Si ya es difícil la situación económica que atraviesa el país, y duro de asimilar el nuevo proceso de reconversión y anclaje al Petro de nuestra divisa nacional, solo traten de añadirle al complicado escenario casi una semana, o para ser exactos 144 horas, sin servicio eléctrico: ¡una locura colectiva! Pues es eso lo que está padeciendo el Zulia, desde la madrugada del pasado viernes 10 de agosto. Desde entonces, el calor y la incertidumbre se apoderaron de tal forma de los zulianos que ni tiempo para restar los ceros al bolívar han encontrado en medio del caos que se ha generado por la terrible intermitencia del fluido eléctrico.
Pero es que además señores, la tragedia no ocurre en cualquier poblado del país —que no debería ocurrirle a ninguno—, sucede, nada más y nada menos, en la segunda ciudad de Venezuela, el eje petrolero de la nación y asiento de 3 millones de venezolanos.
Son a estos a quienes se le somete al estrés de largas e inhumanas jornadas sin electricidad, al insoportable calor que agobia la paz de cualquier alma, y a sus lógicas consecuencias: interminables horas en cola para surtir de gasolina el carro; una incomunicación superlativa (los servicios de telefonía no funcionan); los sistemas de pago colapsados; el comercio cerrado; las pérdidas galopando; el ya menguado transporte público, casi desaparecido; el servicio de agua comprometido, en fin, una calamidad tras otra, sin que las explicaciones, respuesta o soluciones lleguen a oídos de los ciudadanos.
PANORAMA condena, ahora y siempre, cualquier acto de sabotaje a la Nación, a sus bienes y en definitiva a sus ciudadanos, pero al mismo tiempo reclama, en nombre de los zulianos, a todas las autoridades involucradas más eficiencia y celeridad en la resolución de esta grave crisis que atraviesa la región y que se vive solo a días de un proceso de reconversión monetaria y de un censo para vehículos (cuyos propietarios tienen una semana desvelándose para poder llenar el tanque mientras otros “huyen” de una ciudad prácticamente paralizada).
El silencio, la falta de explicaciones oportunas, la incertidumbre lógica tras casi siete días en la oscuridad, molestan tanto o más que la agobiante sensación térmica o las prolongadas horas en cola.
El zuliano sabe agradecer el gesto respetuoso de la verdad, por dura que sea, y la prefiere siempre a la desdeñosa y aturdidora indiferencia y falta de solidaridad al padecimiento de la colectividad.
Elevamos la voz de reclamo por lo que consideramos “justo y necesario”, casi que un deber ante la audiencia que nos demanda certezas y resulta imposible ofrecerlas sin caer en el peligroso terreno de la especulación. Elevamos la voz tras ocho meses de caos eléctrico, atribuido, una y otra vez, a detestables sabotajes, pero que ameritan una profunda revisión de todos los procesos para evitar que termine siendo, como ha venido ocurriendo, la gente la que pague las cuentas de un conflicto que trasciende a su capacidad de comprensión y tolerancia. Elevamos la voz porque creemos que es imperioso que se nos hable con sinceridad y se nos diga con honestidad la gravedad de la crisis.
Paciencia y civismo de sobra han demostrado los zulianos en más de 240 días sometidos al calvario de la inconstancia del servicio eléctrico. Estoicamente han soportado a la espera de una solución prometida que siempre termina pospuesta. ¡Esperar, como ven, no es el problema, el verdadero inconveniente es que no se sepa hasta cuándo!