Recientemente realicé un viaje a Colombia con destino a Bogotá, y al recorrer el vecino país por tierra me quedé perpleja al observar su desarrollo y crecimiento en comparación con Venezuela. Quizás la principal diferencia que noté fue la presencia de un Estado bastante funcional y un gobierno en la mira de los ciudadanos. Fue muy contradictorio vivenciar una difícil salida de nuestro país y tener una cordial bienvenida del otro lado, además de experimentar que mi dignidad como ser humano es más respetada en suelo extranjero que en el mío propio. Literalmente al pasar la frontera en apenas sesenta pasos notas un cambio abrumador que golpea en el corazón: mientras en tu propio país te desbaratan la maleta y te quitan algunas pertenencias, en el país vecino aunque lleves el rostro descompuesto, te reciben con un cordial: “Buen día, bienvenida a Colombia!”
No tiene uno que caminar mucho para recibir un segundo impacto: ves más dinero venezolano en las calles del Puerto que en los bancos de tu país. En ese punto la moral de una persona común se resquebraja sobre todo si para poder viajar ha tenido que comprar su propia moneda al 300% del valor real en territorio venezolano. Ese bajón emocional pronto se convierte en amargura cuando recuerdas que hace dos décadas atrás la situación era muy distinta, yo había cruzado la frontera por negocios, esparcimiento o recreación; no para buscar medicinas, alimentos o trabajo como lo hacen todas las personas hoy día.
Este régimen destrozó un país próspero, geoestratégico y abundante en recursos naturales con la mayor impunidad de nuestra historia, porque los venezolanos confiamos ciegamente en la democracia y menospreciamos la política. Sin embargo, en este punto considero que no hay mejor castigo, cárcel y tormento para los desgastados socialistas que estar sentados en Miraflores, el TSJ, el CNE y en la GNB mirándose entre ellos sus caras de idiotas, escogiendo a quien le toca salir a entretener ante los medios de comunicación a los come moscas que los mantienen en el poder.
Las incoherentes y absurdas declaraciones que hacen a diario los funcionarios venezolanos quedan para materia de chiste entre los comediantes callejeros y los chismes de ancianos. Mientras, por las arterias viales de Colombia transitan a pie cientos de venezolanos con sus familias y escasas pertenencias para llegar a un mejor destino. En cada rincón que visité vi un vestigio de nuestra cultura colarse en la vida cotidiana del pueblo colombiano: música, arepas, hallacas, bandera, habla, expresiones y sonrisas. Cuando me vendieron el boleto de regreso y di las gracias, la operadora me respondió: “a la orden chama!”
Seguramente algo similar se ve en otros países hermanos como Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, Argentina…, sin embargo, es Colombia quién recibe el mayor impacto de la diáspora venezolana. Este régimen es un lamentable retraso hemisférico en el siglo XXI, una página vergonzosa en la historia por reseñar; los hechos se repiten y los buenos venezolanos saben quedarse en el corazón de Colombia como lo hizo el Libertador.
Lidis Méndez
Secretaria de Organización de
Unidad Visión Venezuela-Mérida
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@lidismendezm