Cuatro espacios cerraron en los últimos cuatro meses por falta de personal. A 655 asciende el déficit de hombres y mujeres de blanco. Muchos de los que persisten, llegan a diario caminando. El gobierno regional enumera hasta siete gestiones para frenar el éxodo, publica La Nación.
Por Omaira Labrador | @omairalabradorm
Daniel Pabón | @dalpac
Con nueve servicios sin personal de enfermería amanece este jueves el Hospital Central Universitario “Dr. José María Vargas” de San Cristóbal. Emergencia general, traumatología y el ala este de cirugía son algunas áreas desasistidas en esta guardia de madrugada. Es 9 de agosto de 2018 y el centro asistencial más grande del suroeste venezolano cumple 60 años de operaciones. Las mañanitas hoy se cantan en clave de crisis.
Este día de conmemoración de su propio nacimiento empezó con una sola enfermera en Sala de Parto, reubicada desde Pabellón porque a quien originalmente le correspondía, no llegó. Es la nueva cotidianidad: o faltan, o no vuelven, o renuncian. El déficit de enfermeros, el brazo operativo clave de la atención sanitaria en este gigante de 10 pisos y tres alas, se siente con mucha más intensidad que la deserción de otros profesionales de la salud.
La tercera edad sorprende al Hospital Central con 320 enfermeros trabajándole. Una estadística en caída libre. Quince días atrás eran 353. Y nueve meses antes, el día de noviembre de 2017 que Orfelia Varela asumió el cargo de directora encargada de Enfermería, esa nómina ascendía a 510.
La Organización Mundial de la Salud establece que en áreas críticas la relación debe ser de un enfermero por paciente y en servicios de hospitalización, de cinco trabajadores por cada ocho enfermos. En el del Táchira, como en otros hospitales tipo IV (los más completos) de Venezuela, esto se incumple.
En las nueve camas de Cuidados Intensivos de la emergencia de adultos deberían ser nueve los enfermeros intensivistas, pero ahora oscilan entre uno y tres, dependiendo de la guardia. Y los hasta cuatro cupos de UCI pediátrica los atienden entre uno y dos enfermeros.
Aunque sea el Hospital Central de San Cristóbal, a la avenida Lucio Oquendo no solo llegan pacientes de los 29 municipios del Táchira, del sur del Zulia, de Barinas, Apure, Mérida y hasta unos indígenas de Amazonas que recién estuvieron en caumatología. Una parte de sus atendidos proviene del departamento colombiano de Norte de Santander.
En un complejo de más o menos 560 camas operativas, Varela promedia un enfermero por servicio en cada turno, tomando en consideración que cada especialidad puede alcanzar hasta 32 camas. “No debería ser, pero una enfermera está cubriendo hasta tres servicios”, asegura. Esa falta de personal empieza a impactar en la inhabilitación de espacios.
Cerrado, por personal
Avanza el día de su cumpleaños 60. Al comienzo del turno de la tarde, corresponde tomar una decisión: unificar las alas de pediatría quirúrgica y de pediatría médica, en la segunda. “Mudados al frente”, pegan un aviso en la puerta de la primera.
“Hacía falta. No nos dábamos abasto”, justifica Jésica Duque, la única enfermera para todo ese servicio en esta tarde aniversaria. Otra colega suya, que estaba en esa recién concentrada pediatría quirúrgica, será más útil abajo en la emergencia pediátrica, donde se compartirá hoy la carga con otra más a quien movieron desde la UCI. Así se reorganizan para nunca descuidar lo más prioritario.
Sin planes de renunciar, Duque confiesa que ama la profesión que ejerce desde hace 12 años, que estudió mucho y luchó muchísimo más para lograr su cargo. Hoy le esperan 13 niños, a lo largo de un servicio donde los mismos padres recién se organizaron para traer sus propios insumos y limpiar el piso.
Las 28 camas de pediatría quirúrgica, en el piso 9, constituyen el cuarto servicio que ha sido cerrado temporalmente en lo que va de año, por falta de personal de enfermería. O por lo menos esta es la fotografía en el día de la efeméride hospitalaria.
Sigamos bajando pisos. En el 6, desde hace menos de un mes están inoperativas tres camas de cuidados intensivos de adultos porque, además del déficit de enfermeros intensivistas, tampoco hay médicos para los turnos de la tarde y la noche.
En el piso 5, ala oeste de cirugía, lleva mes y medio exhibiéndose el aviso de letras rojas “área de hospitalización cerrada”. 30 camas menos. Y en el piso 2 de la emergencia de adultos, 18 camas de un ala y 22 de la otra están clausuradas -con un muro de pura estantería a la entrada- desde hace cuatro meses.
Con 30 años de servicio, la mitad de la vida del hospital, la enfermera Elena Segovia sigue llegando, así sea a pie desde el vecino municipio Cárdenas. Este jueves un desconocido le dio la cola. “Mis hijos me dicen que me retire, pero yo todavía me siento apta para ayudar a otros”, insiste.
La mayoría de enfermeras vive fuera de San Cristóbal, apunta Varela. Ella misma, habitante del pueblo-dormitorio de Santa Ana, es un ejemplo de esto, a sus 31 años de fidelidad a la institución. Las más distantes incluso llegan de Colón, 50 kilómetros al norte de la capital del Táchira. En un estado con racionamiento de combustible y con más del 90% de la flota de transporte público inoperativa, este grupo vespertino es, ahora, el menos numeroso, “porque a las 7:00 de la noche, ¿cómo se van a casa?”, se pregunta la jefa.
Un derecho en penumbras
La salud es un derecho social fundamental, obligación del Estado venezolano, que lo garantizará como parte del derecho a la vida, establece el artículo 83 de la Constitución. Es competencia del Gobierno nacional desarrollar políticas orientadas a elevar la calidad de vida, el bienestar social y el acceso a los servicios.
A las 7:30 de la noche varios pasillos del Hospital Central de San Cristóbal están tan oscuros como solitarios. “Eso del derecho a la salud en Venezuela es mentira”, dice la única enfermera de su servicio esta noche. Pide no ser identificada, mientras lo argumenta contando que “si el paciente no se rebusca comprando todo por fuera, aquí no se consigue nada”. Llama dos veces al almacén, desde un teléfono gris de discado giratorio, y no le contestan para saber si esta noche hay solución al 0,9 %.
Con dos cirugías en los últimos 14 días, Reinaldo Robles y su familiar, sin embargo, opinan que no han notado mucho la crisis y que él ha gozado de su derecho a la salud. Aunque reconoce haber gastado ya más de 2 mil millones de bolívares (20 mil, de los soberanos), desde su cuarto de hospitalización el paciente agradece que Barrio Adentro le regalara medicamentos e insumos para la segunda operación.
Robles coincide con Sonia Guerrero en que la atención del personal es muy buena. Ella, que pasa la noche en otro piso acompañando a su padre convaleciente, relata que a falta de enfermera en la víspera tuvo que buscar a una joven que labora en una clínica privada para que administrara un fármaco.
La continuidad de los tratamientos se adelanta, se atrasa o se incumple. Esa, coinciden otros parientes, es una de las consecuencias más directas cuando falta el personal asistencial. En la emergencia de adultos, los tres únicos que aún con las vacaciones vencidas esta noche pueblan el puesto de enfermería -deberían ser 14, precisan- reiteran que el paciente “trae casi absolutamente todo”. Los estantes apenas con Dextrosa, lo refrendan.
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