Es el billete con denominación más alta en el país y da para pagar una fotocopia, publica El País.
Por FLORANTONIA SINGER
En hiperinflación el sistema de precios está destruido. De ahí que las referencias de los precios en Venezuela sean algo esquizofrénicas: una taza de café puede costar más que un medicamento y una lata de atún cuesta el salario de todo un mes. La entrada en hiperinflación se decretó (por la Asamblea Nacional opositora a Nicolás Maduro) en noviembre de 2017. El país cumple nueve meses en este devastador proceso: según el FMI, la inflación podría llegar al 1.000.000% este año.
El billete de 100.000 bolívares, el de más alta denominación en Venezuela, alcanza para comprar muy pocas cosas. Paga, por ejemplo:
-Una fotocopia.
-Un caramelo.
– Un bollo de pan dulce.
– 20 viajes en autobús dentro de Caracas.
-Un huevo.
-La encendida de un cigarrillo en un kiosco.
-16.000 litros de gasolina de 95 octanos (para cargar el tanque de un coche pequeño más de 450 veces).
-Un mes del móvil o del servicio de internet, pues la mayoría de los servicios tiene las tarifas congeladas por el gobierno, lo que a su vez ha llevado a un deterioro por la imposibilidad de los proveedores de hacer mantenimiento e inversiones.
Los billetes de 100, 50, 20, 10 y 5 bolívares solo son aceptados en las gasolineras. El de 100 que el presidente Nicolás Maduro se propuso sacar de circulación en diciembre de 2016 ha tenido un inexplicable tiempo extra, porque es poco lo que se puede hacer con él. A menudo se ven tirados por las calles o son reusados como papel de reciclaje para artesanías. No vale nada.
El salario mínimo actual son 5.196.000 bolívares (1,40 dólares al cambio), que en billetes de 100.000 serían 52 piezas. En diciembre de 2017 con 100.000 bolívares se compraba 1 kilo de detergente, que hoy, ocho meses después, cuesta 12.000.000 de bolívares (120 billetes). En marzo de 2018 un litro de leche costaba 140.000 bolívares. Hoy cuesta 1.750.000 de bolívares, un poco menos que una taza de café en una panadería que está por el orden de los 2.000.000 bolívares (20 billetes).
Cinco ceros menos a partir de agosto
Para el 20 de agosto se espera la entrada de un nuevo sistema monetario al que se le restarán 5 ceros a la moneda. Se trata de la segunda reconversión en 10 años (en 2008 ya se habían restado tres ceros). Esta medida contribuye a hacer más manejables las cuentas cotidianas, pero que no resuelve el problema de fondo de la hiperinflación.
Este año la Asamblea Nacional comenzó a medir la inflación y en junio registró 128% (2,8% diario, 46.000% de junio de 2017 a junio de 2018); la de mayo fue de 110%. A la velocidad actual, los precios se están duplicando cada 26 días. Ya van dos meses con inflación de 3 cifras, y los economistas aseguran que eso va a acelerar la hiperinflación hasta niveles difíciles de imaginar cómo los que ha recalculado recientemente el Fondo Monetario Internacional, que pronostica que al cierre de 2018 el indicador llegará a 1.000.000%.
Según estos datos, el detergente que se compraba en diciembre pasado con el billete de más alta denominación, el de 100.000 bolívares, terminará costando al cierre de este año 1.000 millones de bolívares, que luego de la reconversión pasarán a ser una cifra más más manejable de 10.000 bolívares.
Pero no hay efectivo
Sin embargo, los billetes en Venezuela también escasean y como todo lo escaso se hace más costoso. Frente a una inmensa masa monetaria, producto de las emisiones sin respaldo que ha hecho el gobierno para dar bonificaciones y aumentar el salario casi cada dos meses, la disponibilidad de piezas de efectivo es bajísima en medio de tanta liquidez, lo que dificulta las transacciones diarias.
De todo el dinero que circula apenas 2,4% son billetes. Los cajeros automáticos solo dispensan 10.000 bolívares diarios. La escasez hace que, cuando tienen dinero, haya colas larguísimas para hacer la transacción. La recarga que hacen los bancos en sus bóvedas dura apenas unas horas. El efectivo, que se necesita para pagar pasajes de transporte, dar propinas, pagar estacionamientos, gasolina y en el interior del país con más frecuencia para adquirir bienes, mucha gente tiene que comprarlo.
Esto ha estimulado un mercado negro de billetes que produce estas paradojas: un billete de 100.000 bolívares cuesta 300.000 bolívares. El dinero en efectivo se vende al 300% de su valor. Es una de las tantas economías subterráneas que estimulan los controles. Esto también genera una distorsión en los precios en algunos mercados de víveres: algo puede ser tres veces más barato si se paga con efectivo, en vez de con tarjetas de débito o transferencias electrónicas.
Se paga a menudo con tarjetas, pero esto tiene otras complicaciones. Los puntos de pago colapsan y se las operaciones se enlentecen, porque además las telecomunicaciones no son buenas. Además, muchos tienen un tope: si se va a pagar una compra de 100 millones, que es un mercado de alimentos como para 15 días, se debe pasar la tarjeta cinco veces por el aparato, porque los establecimientos solo pueden registrar hasta 20 millones por compra en sus sistemas de facturación. Han surgido medios de pago de transferencias entre personas a través del teléfono y pasa también que se ha desarrollado una especie de confianza, hay gente que acepta el pago después con una transferencia hecha desde casa en caso de que nada de lo anterior funcione. Estos códigos ya son parte de la trastocada rutina de la hiperinflación en Venezuela.