El mundo recuerda en estos días los infaustos momentos que la humanidad ha padecido bajo los designios del totalitarismo, que ha trazado caminos negros en la historia. Nadie podía imaginarse que en el tiempo de las grandes transformaciones culturales y políticas, pueda persistir el asalto a la libertad como el que hoy se vive en Venezuela.
No es posible que ríos humanos transiten caminos vecinos asediados por el hambre y la sed de venganza de unos colonizadores y sus aliados criollos, convertidos en depredadores de grupos humanos, dejando solo ruinas y sobrevivientes perturbados, víctimas de la maquinaria del mal. Elementos que disfrutan su perversidad, sometiendo la sociedad a un estado de sitio permanente. Convertirla en una llama de fuego asesino, de rojo proceder e ilimitado abuso: son violadores incansables de un país víctima, país con un tiro en el alma, país destruido obsesivamente.
Esta tormenta que ha desatado este grupo pervertido por toda suerte de sinrazón, nos deja perplejos. Un personaje dueño de la malignidad del mundo, seguido por una élite de poltrones sin ninguna valla moral, lanza sus colmillos de aliento salvaje, sobre la yugular de un país que observa estupefacto el crimen masivo, el actuar sin freno hacia la destrucción .
Las horas de sombras solo cosechan minutos de peligro. Es un gran precipicio este comunismo tropical que nos ha legado el gran déspota, que supo en su momento engañarnos y dejar esta estela perversa, de malvados, sin escrúpulos, de hacedores de campos de concentración de inocentes, de hoguera contra la inteligencia y la dignidad.
Lo ha señalado el escritor Elías Cohen: “el totalitarismo convierte a los ciudadanos en súbditos, a los vecinos en enemigos, a la discrepancia en crimen y a la diferencia en condena”.
Es necesaria la lucha heroica que insiste en derrotar las ruinas y labrar la difícil causa de la libertad.