Desde que el pasado 18 de agosto, cuando un grupode brasileños en la ciudad de Pacaraima, destruyeran los campamentos improvisados de centenares de venezolanos que en busca de un nuevo comienzo de Maduro y compañía, ha creado un nudo diplomático que se va tensando en la ciudad antes mencionada.
Por Heloísa Mendoça – El País.
Según lo reseñado por El País, la gota que colmó el vaso para justificar el ataque a los inmigrantes fue la noticia de que un comerciante de Pacaraima, Raimundo Nonato, había sido atracado y golpeado presuntamente por cuatro venezolanos. La policía investiga el caso. Mientras tanto, 1.200 venezolanos ya fueron expulsados tras los ataques de los habitantes de la zona.
El comerciante expresó al medio antes mencionado que, “no es que no queramos a los venezolanos. Lo que tenemos que hacer es poner a los delincuentes en su sitio, como a esos que me torturaron. La Policía Federal tiene que verificar los antecedentes de los inmigrantes en la frontera”.
Luego de estos acontecimientos, el número de venezolanos que ha cruzado la frontera ha disminuido, las largas colas que evidenciaba el personal que lleva a cabo el filtro, ha mermado.
Roger, un venezolano de 23 años, junto a su hermano José de 25, buscaba el jueves pasado un sitio para pasar la noche. Huyendo del flagelo que se instaló en el país gobernado por Nicolás Maduro, los dos emprendieron un viaje de 26 horas desde Puerto La Cruz, en el Caribe venezolano, hasta Pacaraima, pero no llegaron a tiempo de iniciar la solicitud de refugio. El centro del Ejército que realiza la criba de los que llegan ya estaba cerrado. “Vamos a volvernos a la ciudad venezolana de Santa Elena de Uairén, aquí al lado, y buscar algún sitio en la calle para dormir. Mejor no arriesgar, no quiero que me agredan”, explica Roger. “Desde el fin de semana, recomiendan que ningún venezolano pase la noche en la frontera o acampado en Pacaraima”, comenta. Al día siguiente, regresaron.
El ataque a los venezolanos hasta los momentos, ha sido el episodio más grave, pero la discriminación en el pueblo fronterizo no es el primer caso; en los locales se presenta el resentimiento de la población, sienten que la precarización de los servicios públicos se ha incrementado con la demanda de los nuevos usuarios, pero también por una sensación mayor de inseguridad. “Cuando vamos a los centros de salud no quedan plazas, está todo ocupado por los venezolanos. Los médicos hasta te saludan en español”, señala la brasileña Fabiana J.
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