Matt Shobert abre los ojos y desea estar muerto: es un pensamiento recurrente desde hace cuatro años cuando este bombero estadounidense pensó por primera vez en quitarse la vida.
AFP
No es el único, muchos de sus compañeros sufren en silencio y terminan suicidándose.
Entre jornadas agotadoras e interminables, como las del combate de los incendios forestales en el oeste de Estados Unidos, es difícil que su salud mental no sufra entre tanta muerte y destrucción de la que son testigos.
“Tienes bomberos trabajando de 12 a 36 horas seguidas en la línea de fuego, están físicamente y emocionalmente exhaustos”, dijo a la AFP el capitán Tony Bommarito, que recién volvía de trabajar en el combate de algunos de los primeros incendios de una temporada devastadora en California, que está lejos de terminar.
En este estado, de los más azotados, cinco funcionarios murieron hasta ahora en el fuego.
“No somos superhéroes, todo el mundo tiene un límite”, añadió el bombero de 48 años en su estación en Yorba Linda, a 65 km al sur de Los Ángeles.
En lo que va de 2018, 64 bomberos murieron en Estados Unidos, según cifras oficiales.
No están incluidos allí los 45 suicidios que Jeff Dill registró en la estadística que lleva su ONG Firefighter Behavioral Health Alliance (FBHA), dedicada a apoyar a bomberos víctimas de depresión o trastorno por estrés postraumático (TEPT).
“Se espera que seamos valientes, fuertes, corajudos para ayudar a los otros, pero nosotros no podemos pedir ayuda”, explicó Dill, un bombero retirado al que Shobert llamó cuando pensó en saltar de un puente en San Diego.
– “Me quedé sin nada” –
Matt Shobert (56) supervisaba la limpieza de un monte en el medio de la nada. Esa vegetación seca es el combustible perfecto para un incendio forestal.
Aún no llegaban sus compañeros, pero comenzaron los trabajos. Él iba atrás de la cortadora supervisando que todo estuviera bajo control. Ahí ocurrió la tragedia: la máquina cogió una piedra y la disparó como un misil directamente a su mandíbula.
Shobert cayó inconsciente, el operador ni se enteró. Al despertar, estaba desangrándose; como pudo se cubrió la herida y caminó 500 metros hasta su camioneta para pedir ayuda.
“Tuve esta muy traumática experiencia de salvar mi propia vida, y tras 30 años de servicio lidiando con muerte, destrucción, matanzas, creo que todo eso se juntó”, recordó.
Fue larga su recuperación física. Al volver al trabajo Shobert no era el mismo: tenía momentos de mucha ira y otros de mucha tristeza.
“Entendí que tenía que retirarme, fueron 30 años, era mi vida, mi pasatiempo y en un segundo me lo quitaron”, señaló.
“Me quedé sin nada y fue allí cuando contemplé suicidarme y por alguna razón preferí llamar a un amigo en vez de saltar de un puente”, narró este hombre alto, canoso, con un bigote frondoso y un dálmata de mascota.
Fue diagnosticado con TEPT (trastorno de estrés post-traumático) y desde entonces va a terapia y toma medicación, pero es una ruta larga y difícil
“Me levanto en la mañana y a veces deseo estar muerto”, pero “al menos tengo ahora la caja de herramientas”.
Dill comenzó a interesarse por la salud mental de sus “hermanos y hermanas” cuando un grupo de su estación volvió de dar apoyo en la devastación del huracán Katrina en 2005. Sintió que la terapia que les brindaron no fue suficiente, se puso a estudiar y comenzó a transitar de bombero a consejero.
Hasta ahora contó casi 1.200 suicidios en los últimos 20 años, 93 en 2017.
Cree que ese número representa 40% de la realidad pues su estadística se alimenta de la voluntad de familiares y amigos de informarle del caso.
– “Lugar oscuro” –
Expertos explicaron que la decisión de quitarse la vida muchas veces es el resultado de un cúmulo de cosas.
Así le ocurrió a Mike Bilek. Fue su pasado en las fuerzas armadas, junto a su presente en el cuerpo de bomberos, mezclado con asuntos personales que lo llevaron a un “lugar oscuro”, como lo define sin dar detalles.
“Estaba en un punto de ebullición constante hasta que las cosas finalmente hirvieron”.
“En un momento tuve pensamientos suicidas, aunque nunca llegué al punto de llevarlos a cabo, pero el simple hecho de tenerlos me aterró y me obligó a tomar cartas en el asunto”, precisó.
Terapia, medicación y meditación son sus herramientas, que tendrá que usar ahora más que nunca: una lesión en la espalda le obliga a retirarse y con 39 años comenzar una nueva vida.
Hoy día se habla más de salud mental en las estaciones, hay grupos de apoyo, pero igual hay resistencia.
Dill dijo que habló recientemente con siete bomberos que fueron diagnosticados con TEPT y despedidos “porque ya no podían hacer más su trabajo”. Y eso priva a muchos a expresar lo que sienten.
En su cruzada por promover el tema, cerró su casa y compró una caravana para visitar estaciones de bomberos en todo Estados Unidos y hablar sobre salud mental.
Al abandonar la estación en Yorba Linda, Dill recibió un mensaje de texto: era otro suicidio.