Muchos venezolanos pensaron que al irse a Brasil dejaban una economía en colapso por una tierra donde fluían leche y miel, pero la mayoría de quienes ingresaron al país vecino por un cruce fronterizo en el Amazonas se han encontrado sobreviviendo en las calles y durmiendo en carpas o en pedazos de cartón.
Su drama es parte de una crisis humanitaria regional cada vez más profunda provocada por el éxodo de decenas de miles de venezolanos que están abandonando su país, principalmente hacia la vecina Colombia, y también Ecuador y Perú.
La ciudad de Boa Vista, capital del estado fronterizo brasileño de Roraima, ha recibido a 35.000 migrantes venezolanos en los últimos dos años, con un incremento de su población de más de un 10 por ciento. Hoy, unos 3.000 no tienen hogar, según la oficina del alcalde.
Cerca de la terminal de autobuses de la ciudad, los venezolanos duermen en las calles y en zonas comerciales.
Algunos pueden pasar la noche en carpas repartidas por agencias de refugiados y otros cuelgan hamacas afuera de tiendas de autos y distribuidores de autopartes cuyos propietarios brasileños les permiten pasar la noche bajo techo, siempre que se vayan por la mañana.
Esa generosidad de los dueños de tiendas locales contrasta con el brote de ataques xenófobos del 18 de agosto contra inmigrantes venezolanos en la ciudad fronteriza de Pacaraima, encendidos luego de que supuestamente un brasileño fue robado y apuñalado por venezolanos en su casa.
“Algunos brasileños nos tratan mal, pero no todos”, dijo Anyi Gómez, un mujer embarazada de 19 años que viajó a Brasil con su madre y sobrevive limpiando parabrisas de automóviles en los semáforos.
La atención prenatal que recibe en un hospital público en Brasil hizo que valiera la pena salir de Venezuela, donde su bebé podría haber muerto por falta de alimentos y medicamentos, relató Gómez.
El presidente brasileño, Michel Temer, anunció el martes el despliegue de las Fuerzas Armadas en Roraima para ayudar a mantener el orden y garantizar la seguridad de los inmigrantes. Temer culpó al gobierno autoritario de Venezuela por causar una crisis regional que requiere una respuesta colectiva.
Las iglesias locales ofrecen comidas o reparten pan y jugo a los venezolanos sin hogar.
“Tenemos comida, pero no techo. Y no hay trabajo”, dijo Luis Daniel, de Caracas. “Vine a buscar un trabajo para recuperar cosas para mis hijos que están pasando hambre en Venezuela. Pero todo lo que tengo ahora es agotamiento por dormir afuera”.