Una nueva etapa se ha iniciado en las entrañas del poder venezolano: el terror a los traidores. Todos los días se acumulan evidencias, cada vez más inocultables, de desafección, de desacuerdo radical entre unos y otros, de rompimiento con Maduro. Entre susurros, un chiste se repite entre miembros de la cúpula gubernamental, entre militares de alto rango, entre gobernadores y alcaldes. Dicen que en el poder hay dos tendencias: los HDM y los HDT. Esto es, Hartos de Maduro y Hartos de Todo.
El ambiente de desconfianza viene creciendo de forma irreversible, desde el inicio del gobierno de Maduro. Con el transcurrir del tiempo, esta atmósfera se ha ido tornando irrespirable, cargada de acusaciones, sospechas y rivalidades. Esto ocurre en todo el país, en los altos, intermedios o bajos cenáculos del poder: en los consejos de ministros y en directivas de empresas públicas, en las gobernaciones y las alcaldías. En lugares donde la corrupción campea, como puertos, aeropuertos y aduanas, no hay funcionario que no mire de reojo, que no forme parte de una red de complicidades y susurros, que no transcurra los días en un ambiente de tensión y mutua vigilancia.
Durante el reciente y fracasado congreso del Partido Socialista Unido de Venezuela, algo saltó a la vista del país entero: la palabra Unido no guarda correspondencia alguna con la realidad. El partido rojo es una olla de rencillas, facciones, disputas, luchas de poder y odios entre unos y otros. De acuerdo con las acusaciones que formularon las delegaciones, especialmente las de las regiones, no hay ideología sino una excluyente conducta repetida hasta la saciedad: intercambiar acusaciones de corrupción. El PSUV es un conglomerado de sedientos: todos quieren los últimos dólares de la cada día más menguada producción petrolera.
El verdadero debate del congreso, la cuestión sustancial que circuló, fue el de la pregunta por el responsable de la catástrofe nacional. Los de Cabello señalan claramente a Maduro, al que califican de incapaz, incompetente y manipulable, especialmente por el ministro de la Defensa y miembros del Alto Mando Militar. El grupo que, en público, dice estar comprometido con Maduro, sostiene que los ataques en contra de su jefe están encabezados por los contratistas que figuran en los distintos grupos. Una pregunta, repetida una y otra vez, y para la cual hay muchas respuestas, es para quién trabaja El Aissami: si fuerzas radicales del Medio Oriente, para su patrimonio o para desalojar a Maduro. En lo único en que parecen estar de acuerdo las más de 40 facciones que lograron presencia en el congreso es en su rechazo y en su crítica feroz a “los manejos de los Rodríguez”.
Los hechos de la avenida Bolívar y sus alrededores han disparado las suspicacias. En Miraflores, en el Sebin, en La Habana, en el DGCIM, en Moscú y hasta en Pekín, analistas y supuestos expertos revisan una y otra vez los videos. La pregunta que Maduro se hace es en quién confiar. Las advertencias de quienes se autoproclaman como amigos y leales insisten en llamar la atención sobre las señales que vienen de las fuerzas armadas.
En los últimos años se han venido produciendo reiteradas denuncias de supuestos golpes, conspiraciones y detenciones que nadie explica. Algo está pasando en las fuerzas armadas venezolanas. En la Fiscalía General de la República, también varios ministros, insisten en que el Sebin se ha convertido en una especie de poder autónomo, que no responde sino a sus propios lineamientos (los presos políticos venezolanos pueden prestar contundentes testimonios de cómo el Sebin carece de supervisión y es un poder autónomo dentro del Estado). Lo mismo se dice de la Dirección de Contrainteligencia Militar y de varios comandos de las FAES.
El régimen paranoico no tiene límites. Bajo sospecha están alcaldes, gobernadores, ministros, miembros de la ilegal, ilegítima y fraudulenta ANC, que mantienen tratos con personas de la oposición, con miembros de la Iglesia, con embajadores de otros países en Venezuela, con empresarios y con familiares que viven en el exterior. La crisis del gobierno alcanza a este extremo: quien decide hacer un viaje fuera de Venezuela se vuelve sospechoso de inmediato. En el alto gobierno se ha impuesto la tesis de que los viajeros van en busca de acuerdos con el Departamento del Tesoro, con la DEA o con el Departamento de Justicia de Estados Unidos.
La pregunta de cuántos traidores estaban sobre la tarima es la más inquietante e imposible de contestar para un gobierno tomado por el terror. La lista de las personas que no asistieron y que debían haber estado allí mantiene en vilo a varios altos funcionarios. Los que abandonaron el acto, minutos antes de la aparición de los drones, están bajo sospecha. Los militares que cambiaron sus puestos en la tarima también. Las interrogantes sobre la calamitosa demostración de los encargados de la seguridad de Maduro se han propagado con asombrosa intensidad. Los que vienen repitiendo que Padrino López es puro maquillaje, pero muy poco efectivo, están comenzando a ser escuchados. Aunque no lo sepamos, lo más probable es que, a esta hora, su destino esté finalmente sellado.