenes de la apocalíptica hiperinflación que se ha desatado sobre mi país, Venezuela, desde hace, aproximadamente, año y medio, pero que se incubó, se gestó, durante los 20 años que gastan en el poder un grupo de civiles y militares socialistas, encabezados por un teniente coronel, Hugo Chávez, que destruyeron toda la riqueza creada durante nuestra historia republicana, pero en especial durante las 8 décadas que duró la riqueza petrolera, para empezar de cero y crear el “paraíso socialista”.

Berlín 1925, Buenos Aires, Santiago, Montevideo, Río, La Paz, Lima 1980 estuvieron hoy frente a mis ojos, y las mismas multitudes hambrientas, desesperadas, sin rumbo, como buscando respuesta a una tragedia que no merecían, no buscaban,  no esperaban, ni sospechaban.

Y por los parlantes de los vagones del Metro, o de los Metrobuses, o de los buses, o de las busetas, o de los carros si uno se atrevía a prender el radio y cruzar el dial, solo se oía la voz de Maduro anunciando que había derrotado la hiperinflación y empezado una nueva etapa en la economía del país, porque le quitado cinco ceros a la moneda, al bolívar.
En otras palabras, que si reduce por decreto la hiperinflación que este año el FMI calculó en un millón por ciento, queda por arte y magia de Maduro en 10 por ciento, que la mantendría entre las más altas del mundo.

Y así seguía Maduro, dando buenas noticias, que la gente que se apretujaba en las colas para comprar un paquete de harina pan, o un kilo de arroz, o de carne, o de azúcar, o un litro de aceite no escuchaba, porque solo podía estar pendiente de cuánto subieron los precios esta mañana, como subieron ayer, o antier, y todos los días de la semana que pesan sobre la angustia de los pobres como aludes de horror, desconcierto y desesperanza.

Maduro seguía hablando y de Maturín llegaban noticias de que los enfermos de un hospital salieron a la calle a protestar en sus camas para que le suministraran medicinas, o gasas, o inyectadoras o cupos en los quirófanos para operaciones que tenían suspendidas desde hacía meses.

Y como ellos, las enfermeras, médicos y personal de los hospitales públicos que ganan seis millones de bolívares al mes que no alcanzan para comprar medio kilo de café, mientras un coronel del Ejército gana 286 millones se puede comprar 24.
Rarezas de esta hiperinflación que, a diferencia de las que ocurrieron en la República de Weimar en 1923, y en Buenos Aires, Santiago, Montevideo, Río, La Paz y Lima a finales de los 70 y comienzos de los 80, no tiene un gobierno que la reconozca y haga un esfuerzo, cualquier esfuerzo, para atacarla y acabarla, sino uno que la ignora, la escamotea, la baraja, para que los precios continúen subiendo, intensifiquen el caos y la única salida del venezolano sea el exilio forzoso, el enfrentamiento con las fuerzas represivas del régimen donde puede esperarlo la prisión, la tortura o la muerte o la rendición.

Y aquí es cuando resulta imposible no concluir que la hiperinflación en la República Bolivariana de Venezuela es, desde luego, consecuencia de la estatización socialista, pero usada como un efecto colateral para provocar el miedo, la desesperanza, la anarquía, el hambre, la desnutrición y las enfermedades para que los venezolanos se escapen o se rindan.

Una hiperinflación de causas económicas pero con efectos políticos que, atañen a la quiebra de un país en tanto fue una vez una ciudadanía, una civilidad, una sociedad,  para quedar constituido en una suerte de esclavitud política que, en poco tiempo, será esa masa anómica que reportajes recientes han encontrado en Corea del Norte y testigos de la tragedia cubana dicen es el resultado de 56 años de dominio castrista sobre Cuba.

Y que, a fin de cuentas, no son sino variables de la muerte de 10 millones de ucranianos cuando la colectivización forzosa de los kulas, en China cuando 30 millones de campesinos murieron por la hambruna que provocó el “Gran Salto Adelante” y en el resto de países socialistas y exsocialistas por las muertes que produjeron la purgas y la persecuciones.

En otras palabras, que la hiperinflación en Venezuela es el paredón de fusilamiento de Maduro.